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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Un sociólogo y una filósofa compartieron con Unidiversidad aquellos aspectos que, disfrazados de éxito, tratan de moldear a las nuevas generaciones de trabajadores/as. Dos miradas críticas en tiempos de inmediatez y productividad.
Imagen ilustrativa publicada en findyourcontext.education
Un período “bisagra”, caracterizado por el paso hacia el siglo 21, marcó su nacimiento. Fueron cambios vertiginosos, tecnologías que terminaron por colarse en todos los aspectos de vida cotidiana, aliadas a un mercado de consumo cada vez más exacerbado y empañado de rasgos de apariencia. La generación llamada “millennials”, jóvenes que hoy tienen entre 18 y poco más de 30 años, no concibe la vida sin un aparato electrónico en mano; pues saben a ciencia cierta los vericuetos de las imágenes que sobre ellos se van plasmando en las redes sociales.
Muchos/as -aunque no todos/as- conciben como positiva aquella ecuación lanzada desde la cúspide de la mercadotecnia y la publicidad para ganar trabajadores fieles y acérrimos profesionales esforzados en “dar lo mejor de sí para lograr un objetivo”. Creen -muchos de ellos y ellas- que autogestión, trabajo a destajo y buena imagen serán equivalentes al éxito personal; claro, en la medida en que la mirada externa siempre sea positiva aunque por dentro las lágrimas busquen escurrirse por algún insospechado sendero del alma.
Es que hoy, cuando el mundo del consumo ha desplegado sus ciernes en casi todas las culturas y convicciones, los más jóvenes –esos y esas que conforman la cadena productiva incipiente pero eficiente para las grandes empresas- parecen moverse en un plano virtual en el que siempre se esboza la mejor sonrisa y se enrostra cada meta lograda. Porque en el mundo de la imagen, “lo que se ve bien, entonces vale”.
Ahora bien. De manera tímida y casi cuestionando los paradigmas vigentes aparece una corriente que de alguna u otra forma cuestiona el mandato social de estar y verse siempre bien y mostrarlo, o trabajar en casa, aún sin haber dormido o con un sándwich en el estómago para no ocupar tiempo en algo más que no sea producir. De hecho, quienes apuntan al sentido humano del ser, como tal, entienden que hay fenómenos sociales que van más allá de una edad o generación determinada.
Para el sociólogo Leandro Hidalgo la realidad es que si bien a la generación millennial la asociamos (en términos generales) con el uso de la tecnología, con los nuevos dispositivos, con lo digital, “existen episodios culturales de la actualidad que se expanden hacia personas que tienen más de cuarenta años, incluso más de cincuenta, o sesenta años”.
Desde su punto de vista, “la reverberación que ha inventado el consumo ha extendido sus efectos por todas las generaciones, edades y estratos sociales”. Dice Hidalgo en este sentido: “Una sociedad que todo vuelve espectáculo, que todo vuelve imagen, que sólo desea lo que no dura, está condenada a vivir en simulacro la realidad”.
Sometimiento disfrazado de libertad
Su mirada crítica a cerca de los actuales procesos sociales, incluso, va más allá. Concibe que “el sometimiento de hoy tiene una máscara. Y algo peor, está disfrazado de libertad”.
“Si pensamos en las formas de dominación ejercidas sobre un esclavo, sobre un patrón del siglo XIX, sobre un obrero fabril de principios del XX, serán muy distintas de la que recibe hoy un internauta que escribe comentarios en diarios digitales, o la de un empleado cualquiera”, reflexiona el sociólogo y aclara que la diferencia está en la representación que se hace de sí misma la persona que es explotada.
Así, quien es explotado/a, en realidad piensa que es libre. “Cree que se está realizando cuando en verdad está exhausto y estresado, porque cree que en verdad elige cuando busca una serie y cuando cree que es libre porque no compra una cosa y compra la otra”, advierte el profesional.
La ironía de los “autoexplotados”
Alejandra Olaiz, profesora de filosofía y maestranda en estudios latinoamericanos de la UNCUYO analiza el fenómeno de la llamada “generación millennial” desde la estructura misma del capitalismo. Se remonta, por ejemplo a Karl Marx para traer a colación el término de plusvalía. “Esta noción puede ayudarnos a comprender los coletazos del capitalismo y la construcción del sujeto millennial. Para el capital las personas somos mercancías vivas que necesitamos subsistir, es decir, reproducirnos y es en esta reproducción donde entra la productividad”, detalla e ilustra que en base a esta concepción, “mientras más preparadas estén las personas, mejores mercancías serán”.
Y es que –continúa Olaiz- en esa misma reproducción individual es que entran en juego las horas de sueño, la comida, el ocio, la preparación económica, e incluso, la sexualidad. En síntesis, todas aquellos pulsos básicos para la vida.
“El emprendedurismo y el trabajo freelance son modos de auto explotarnos, porque yo soy mi propio/a jefe/a”, reflexiona la profesional y explica que hoy, ya no se trata de esos obreros explotados, malnutridos, de la Inglaterra del siglo XIX, sino que son personas insertas en una competitividad voraz, donde todo se compra y se vende, donde las personas somos mercancías.
La filósofa retoma conceptos académicos acuñados previamente sobre el tema para explicar que es en este sentido en que la sociedad necesita de este debate en todas las esferas que integren además, los aspectos político y económico.
En el mismo sentido, Hidalgo considera que “cuando la dominación reviste la forma de la libertad, entonces tiene el camino allanado. Hoy descubren la psique como una fuerza más de producción, venida del centro de un modelo sociopolítico que avanzado el siglo XXI nos necesita enteros. Nos sobre exige, nos demanda, nos optimiza al cien por ciento, pero haciéndonos creer que es lo que nosotros deseamos”, analiza desde una mirada crítica el sociólogo mendocino.
El hecho de que las empresas multinacionales que “apadrinan” todos los negocios a nivel mundial ofrezcan a sus trabajadores/as todas las condiciones favorables (el abanico puede ir variar entre juegos, capacitaciones, talleres, períodos de descanso y hasta momentos de relax) para que permanezcan en sus instalaciones el mayor tiempo posible, también es un aspecto que –para Hidalgo- nutre la concepción de la nueva producción.
“Hacen negocio con la motivación y el vacío. Esto se llama ludificación social”, define el académico y recuerda las tendencias actuales, en las que se busca el liderazgo a costa de lo que sea.
Dice Hidalgo que los artefactos electrónicos también han aportado su cuota para diseminar la productividad las veinticuatro horas del día: mensajes constantes, grupos de whatsapp, computadoras, teléfonos inteligentes, internet aparecen por todos lados. “Respiramos una hiperrealidad. Se mixturó todo. Comercio con mercado y con política. Y ya nadie tiene que vigilarnos desde una torre, o un estrado. Nosotros solos nos ofrecemos a ser vistos, porque queremos ser mirados, ser leídos, de alguna forma también queridos y admirados”, critica al referirse a la realidad cultural y social actual.
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