Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
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20 DE DICIEMBRE DE 2024
La autora es Magister en Historia de las Ideas Políticas. doctoranda en Historia y profesora investigadora de las facultades de Ciencias Políticas y Sociales y de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo
El año 1816 se presentaba como una amenaza para el proceso revolucionario iniciado en las colonias hispanoamericanas en 1810. Un poderoso ejército era enviado por Fernando VII para terminar con la revolución que sólo se mantenía en pie en el Río de la Plata, donde las disputas internas carcomían la legitimidad del gobierno. El centralismo directorial, no contento con derrocar al bastión realista de la Banda Oriental, se había empecinado en dominar a las fuerzas artiguistas, cuyas aspiraciones autonomistas y emancipadoras se extendían por todo el Litoral y ponían en jaque al gobierno porteño.
Los gobiernos revolucionarios venían eludiendo una declaración independentista que pudiera quitarle apoyos externos y subordinaban la dimensión continental independentista de la revolución a las lógicas internas del poder. Cuando la estrechez de miras del alvearismo porteño parecía hacerle perder el rumbo a la revolución, el proyecto sanmartiniano, inspirado en planes de inteligencia británicos, cobraría fuerzas desde la provincia del oeste andino.
En efecto, desde 1814 el Gobernador Intendente de Cuyo encaraba solo la ardua tarea de organizar un ejército que, a través de Chile, pudiera liberar a Lima, corazón de la reacción española. El apoyo popular mendocino y la adhesión de las fuerzas antialvearistas le permitieron a San Martín jugar con habilidad las cartas necesarias para deshacerse de su enemigo porteño y, mientras hacía frente a la amenaza de una posible embestida española, alentaba al nuevo director Rondeau a convocar a un Congreso que declara la ansiada independencia. Según la biografía de Patricia Pasquali, San Martín “contaba con el respeto y aprecio del pueblo cuyano, sentía que al fin pisaba un terreno firme, cuyo dominio político y militar tenía y que le servía como punto de apoyo para la promoción de sus planes”.
Cuyo convertiría su economía regional en sustento de un proyecto continental. La provincia había reducido la mitad de sus ingresos del tesoro por el cierre del comercio trasandino. Sin embargo, nuevos impuestos y empréstitos forzosos, la venta de tierras públicas y la confiscación de bienes de los enemigos, las requisas de bienes eclesiásticos y donaciones privadas, como las conocidas “joyas de las mujeres mendocinas”, convertían a la provincia en una mágica caja de Pandora al servicio de la causa emancipadora.
Mientras se reducía el gasto público, crecían industrias de vestuarios, pólvora y de armas bajo las fraguas del fraile Luis Beltrán, así como nuevos servicios de salud dirigidos por Diego Paroissien. Sin embargo, sería la leva forzosa de libertos y esclavos la que proporcionaría gran parte del capital humano con que se pagaría la gesta emancipadora.
La guerra de zapa y de espionaje para socavar el campo enemigo fueron las estrategias que San Martín explotaba, mientras convencía al nuevo director Juan Martín de Pueyrredón y a los congresistas de desechar nuevos intentos de avanzar por el frente norte. El diputado mendocino Tomás Godoy Cruz, junto con Manuel Belgrano y Miguel de Güemes, fueron los voceros de las ideas sanmartinianas en el Congreso de Tucumán.
El temor de que los estallidos autonomistas en las provincias debilitaran la causa independentista, lo hizo inclinarse a favor de un gobierno fuerte y centralizado fuera de Buenos Aires. Bien podía ser la monarquía inca propuesta por Belgrano la manera de construir un principio de legitimidad, tanto frente a las restauradas monarquías europeas como para las despojadas poblaciones nativas.
El contexto obligaba a San Martín a subordinar sus principios republicanos a la causa americana de emancipación. Ejemplo de esto puede verse en la carta que el general le escribió a Tomás Guido el 31 de diciembre de 1816: “Desde que llegué al país hice el ánimo resuelto de no sobrevivir a la empresa de ser libre… si una nación extranjera o un príncipe tal lo mandare, yo lo abandonaría para vivir sepultado en la miseria, pero mi individuo no es el bien general, y yo me creo, como hombre de bien, en la obligación de sacrificar mis inclinaciones a las de la comunidad”, reza parte de la misiva.
Así, la proclamación de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América habilitaba al Congreso a pensar como San Martín: que era necesario terminar con la revolución y dar lugar al orden, sin poder contener la causa autonomista que había decidido a los pueblos del Litoral a no participar del Congreso y a hacer cada vez latente la fractura.
Mientras tanto, Mendoza corría otra suerte. La buena relación de San Martín con la provincia, la cual se sometió solidariamente a una política de austeridad sin precedentes, se vería reflejada en los múltiples gestos de agradecimiento, por parte del Cabildo, a quien había engrandecido en todo sentido a la provincia, y quedaría sellada en el imaginario local con el nacimiento de la “infanta mendocina” a los pocos días de la Declaración de la Independencia.
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