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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Algunos apuntes mezclados sobre las primeras películas de Favio, sobre la intimidad de la tristeza en sus películas y sobre lo que nunca podremos expresar.
Leonardo Favio
Todo es peor sin Favio: todo. El cine, la música, el peronismo, la poesía, los pañuelos de seda, Luján de Cuyo, los travellings larguísimos, los boxeadores, Elsa Daniel, los enanos, Graciela Borges, Piquín, Bebán. Todo lo que sigue vivo, es peor sin Favio. Incluso la tristeza que sentimos por su muerte, es una tristeza sin Favio, y no tiene sentido.
Los diarios de otros países decían que había muerto un cantante popular importante de la Argentina; los diarios argentinos decían que había muerto el más grande director de cine. Se podría decir también que murió un gran actor de mediados de los 50. Favio era todo eso, pero era también un tipo bastante inclasificable por la crítica.
En 1965, cuando aparece su primer largometraje, Crónica de un niño solo, se lo quiere asociar a la nouvelle vague por su parecido a Los 400 golpes de Truffaut que tiene 6 años más. Por otro lado, las similitudes son tan obvias que era imposible eludir la tentación de hermanar a Favio con Truffaut. Las dos películas tratan sobre la vida de un niño que es abandonado en orfanatos y es golpeado por la vida. Las dos historias son autobiográficas. Truffaut es hijo cinematográfico de André Bazin; Favio, de Torre Nilson, a quien le dedica su primera película.
Por entonces, en Argentina estaba también naciendo lo que se llamó “La generación del 60”, y que incluía a muchos directores que empiezan con un cine narrativamente moderno.
Favio no se siente parte de ninguna de estas corrientes independentistas, y declara:
“No tengo nada que ver con ellos, ni en lo intelectual ni en lo sentimental ni en lo económico. Yo tengo otro concepto, creí siempre en el cine industrial, el de Hugo del Carril y Lucas Demare. Yo entiendo el cine nacional con acercamiento a lo popular”
(en La memoria de los ojos, de Martin Wain, sobre la filmografía de Leonardo Favio).
Crónica de un niño solo es la primera de una trilogía de películas en blanco y negro. La que le sigue es Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más, más conocida, por obvias razones, como El romance del Aniceto y la Francisca, de la cual luego el mismo Favio hiciera una versión danzada a modo de autohomenaje antes de morir.
La película está protagonizada por una hermosísima Elsa Daniel, antes la musa de Torre Nilson en películas como La casa del Ángel, La Caída o La mano en la trampa, pero nunca tan bonita como en esta película; y por Federico Luppi. Si bien Luppi está muy bien en la película, nunca dejo de pensar qué bien hubiera estado Palito Ortega. Y es que Favio le ofreció el papel a Ortega y le insistió mucho para que aceptara. Sin embargo Ortega, con su enorme capacidad para alejarse de cualquier manifestación de arte, se negó. Si uno ve la película hoy, pensará que la elección realmente era buena, pero a Palito Ortega nunca le interesó lo popular sino más bien lo masivo, algo que las búsquedas de Google o de YouTube no entienden. Pues cada vez que uno busca algo sobre Leonardo Favio, aparece asociado indefectiblemente a Palito Ortega o Leo Dan, como si pertenecieran, realmente, al mismo universo.
La tercera película de esta trilogía es El dependiente, y es mi favorita de toda la filmografía de Favio.
El dependiente es la película en la que Favio encuentra esa voz propia que luego seguirá en toda su carrera. Un pueblo pequeño y apático, un personaje condenado por su propio carácter, por su propia ambición. Los personajes de Favio habrán perdido desde los títulos mismos de la película, estarán condenados al fracaso, y sin embargo, aun sabiendo eso, no dejarán de soñar con lo que no pueden. Esto se repite en todas sus películas y será tal vez más evidente que nunca en Soñar Soñar, la favorita de Favio.
Pero además en El dependiente se nota más que nunca que su virtuosismo no es nunca una búsqueda formal. Lo que hace Favio es echar mano de los instrumentos del cine para contar una historia, nada más, y por eso huye de las corrientes esteticistas.
El travelling larguísimo del final de El dependiente no es una proeza cinematográfica, o sí, pero después. Su intención era mostrar el pueblo indiferente a la muerte de dos personas en un sótano, mostrar el contexto necesario para que esa historia sucediera.
Es clarísimo que las proezas estéticas no le interesan porque unos segundos antes de empezar el travelling perfecto, vemos un momento en el que Fernández toma una caja que dice “Veneno Fulminante Extra”, y desparrama el contenido de la caja sobre la sopa que tomará con su mujer.
El gesto es rarísimo y digno del Coyote y sus instrumentos marca Acme. Solo Favio puede mezclar esa imagen, que cualquiera calificaría de torpe y no pasaría el control de calidad de ningún festival de cine en la actualidad, con un travelling virtuosísimo hecho en un Citroën 12V.
El veneno y el travelling son parte de la misma escena y pueden verse acá:
http://www.youtube.com/watch?v=VS-0daIcKsk
Después vendráJuan Moreira, en un momento en el que proliferaron las películas históricas malas. Hasta Torre Nilson realizó una muy dudosa versión de la vida de San Martín con El Santo de la Espada, después de hacer una gauchesca con Martín Fierro, en esos mismos años. En ese contexto, Favio filma Juan Moreira, una gauchesca histórica, y demuestra que incluso siguiendo la tendencia de la época, tiene una forma propia de contar las historias y de dirigir actores (es la mejor actuación en la carrera de Rodolfo Bebán hasta hoy).
Una decisión importante que toma Favio en esta película, y que la tomará siempre desde entonces, es la de apartar la cámara ante el sufrimiento de su personaje. Ese gesto de protección y pudor ante el sufrimiento y la muerte, se extraña enormemente hoy, ante la violencia explícita que ostentan muchos directores como marcas personales.
Y la tristeza, esa tristeza que va a aparecer con mucha fuerza en Nazareno Cruz y el Lobo, en Soñar soñar y en Gatica, el mono. Porque la tristeza es una marca personal de Favio, pero no es la tristeza miserabilista de Ripstein, ni la tristeza bonachona de Campanella, ni la tristeza simplista de Sorín. Es una tristeza profunda ante la inevitabilidad de la muerte, esa que nos acompaña siempre pero que sin embargo nos deja vivir y soñar. Esa que sentimos ahora que se fue Favio y que nunca podremos expresar del todo.
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