Menopausia: una guía de supervivencia para derribar el tabú
Con ese objetivo, Unidiversidad consultó a cinco profesionales y a tres mujeres que están en esta etapa. Una crisis vital, más allá del fin de la fertilidad.
Las profesionales destacan que esta es una etapa para barajar y dar de nuevo, para redefinir el proyecto de vida. Foto: Silviarita/ Pixabayy
“Tirá los tampones, las toallas sanitarias. Hacé una hoguera con ellas en el patio de tu casa. Desnudate. Bailá la danza ritual de la madurez. Y sobreviví como sobreviviremos todas”. Así culmina el poema que la escritora nicaragüense Gioconda Belli le dedicó a la menopausia como una forma de derribar el tabú, de correrse de los estereotipos que la asocian con la vejez en lugar de entender que es más que el fin de la fertilidad, que es una crisis vital, la oportunidad para redefinir o descubrir el proyecto de vida y decidir cómo y con quiénes transitarlo.
Como suele suceder con el arte, Belli tenía razón: la menopausia es un tema tabú del que se habla poco y se pregunta menos, como si fuera el fin y no una etapa más de la vida. La buena noticia es que algo está cambiando: como antes pasó con la menstruación, hoy se abren espacios en consultorios, en las redes sociales y en los medios de comunicación que buscan dejar atrás los silencios.
La jefa del Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Universitario, especialista en climaterio y Osteología, Fabiana Sayegh, es una de las que intentan derribar el tabú. Aconseja a las mujeres desdramatizar y reírse de sí mismas, y no preocuparse, sino ocuparse. No lo hace solo desde su saber, sino también desde la práctica: ella misma atraviesa el proceso y comparte sus vivencias con las pacientes.
¿Qué le diría a una mujer que está en esta etapa? Ella responde: “Que no se preocupe y que disfrute de la vida. Que si tiene muchos síntomas, consulte, que la vamos a medicar. Si no, que es una etapa más, que aproveche si tiene que pensar algunas cosas, como un momento de reflexión personal. De repente, una tiene la certeza de que ya vivimos bastante, pero nos queda mucho por vivir, entonces es vivirlo de la forma en que queremos”.
Gabriela (47), periodista, dice que existe un tabú que es necesario erradicar. Cuenta que no sabía nada sobre el tema, que su mamá nunca dijo la palabra "menopausia" y que algunas mujeres en su entorno no aceptan o directamente niegan pasar por el proceso.
¿Cuál es la razón de que, aún hoy, este tema siga siendo tabú? Gabriela da sus razones. “Siento que estamos muy acostumbradas a bancarnos lo que nos pasa: si te duelen los ovarios, tenés que ir lo mismo a trabajar; ahora estás sintiendo todo esto, bueno, bancátela. No, no es 'Bancátela', es 'Parate y fijate qué te pasa'. No quiero sentir más estos calores, no importa si la casa se me cae, tengo que hacer una hora de gimnasia, alimentarme mejor porque quiero estar bien. Creo que es un replanteo que no todas las mujeres se están permitiendo”.
Con la idea de derribar el tabú, Unidiversidad consultó a un grupo de profesionales y a tres mujeres que llegaron a esta etapa. Sus conocimientos y relatos son el insumo de esta especie de guía de supervivencia.
No dramatizar y reírse de sí mismas fueron los consejos de la jefa del Servicio de Ginecología del Hospital Universitario, Fabiana Sayegh. Foto: Unidiversidad
Fin de un ciclo
La menopausia, palabra formada por los vocablos griegos mēn (menos) y pausis (cesación), marca el fin de la etapa de fertilidad, que en promedio se produce entre los 50 y 52 años. El diagnóstico se realiza en forma retrospectiva, cuando ha pasado un año desde que una mujer dejó de menstruar.
Las féminas, explica Sayegh, nacen con todos los óvulos que utilizarán a lo largo de su vida, unos 250 mil; cada mes, unos quince intentan crecer, aunque solo uno se ovula y es con ese con el que puede quedar embarazada. Es decir que durante la vida “gastamos” esos folículos. Cuando la reserva es baja, declina en forma abrupta la fertilidad (entre los 37 y 38 años), y cuando se termina, comienza la menopausia.
A diferencia de las mujeres –dice la médica–, los varones no nacen con todos los espermatozoides que “gastarán” a lo largo de su vida sino que los fabrican cada tres meses. Por eso, si bien tienen una declinación hormonal con la edad, es mucho menos abrupta que la de ellas.
Sin estrógenos
Teniendo en cuenta el consejo de la especialista de no dramatizar, compartimos un resumen de los síntomas que pueden aparecer. Si pasás de transpirar como si estuvieras en el Caribe (sin mar y sin palmera) a congelarte como si estuvieras en la Antártida; si un segundo sos Heidi y al siguiente sos Violencia Rivas; si tu cuerpo cambia de forma de pera a forma de manzana; si pasás de tener una vida sexual aceptable a sentir dolor con las relaciones o tenés menos deseo que el potus que adorna el balcón; si por primera vez entendés lo que significa el insomnio; si un día personificas la alegría y al siguiente llorás y llorás, no, no estás loca: es la falta de estrógeno.
No todas las mujeres tienen síntomas. De acuerdo a las estadísticas, el 70 % tiene calores o sofocones, que persisten entre 3 y 4 años (el 50 %), más de 5 años (el 25 %) o toda la vida para un porcentaje mínimo. Le siguen el síndrome genitourinario (el 30%), es decir, molestias o dolor durante las relaciones sexuales, sequedad, infecciones urinarias y disminución de la libido (el 30%), es decir, del deseo sexual. A esto se pueden sumar insomnio, cambios repentinos de estados de ánimo, modificación en la distribución de la masa corporal e incremento de peso, entre otros.
¿Cuál es la razón de estos síntomas, qué le pasa al cuerpo? Se queda sin estrógenos, explica Sayegh. Se trata de la hormona que fabrica el ovario y que cumple infinidad de funciones, entre ellas, la fertilidad, es decir, preparar el endometrio para un embarazo. Hace mucho más: mantiene el equilibrio entre la pérdida y la formación de hueso nuevo; por eso, en esta etapa, una de cada cuatro mujeres puede tener osteoporosis; también preserva la humectación de las mucosas y la piel gruesa, por eso se puede “adelgazar” la piel de la vulva y la vagina; es responsable del colesterol bajo, por eso aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares. La hormona también modula funciones cognitivas, lo que explica la variabilidad emocional, la labilidad sin mucho control, el “sentirse que no son ellas” que relatan algunas pacientes.
En cuanto a los sofocos, Sayegh explica que existen varias teorías y comparte la que más le gusta: la bajada de estrógenos altera un neurotransmisor en el cerebro que es la noradrenalina, que controla los umbrales de la temperatura, que en esta etapa se acercan. Por eso, el cuerpo pone en marcha mecanismos de compensación cuando en realidad no los necesita, lo que provoca el sofoco primero y el escalofrío después.
Cuando los síntomas afectan la vida cotidiana, Sayegh dice que es importante consultar y, si es necesario, medicar, aunque asegura que no todas realmente lo necesitan. Por eso, dice que en esta etapa es imprescindible que el profesional haga una escucha atenta, que entienda –por ejemplo– si la reducción de la libido se debe a la alteración hormonal o a que existe un problema de pareja.
Si la mujer necesita medicación, existen diversas terapias de reemplazo hormonal, que básicamente aportan esas hormonas que faltan, aunque su administración debe estar controlada porque tienen contraindicaciones; por ejemplo, para quienes tuvieron cáncer de mama. Además, solo se prescriben para acompañar el proceso porque no se pueden administrar durante un tiempo prolongado. También existen tratamientos con base en productos naturales.
La nutricionista Nazarena Asus explicó que en esta etapa hay que prestar atención al consumo de proteínas y de calcio. Foto: Unidiversidad
Síntomas molestos
Gabriela (47), periodista; Cecilia (53), artista, e Hilda (68), terapista floral, se ubican dentro del porcentaje de mujeres que tienen síntomas molestos. Cuentan que en un primer momento pensaron que las menstruaciones espaciadas se debían a irregularidades o a un embarazo, y que solo las asociaron con la menopausia cuando aparecieron los sofocos, episodios de insomnio y cambios de humor. Todas consultaron y lograron reducir los síntomas: algunas, con medicamentos, con terapias naturales, y otras, con cambios en la alimentación y la actividad física.
Gabriela relata que no lo vive en forma traumática por ser el fin de la fertilidad, pero sí en el sentido de los cambios físicos. Primero fueron los calores, que la despertaban a cualquier hora de la noche, transpirada; eso hacía que no descansara, lo que comenzó a ser difícil a la hora de enfrentar el día. El punto de inflexión –explica– fue el día que tuvo un sofoco durante una reunión de trabajo: sintió vergüenza, se puso nerviosa, colorada. Fue horrible –resume–, por lo que decidió buscar ayuda.
Consultó al médico, que no le explicó el proceso ni la razón de los síntomas, pero fue claro al expresarle que, como tuvo cáncer de mama, no podía prescribirle ninguna terapia de reemplazo hormonal, ni siquiera las naturales, porque no existían evidencias de que no aumentaran la cantidad de estrógenos. En cambio, le indicó hacer una hora de gimnasia al día y cuidar la alimentación, es decir, menos café, menos alcohol y cenas livianas. En poco tiempo sintió la diferencia, ya que los sofocos se redujeron en frecuencia e intensidad, y se producen más en el día que en la noche.
Cuando comenzaron a mermar las menstruaciones, a sus 43 años, Cecilia pensó que se debía a que estaba embarazada o a irregularidades del ciclo, pero cuando el cambio se extendió en el tiempo, acudió a la ginecóloga, que le confirmó que estaba en un proceso de menopausia anticipada. Le explicó los cambios que experimenta el cuerpo y a qué se deben los síntomas, y la acompañó aun en la pandemia a través de videollamadas.
La artista dice que los dos síntomas que más la afectaron fueron los calores, que la ponían nerviosa, especialmente en su ámbito laboral, y que no la dejaban descansar bien, y los cambios en los estados de ánimo, la impulsividad e irritabilidad. Le prescribieron un medicamento, pero debió suspenderlo porque le produjo efectos adversos.
Frente a esta imposibilidad de medicación, la ginecóloga le hizo un plan nutricional, le pidió que redujera el café, que no fumara, y le aconsejó hacer deportes. Comenzó con caminatas y al poco tiempo mermaron los síntomas, en especial los calores.
Dos pilares: alimentación y deportes
La nutricionista Nazarena Asus, del Hospital Universitario, explica que hay dos aspectos a considerar en esta etapa: el aporte de proteínas y de calcio, porque con la edad se pierde masa muscular, tejido óseo y capacidad de absorción del calcio.
En cuanto a las proteínas, recomienda distribuir la ingesta a lo largo del día de manera proporcional, en el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Por ejemplo, consumir leche, yogur, queso, huevo, carnes, cereales y legumbres como lentejas, porotos o garbanzos en cada comida.
En cuanto al calcio, recomienda consumir al menos tres porciones de lácteos al día para llegar a los 1000 miligramos requeridos, teniendo en cuenta que un vaso de leche ronda los 220 miligramos, y una porción de queso cremoso, los 250. Si se dificulta llegar a esa cantidad, se pueden consumir yogures extracalcio, que en una sola porción aportan el 50 % del requerimiento.
Quienes no consumen lácteos, explica Asus, encontrarán el calcio en alimentos de origen vegetal: las verduras de hojas verdes, coliflor, brócoli y repollitos de Bruselas. Sin embargo, subraya que es más difícil completar el requerimiento diario.
En cuanto a la actividad física, el profesor Walter Rosales, que se desempeña en el Hospital Universitario, subraya que el ejercicio puede contribuir en esta etapa a controlar el peso corporal, los factores de riesgo cardiovascular y la osteoporosis, así como a disminuir la presión arterial, entre otros beneficios. Además, las médicas recomiendan hacer una hora de ejercicio al día, ya que puede disminuir los síntomas molestos, como los sofocos.
Rosales asegura que no hay ejercicios prohibidos sino que es importante ser coherentes con la historia personal, es decir, no realizar ejercicio intenso, extenuante y complejo técnicamente sin antes adaptarse, respetando el ritmo individual.
Por ejemplo, dice que se se puede salir a caminar por el parque o realizar ejercicios con la fuerza del propio cuerpo, pero que es necesario tener en cuenta la frecuencia, la cantidad de kilómetros y la intensidad.
La psicóloga María Laura Rodríguez subrayó la importancia de quitarle la carga negativa a esta etapa. Foto: Unidiversidad
Una crisis vital
Sayegh y la médica naturista Patricia Giner proponen una mirada amplia sobre esta etapa. Es decir, entender que no es solo un cambio hormonal, sino una crisis vital. “Esta edad es fantástica”, dice Giner. Asegura que es ideal para escucharse, para construir, porque si no se construyó nada, comienzan la depresión y la búsqueda en el afuera de lo que no hay adentro. Es un momento –subraya– para ser selectiva con las personas, con las palabras, con los alimentos, con las tareas.
“Cuando uno se encuentra frente a esta situación de cambio, siente que pierde un montón de cosas, pero no es así, gana a raudales. Yo apunto más al trabajo de ayudar a construir este proyecto de vida. ¿Qué vida? La que quieran”, expresa.
La psicóloga María Laura Rodríguez, del Hospital Universitario, subraya la importancia de quitarle la carga de negatividad a esta etapa, entender que marca un fin, pero, al mismo tiempo, abre la posibilidad de algo nuevo. “Si uno la transita con salud mental, puede disfrutar de tener menos responsabilidades respecto de los hijos, más libertad para poder vivir una sexualidad sin la posibilidad de quedar embarazada, para profundizar los vínculos con la pareja, para quitarnos de encima tantas exigencias estéticas, entendiendo que la felicidad y el bienestar van mucho más allá del cuerpo, que tenemos que cuidar el cuerpo para mantener la salud, pero que el cuerpo también está hecho para que lo podamos disfrutar”, comenta.
Gabriela comparte esta sensación de cambio interno. “Hay un planteo de que termina una etapa de la vida y empieza otra, en la que quiero estar mejor y ser feliz. Siento que me cansé de quedarme callada, de tratar de ayudar. Ahora me toca ser feliz, he tomado decisiones como ir a un club todos los días y no me importa lo que necesiten los otros, salvo que alguien esté en problemas serios. Esa hora es algo que me voy a regalar, que me merezco de aquí hasta que me muera”.
Cecilia también comparte su experiencia. “Es un replanteo de muchas cosas: afirmar el tema de la pareja, reubicarme con hijos jóvenes, no adolescentes, la profesión, cómo quiero estar y hacerme un esquema de acá a 90 años, es decir, qué quiero conseguir, que quiero para mi vida”, detalla.
El relato de Hilda, que ya vivió el proceso, es como una ventana por donde entra un sol hermoso para aquellas que lo inician. Cuenta que tuvo síntomas molestos, que un día hasta corrió a un hospital creyendo que le daba un infarto, pero que, con la ayuda del médico, entendió que se trataba de una crisis, de cerrar procesos, de decidir qué y cómo quería vivir. “Me costó un año superarla, pero después llegó una etapa de la vida armoniosa y plena”, comparte.
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