Para la nueva jueza de la Suprema Corte, la paridad tiene que existir en las actividades pública y privada
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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en psicología
Ante lo inédito que nos toca vivir, encontramos en algunos líderes de potencias mundiales importantes, comportamientos que privilegian sus intereses o prejuicios sobre la salud de las poblaciones que debieran proteger. Boris Johnson, que les dijo a los británicos que esperaran a ver morir amigos y parientes a su alrededor (hasta que le tocó contagiarse); Trump, que dijo que era "una gripecita", que "como llega se va", y que ahora hace burdas acusaciones por los frutos de su propia negligencia a chinos, gobernadores de EE.UU., y casi a quien se le ocurra; Bolsonaro, que acumula contagiados y muertos, y que echa culpa de ello a alcaldes que "decretaron el encierro". Parece ciencia ficción.
Pero no lo es: manifestantes -incluso armas en mano- pululan por el territorio de EE.UU. apoyando a Trump y pidiendo que no haya cuarentena, y la popularidad de Bolsonaro está lejos de haberse disipado. Notoriamente, hay tendencias tanáticas e ignorancias flagrantes en las poblaciones respectivas, que auspician esos manejos.
Nosotros no estamos lejos. Así es la apelación de un sector minoritario pero radicalizado de opositores en Argentina, que buscan arruinar al gobierno arruinando la cuarentena. Es decir, que juegan con fuego sin mayor pudor. Un inverosímil cuento acerca de que el gobierno liberaría presos indiscriminadamente -lo que está fuera de sus facultades, no sólo de sus propósitos- dio lugar a un poderoso ruido mediático, más un caceroleo empotrado en confundida indignación.
Es que las avivadas vienen de muchos sitios, jugando con el miedo y el cansancio sociales que se dan en el turbio repetirse del encierro. Así, aparecen los que prometen virtualidad "para siempre" y abrupto final de la escolaridad presencial, cuando no incluso del trabajo territorializado. Es el delirio realizado del gran capital: des-socializar la existencia social. Otros, apuntan a acostumbrar a la sociedad al encierro y la vigilancia en gran escala: algo así como un experimento de control poblacional en dimensión planetaria. Claro que no cuentan con que no nos acostumbramos. Y están esos jueces que, en la confusión del momento, liberan criminales de la dictadura: sobre ellos el caceroleo no estableció rechazo.
Para el gobierno nacional es difícil la situación económica, que es lluvia sobre el agua: recibió un país acosado por la deuda tomada en los últimos años, y ahora tiene que repartir como si los Reyes Magos hubieran pasado por el Banco Central. La cuestión es cuándo se podrá retomar la actividad económica. Paradojalmente cuanto mejor hacemos la cuarentena, más se aleja ese pico que permitiría relajar las medidas, siquiera de modo parcial. Pero habrá que iniciar: lo evidente es que áreas de la producción y la construcción podrán retomarse siquiera en parte, pero no será lo mismo para los servicios: bares, restaurantes, espectáculos, turismo. Todo ello -que mueve flujos económicos importantes- deberá esperar mucho tiempo. Y sus actores vivir de ahorros, de apoyo estatal, o de un súbito y casi imposible recambio de actividad.
También puede ser que esas actividades se retomen, con costo mayor para los usuarios. Bares con sillas distanciadas (y por ello menos personas), aviones con asientos mayoritariamente vacíos para que se usen sólo unos cuantos. Quizá por allí despunte una salida, para nada fácil de instrumentar, pero que seguro ha de explorarse.
Habrá que agudizar el ingenio y la audacia en este proceso, sin abandonar las medidas de protección. No es la cuadratura del círculo, pero algo de ello tiene: no hay punto arquimédico en esta inevitable tensión entre cuidado del contagio, y gradual reasunción de las funciones sociales. Pero estamos condenados no "al éxito", como mal dijera algún dirigente, sino a sostenernos en la incómoda estrechez de este brete histórico.-
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