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07 DE NOVIEMBRE DE 2024
La producción de arquitectura –materiales, herramientas, división de trabajo– permite repasar el avance tecnológico, social y cultural que tuvo la provincia a lo largo de las décadas.
Construcción del Hotel Villavicencio (1940). Fuente: Dubecq, Raúl. Colección Digital de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Pablo Bianchi, Grupo Historia y Conservación Patrimonial, Incihusa-Conicet / Facultad de Ingeniería, UNCUYO
Publicado el 08 DE AGOSTO DE 2024
La condición sísmica de Mendoza ha influenciado enormemente la producción de arquitectura: materiales disponibles, diseño sismorresistente y aspectos normativos, entre otros, han ocupado espacios de discusión de profesionales, técnicos y agencias expertas del Estado. Desde principios de siglo XX, los códigos de construcción tuvieron en cuenta esta característica local, al especificar detalles que no se limitaban a lo técnico, sino también a la relación de la edificación con la ciudad, al considerar retiros, usos posibles y alturas.
Sin embargo, pensar en la historia de la construcción de una comunidad puede ayudar a dar cuenta de otras cuestiones vinculadas con aspectos sociales o culturales, a la par de las particularidades meramente técnicas: temas como la división del trabajo, la mano de obra disponible, la difusión de conocimientos, la existencia de saberes y técnicas instituidos como intangibles –es decir, transmitidos de un maestro a sus aprendices, de los que no quedan registros escritos, sino solo su resultante material–, las herramientas y utensilios empleados, la inserción de profesionales y técnicos en el campo de la construcción, entre otros, habilitan nuevos caminos de exploración.
Marina Waisman (1920-1997), investigadora especializada en patrimonio arquitectónico y urbano, afirmaba que los edificios se instituyen desde esta mirada como verdaderos documentos históricos, no solo por dar cuenta de una espacialidad o modo de organización funcional, sino porque ellos mismos, como constructo material, son testimonio presente de la aplicación de aquellas técnicas y saberes, dejando en evidencia el grado de avance tecnológico que pudo haber alcanzado una sociedad en un tiempo y lugar determinados.
Ahora bien, pensemos en la historia tecnológica de Mendoza de la primera mitad del siglo XX. Para ello, debemos remontarnos a la llegada del ferrocarril en 1885, hecho que marcó, sin dudas, la realidad económica de la provincia, pero también la material y social: la posibilidad de trasladar materiales y personas a ámbitos que antes eran considerados “desiertos” o “vacíos” por parecer improductivos abrió un abanico de posibilidades, tanto desde la apropiación simbólica y material de los territorios “conquistados” como desde las prácticas sociales.
Sumado a ello, y en segunda instancia, la propia construcción del trazado ferroviario demandó la presencia de especialistas foráneos que trajeron consigo modos de construir, pero también de vivir y de relacionarse con los demás. Esto se hizo palpable con las corrientes inmigratorias, de manera que ese volumen de conocimientos se tradujo también en el empleo de otros materiales –a partir de ese momento– presentes en nuestro medio por las funciones de transporte de bienes y mercancías que había asumido el tren como vector de progreso y modernización. La introducción en el mercado local de materiales nacionales e importados, como perfiles, planchuelas y barras, o bien columnas metálicas, tejas y chapas de distinto tipo y calibre, marcaron la producción de arquitectura, con un pico en la edilicia pública y privada en torno de la celebración del Centenario, hacia 1910.
A partir de la década de 1930 y en un período de mayor desarrollo tecnológico en nuestra provincia, los gobiernos conservador-demócratas impulsaron la radicación de nuevas industrias, circunstancia que podemos identificar como un segundo momento modernizador, comparable con las innovaciones introducidas por el ferrocarril: por una parte, la instalación de fábricas cementeras en manos de capitales privados. En segundo lugar, el fomento a la actividad petrolera, en línea con los propósitos de autonomía energética enarbolada por el gobierno nacional de esos años.
Estas acciones, consideradas en conjunto, posibilitaron contar en Mendoza con cemento producido a gran escala, al tiempo que se iban afianzando otras actividades del mundo de la construcción, como la fabricación de tejas y baldosas calcáreas, el perfilado de maderas escuadradas y la elaboración de piezas o elementos procedentes de la metalurgia, rama que había alcanzado vasto desarrollo como complemento de la industria vitivinícola. A esos materiales se sumaron derivados del petróleo, empleados en la fabricación de aislantes y solventes, o químicos para el tratamiento de cristales, para la fabricación de espejos. Contar con materiales elaborados en Mendoza redujo tiempos y costos, al no tener que transportarlos en tren desde los grandes centros de producción o desde los puertos.
Avanzada la década de 1940, Mendoza vivió otro “despegue” tecnológico: la ciudad capital vio surgir los primeros edificios en altura, con modelos que variaron entre tres, cuatro, cinco y hasta seis o siete niveles sobre planta baja. Para ello, la tecnología constructiva tuvo que mejorarse; la mano de obra, adaptarse al empleo de sistemas que combinaban estructuras aporticadas de hormigón armado y ladrillo cocido, del tipo macizo o tradicional, con ladrillo cerámico. Las formas arquitectónicas se tornaron cada vez más audaces y complejas, acompañadas por el apoyo de distintos rubros constructivos, apelando a materiales existentes para satisfacer “nuevos” modos de resolver esas necesidades o que requerían las prestaciones de otros materiales, menos comunes en el mercado local.
En cualquier caso, el desarrollo edilicio demandó una mayor racionalización de materiales, reducción de los costos y tiempos de ejecución, y especialización de la mano de obra. Al interior de la industria, la resolución de instalaciones actuó como “termómetro” para medir el grado de innovación tecnológica alcanzada, como en el caso de instalaciones de radio, teléfono, calefacción, correo por sistemas de bombeo al vacío, agua fría y caliente y tratamiento de aguas residuales, entre otras, que dieron cuenta del grado de especificidad que alcanzó por intermedio de cada rubro la actividad edificatoria.
* Comité de Divulgación Científica del Incihusa-Conicet
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