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23 DE OCTUBRE DE 2024
El escritor murió en la madrugada del sábado y dejó tras si una vida cargada de obras y contradicciones. Para algunos su posición frente a la dictadura plantea un debate profundo sobre la relación entre la cultura y la política. Con la desaparición físisca del autor del prólogo del "Nunca Más" se abre la polémica. Aquí dos notas y dos puntos de vista.
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Sebastián Martínez Daniell*
Con ese dejo de pesimismo y amargura que trasluce lúcidamente su obra literaria, Ernesto Sábato se marchó de la vida pública argentina dejando detrás de sí los varios caparazones que lo arroparon durante su vida: la del prometedor científico y dirigente comunista; la del escritor reconocido; la del referente en temas políticos, y la del prócer casi centenario, algo olvidado y solitario, que se refugió en la pintura hasta encontrar la muerte.
Si el ejercicio de diseccionar una vida y descomponerla en partes fuese lícito, se podría decir que la existencia de Sábato evolucionó de fase en fase, y que cada etapa exhibía una cara distinta y una función social nueva que iban reemplazando a las anteriores.
La estricta biografía cuenta que el joven Sábato tuvo dos pasiones declaradas, de las cuales terminaría claudicando: las ciencias físicas y el ideario marxista. Y en el desarrollo de ambas fue brillante.
Como investigador de las radiaciones atómicas recibió becas para trabajar en París y en Massachusetts; como dirigente político fue secretario general de la Federación Juvenil Comunista, delegado en un congreso mundial realizado en Bruselas y uno de los pocos jóvenes argentinos llevados a Moscú para estudiar en las Escuelas Leninistas.
Sin embargo, poco después de cumplir los 30 años, una crisis existencial lo llevó a dudar de todos los dogmas (científicos y políticos) en los que había depositado su fe juvenil. Abandonó la física, se alejó del Partido Comunista y se refugió en las letras y la pintura.
Al tiempo que su repudiado primer peronismo terminaba de consolidarse como la principal fuerza política de la Argentina, Sábato terminó de quitarse los ropajes de su primera vida y adquirió una nueva armadura: la literatura.
Con la publicación del ensayo "Uno y el universo" perdió su condición de inédito. Pero la consagración le llegaría en 1948 con su primera novela, "El túnel", que fue motorizada por el cenáculo de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, con la anuencia de Jorge Luis Borges y una recepción aclamatoria, que hasta incluyó elogios del existencialista francés Albert Camus.
El resto de la historia es más o menos conocida. A partir de entonces, y durante tres décadas, Sábato se convertiría en una figura central de las letras argentinas. "Hombres y engranajes", "El escritor y sus fantasmas", "Romance de la muerte de Juan Lavalle", "Abaddón, el exterminador" y, especialmente, "Sobre héroes y tumbas", son algunos de los pergaminos que le ganaron un sitial de privilegio en la literatura argentina del siglo XX.
Si bien Sábato fue quedando, como casi todos los demás, paulatinamente a la sombra de Borges (quien hablaba cordial y respetuosamente de él en público pero lo mencionaba sarcásticamente en privado), la talla de su obra compitió durante unos treinta años a la par de las mejores plumas locales de la centuria: Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, Rodolfo Walsh, Julio Cortázar, Silvina Ocampo, el ya olvidado Eduardo Mallea y unos pocos más.
La década del '80 y el retorno de la democracia marcarían la tercera etapa en la vida del Sábato público. Hay dos fotos que sintetizaron esta época. Una, de 1984, lo muestra entregando el informe de la Conadep sobre la desaparición forzosa de personas.
Esta imagen es la que prefieren sus admiradores: la que lo eterniza como un símbolo de la defensa de los valores democráticos. La otra foto es anterior, de 1976. A su derecha están Borges y Jorge Rafael Videla. Se tomó durante un almuerzo que el cabecilla del golpe de Estado compartió con escritores.
Esta imagen es la que empuñan los detractores de Sábato para mostrarlo como un hombre de ideas débiles y contradictorias. Durante los años '80, ambas fotos eran habitualmente esgrimidas en los debates sobre el rol del intelectual en la Argentina. Pero lo cierto es que, casual o causalmente, la entronización de Sábato como figura de referencia política se fue dando de modo paralelo a su pérdida de peso como figura de referencia literaria.
De a poco, a medida que la democracia se fue asentando, la obra de Sábato fue perdiendo interés para los círculos de letras. Las nuevas generaciones de escritores no lo tenían como modelo, los críticos lo minimizaban, los académicos no lo tomaban en cuenta como material de estudio, y su propia producción literaria fue mermando: cada día publicaba menos con un impacto cada vez menor.
Su voz era cada tanto buscada por los medios, pero no para hablar de literatura, sino para que despotricara contra lo que él llamaba la "atrocidad" de las políticas neoliberales. Lo cierto es que Sábato fue perdiendo su lugar canónico en las letras argentinas, y su retiro en Santos Lugares, donde empezó a dedicarse íntegramente a la pintura, comenzó a ser el de un hombre apartado del mundo.
Esta fue la cuarta existencia de Sábato. La del escritor cuyas obras empiezan a ser olvidadas. Es cierto que mantuvo hasta sus últimos días cierto bronce ganado con glorias pasadas, pero sus textos ya no los veneraba casi nadie, tenían pocos nuevos lectores y escasísimos estudiosos.
La quinta vida del escritor comenzó este 30 de abril de 2011 y será póstuma. En los próximos días, ante la herida fresca de su muerte, se escucharán panegíricos y repasos exhaustivos sobre su vida, su obra y su figura. Quizás alguien recuerde que alguna vez escribió que "vivir consiste en construir futuros recuerdos".
Pero una vez que se apaguen los fuegos fatuos del funeral, sólo el tiempo dirá si su recuerdo lo presentará en la memoria colectiva como ese hombre brillante, polémico, ambiguo, pesimista y contradictorio que supo sobresalir en la historia reciente de la Argentina, o si será desplazado a un lugar secundario del canon cultural.Pero, aún en el peor de los casos, ya puede decirse que
su obra no será olvidada en la fosa común del olvido.
*Sebastián Martínez Daniell es periodista y escritor. Es autor
de las novelas "Semana" y "Precipitaciones aisladas", y de varios
relatos que integran antologías de narrativa argentina contemporánea.
Sábato o el reacomodamiento situacionista
Ernesto Espeche*
El 15 de diciembre de 1983, menos de una semana después de asumir la presidencia, Raúl Alfonsín dictó el decreto 187 que estableció la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Tenía la expresa responsabilidad de investigar las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar. En la Comisión estaban, entre otros, el cirujano René Favaloro, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y el escritor Ernesto Sábato.
El periodista Ulises Gorini dijo en su obra sobre la historia de las Madres de Plaza de Mayo que la mayoría de aquellos “notables” pertenecía a una variada y compleja franja de la población que, tras haber avalado en términos generales la “lucha anti-subversiva” –el genocidio-, se habían sumado tardíamente a la condena de la dictadura. “Incluso algunos habían prestado servicios al régimen, como Ruiz Guiñazú, encargada de prensa del Ministerio de Economía, o integrando la delegación que había concurrido a Malvinas después del desembarco argentino, como René Favaloro”.
Sábato era, entonces, la expresión de los que habían pensado que los militares habían venido a poner orden al caos del gobierno de Isabel Perón y la acción de la guerrilla, y en algún momento comenzaron a percibir la “desproporción” de la respuesta del régimen dictatorial, la “desviación de la legalidad” en la utilización de los métodos represivos, los “excesos” y las “víctimas inocentes”.
Los “notables” de la llamada etapa de la transición a la democracia forjaron y acompañaron la construcción de la memoria oficial. El filósofo José Pablo Feinmann hace referencia a esa lamentable funcionalidad: “el referente es alguien a quien la sociedad coloca en determinado lugar (…) Se trata de un pacto. La sociedad se reconoce en el referente porque éste reconoce a la sociedad, expresándola, el referente cree, no solo en la sociedad, sino muy especialmente en sí mismo. Cree que su palabra es necesaria (…) de aquí que siempre debe pronunciarla (…) Adquiere con el tiempo un aura de santo. Los valores de la sabiduría y la santidad lo constituyen (…) La sociedad le exige la palabra sabia, orientadora”.
Desde este enfoque, puede valorarse el papel jugado por Sábato en un momento clave de la historia reciente. “El prólogo del Nunca Más incurre en la exaltación del punto medio”. Así “se dibuja un país inocente que es asolado, herido desde los extremos: el extremo izquierdo y el extremo derecho. El referente mira y juzga desde el medio. El punto medio es el punto de la inocencia. Los demonios son los extremos”.
Con la creación de la comisión, Alfonsín eludió la responsabilidad de poner a cargo de las indagaciones e investigaciones al Parlamento, tal como lo habían solicitado los organismos de derechos humanos. Su tarea era desarrollar su investigación en un plazo perentorio de 180 días, según lo expresado por el decreto, “de modo de evitar que la dolorosa necesidad de investigar estos hechos sustraiga, más allá de
cierto lapso prudencial, los esfuerzos que deben dirigirse a la tarea de afianzar en el futuro una convivencia democrática y respetuosa de la dignidad humana”.
Estaba en juego el canon de la memoria colectiva. Más allá de la repercusión pública de la Conadep, inseparable de su labor de denuncia del terrorismo de Estado, no se puede ocultar que su discurso imponía una interpretación de los hechos del pasado reciente que se sintetizaba en el mito de los dos demonios, una interpretación que no era la del poder militar, pero tampoco la del movimiento de derechos humanos.
Gorini explica que “el prólogo del Nunca Más, escrito por un hombre de sinuosa actuación bajo el régimen dictatorial, establecía una relación directa entre el genocidio y la actuación de los grupos armados de la izquierda más radicalizada de la década del setenta”. Durante esos años, sostenía Sábato, “la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto de la extrema derecha como de la extrema
izquierda”. Semejante afirmación no fue el resultado de alguna investigación efectuada por la Comisión, sino que era una estricta evaluación política del escritor, en sintonía con el discurso oficial.
La idea de terrorismo incluía, en el informe, a las organizaciones armadas de la izquierda. El terrorismo, agrega Gorini, es una categoría que “se aplicaba a experiencias históricas diversas y servía para manipular identidades complejas, que de ningún modo eran equiparables, ni siquiera comparables. No bastaba que Sábato dijera que el terrorismo de Estado había sido infinitamente peor que el otro. No había
comparación posible”.
El periódico de las Madres de Plaza de Mayo reflejó el informe Sábato con el título “Las trampas del Nunca Más”.
En él se consignó que si bien la información recogida por la comisión revelaba que un porcentaje considerable de las víctimas de las desapariciones no eran guerrilleros, este aspecto no aparece considerado
en el informe. Se había omitido indagar sobre la militancia de los desaparecidos y las causas de las desapariciones. La contracara de la demonización de los militantes de los setenta es, en el Nunca Más, la despolitización de los desaparecidos en la figura de la víctima. El sadismo, la perversión y la locura explicaban la extensión de la represión hacia las “víctimas inocentes”. Por otra parte ¿cómo justificar la idea de que el terrorismo de Estado fue la respuesta a otro terrorismo cuando se conocía que un alto porcentaje de los desaparecidos no estaba involucrado con la lucha armada?
El escritor Osvaldo Bayer fue quien planteó de manera más frontal una polémica con Sábato. En un artículo publicado en el periódico de las Madres de Plaza de Mayo en enero de 1985, Bayer habló del “reacomodamiento situacionista” del autor de “Sobre héroes y tumbas” al recuperar sus palabras del 19 de mayo de 1976: “el general Videla me dio una excelente impresión, se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”. Sábato, agrega
Bayer, “sabía muy bien qué efecto podían ocasionar sus palabras en los lectores, precisamente en uno de los meses de represión más bárbara de este general de amplitud de criterio”. Pero “¿por qué exigir otra cosa de Sábato? Sábato es el representante intelectual legítimo de nuestra clase media.
Hoy, precisamente, es el héroe porque esa, nuestra clase media, se ve reflejada en él plenamente: sus fantasmas, sus miedos, sus exitismos, sus necesidades de verse premiada, su capacidad de remordimiento. Pasa alegremente, sin ningún problema de la más trágica de las dictaduras a un país con libertades, sin haber sacrificado ni una lágrima”.
Años más tarde, al cumplirse 30 años del golpe genocida, el gobierno de Néstor Kirchner reeditó el prólogo del Nunca Más. El nuevo relato resultó de otra configuración de la memoria oficial, asentada en la memora y la verdad, y en una política de efectiva justicia. Se trata de un texto que desarmó los fundamentos esenciales del informe Sábato y que contó con el unánime apoyo del movimiento de derechos humanos.
Las corporaciones mediáticas, políticas y empresarias se opusieron a los nuevos argumentos e intentaron –casi desde el ridículo- sostener la paternidad simbólica del alfonsinismo en la defensa de la democracia y los derechos humanos. Acusaron al oficialismo de tener una “actitud revanchista” y de “menospreciar los enormes esfuerzos realizados en pos de una verdadera pacificación nacional”.
No resulta extraño, entonces, que quienes confrontan las políticas actuales en materia de justicia y ampliación de derechos sean los mismos que subieron a Sábato en el pedestal de la ética democrática.
*El autor es Doctor en Comunicación de la UNLP, director de Radio
Nacional Mendoza, docente e investigador de la UNCuyo, director de la
Licenciatura en Comunicación Social de la UNCuyo
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