Una revista chilena tomó la decisión de no usar photoshop en sus artículos sobre moda y belleza. Es una decisión tan necesaria como aislada, en un mercado que adapta el modo en que se ve la realidad a sus propios intereses comerciales y que impone a las mujeres la búsqueda de ideales de belleza inalcanzables.
El retoque digital de las fotos es una técnica naturalizada en las redacciones de todo el mundo. Mas allá de la posibilidad de dar definición o claridad a una imagen difusa u oscura, el photoshop es una herramienta para distorsionar la realidad. Algunos países y medios se permiten
colocar y quitar digitalmente personas o cosas de las fotos originales según convenga políticamente a quien lo hace, pero el uso más extendido, afianzado y nocivo es la alteración de los rostros y los cuerpos de las mujeres en los medios porque, a diferencia de la modificación con fines políticos, que suele ser efímera y hasta contraproducente para quien la realiza, la intervención en el cuerpo femenino tiene un efecto más inconciente y duradero.
La Revista Ya, del diario chileno El Mercurio, tomó la decisión de no volver a utilizar el photoshop en su sección de moda y belleza, por una cuestión de coherencia: si las notas sobre mujeres relevantes de la academia, la política y el empresariado destacaban las capacidades, experiencias y conquistas de las entrevistadas, ¿cómo se justificaría la modificación de las imágenes de las modelos para adecuarlas a esos mismos estereotipos que había que superar? El cambio fue difícil, narraba a la BBC la editora de la revista, periodista Paula Escobar Chavarría, ya que las agencias de modelos habían trabajado por décadas con quinceañeras extremadamente delgadas. Revista Ya creó entonces, inspirada en iniciativas nacidas en las capitales mundiales de la moda, la Campaña de Buenas Prácticas. Explicaba Escobar Chavarría: "En una iniciativa de autorregulación inédita en Chile, nos comprometimos en nuestra páginas editoriales a contratar modelos mayores de 18 años y con un índice masa corporal sobre 18,5, que es lo establecido internacionalmente como un peso normal, certificado por un médico; a no utilizar el Photoshop para alterar la imagen real de las personas; y a promover la reflexión sobre la imagen de la mujer en los medios, a través de un seminario anual y foros con mujeres líderes de los medios en nuestro país".
El daño real de una belleza imposiblePocas cosas son más simples para un medio visual que modificar un rostro o un cuerpo. "Se llama maquillaje digital", señala el fotógrafo de
Edición UNCUYO, Axel Lloret. "Es muy fácil de usar, limpia la imagen y modifica el color de toda la cara, salvo los ojos y los labios, que se trabajan aparte", detalla. Esta facilidad atenta contra el criterio en el uso. Todos los rostros se hacen más tersos e inmaculados, los ojos parecen más grandes y brillantes, los labios se ven más carnosos. Los cuerpos se hacen más altos y delgados, las pieles lucen un suave bronceado en cualquier momento del año. Decenas de sitios web resaltan los errores cometidos en esas fotos tan modificadas que las caras se vuelven irreconocibles y se pierde todo sentido de proporción entre cabeza, torso y piernas. Aun así, la idea de que la delgadez extrema y la tersura absoluta son posibles se escabullen en las mentes adolescentes y causan enormes sufrimientos.
La doctora en Educación Jean Kilbourne lleva décadas en el estudio crítico de la publicidad. En
el video más reciente de la serie Killing Us Softly (Matándonos suavemente), Kilbourne explica cómo opera la publicidad sobre la imagen que las mujeres tienen de sí mismas:
"¿Qué nos dice la publicidad acerca de las mujeres? Nos dice que lo más importante es cómo nos vemos. (...) Las mujeres aprendemos desde una edad muy temprana que debemos gastar enormes catidades de tiempo, energía y, sobre todo, de dinero para tratar de conseguir esta imagen, y sentirnos avergonzadas y culpables cuando fracasamos. Y el fracaso es inevitable, porque el ideal se basa en la impecabilidad absoluta: ella nunca tiene manchas o arrugas, ni cicatrices o lesiones; ni siquiera tiene poros. Lo más importante de esta impecabilidad es que nadie puede alcanzarla; nadie se ve así, ni siquiera ella. La supermodelo Cindy Crawford dijo una vez: 'Ojalá yo me viera como Cindy Crawford'".
Kilbourne avanza en su profundización hacia la idea de que estas alteraciones en la imagen de las mujeres con fines publicitarios representa una cosificación de las personas. El primer paso hacia la violencia sobre cualquier grupo, explica, es deshumanizarlo.
El ideal extremo e imposible que se impone como estereotipo de belleza a través de la manipulación de las imágenes lleva además a miles de mujeres con rostros y medidas que no pueden ser otra cosa que reales, a vivir en constante conflicto con sus cuerpos y con una baja valoración de sí mismas. Los desórdenes alimentarios, la cirugías estéticas entendidas como necesidad y otras conductas que tienen su eje en la imagen están relacionadas con esa forma particular de maltrato simbólico que es la promoción de estereotipos. Una más de las formas que toma la violencia simbólica contra las mujeres.