Mariú Carrera y la experiencia de tejer una trayectoria artística y política
A 50 años del Mendozazo, recuperamos la voz de una protagonista de la historia de nuestro teatro. La reconocida actriz nos contó cómo esa revuelta popular fue puntapié para su posterior recorrido político, previo al golpe del 76. Además, nos compartió la génesis de su rol en el teatro barrial y el nacimiento del grupo de teatro La Pulga.
Foto: Unidiversidad
Los primeros meses del año son movilizadores para muchas y muchos, pues tanto marzo como abril nos ponen en contacto directo con el ejercicio de la memoria. Mientras que cada 24 de marzo se levanta la consigna “Nunca Más”, en abril recordamos otra serie de eventos que marcaron nuestra historia reciente. Cada 2 de abril, conmemoramos el Día del Veterano y de los Caídos en las Islas Malvinas. Al mismo tiempo, tal vez con menos registro en la memoria colectiva, el 4 y el 5 de abril recordamos las intensas jornadas de lucha que protagonizó nuestra provincia y que conocemos como el “Mendozazo”.
Si bien es un período corto, aunque muy intenso, no deja de ser interesante mirar distintas aristas de aquellos años que van de 1972 a 1976. Por ejemplo, el desarrollo cultural en nuestro país y nuestra provincia fue de un gran florecimiento y hoy resulta interesante recuperarlo.
A la vez, en 2022 se cumplen 50 años del Mendozazo, y recuperar las voces de las y los protagonistas de nuestra historia reciente es uno de los modos de mantener viva la memoria. Por esa razón, Unidiversidad dialogó con Mariú Carrera, figura destacada no solo en el escenario local del teatro, sino también en el de la lucha por los derechos humanos.
“Desde la casa de Paso de los Andes, se escuchaban sirenas, la radio, y llegó mi tía –Alicia Carrera–, que era maestra, con todo su guardapolvo manchado por esa tinta azul que les tiraban desde los carros”: así comenzó el relato de sus recuerdos del Mendozazo, mientras enfatizaba en el impacto que le provocó ver de ese modo a su tía. Ella tenía 19 años y enseñaba en su casa junto a Rafael Rodríguez. Ese 4 de abril era un día más para ella, pero, al mismo tiempo, no lo era.
Recordó que enterarse de la forma en la que corrieron y reprimieron a las maestras le resultó algo “inadmisible”. Esa información y otros datos que fue reuniendo tuvieron un efecto: “Empezaban a romper, por lo menos en mí, una idea muy lineal de la realidad y empezaba a poner un fermento en la rebeldía”. Agregó que, para esa época, también se enteró de que los chicos en África morían de hambre: “Cómo pueden morirse los chicos de hambre? Y Dios, ¿dónde está?”. Carrera creció en una familia con una fuerte tradición católica que, conforme pasa el tiempo, va rompiendo.
Mariú encontraba en el teatro ese espacio donde manifestar la bronca y la rebeldía.“Para mí, el teatro significaba un lugar, un espacio donde hablábamos y nos sacábamos eso de encima, en escena, en cosas que escribíamos”, explicó.
Ese proceso estuvo atravesado por una toma de conciencia que le ayudó a comprender que las injusticias también ocurrían acá. “Yo creo que después, con el tiempo –que no fue mucho después–, pude ir comprendiendo la ligazón de esos hechos, del Mendozazo, de la lucha, de qué buscaban”, resaltó Carrera y agregó: “Esas cosas te van dejando marcas muy profundas. Ciertas palabras, de ciertas personas, que te calan justo, te llegan justo, que son mucho más que un seminario, que un taller, toda una carrera y que de pronto, te llega. Para mí, el Mendozazo fue eso”.
Poco después del 4 y el 5 de abril de 1972, Carrera se fue a vivir a Buenos Aires con Osvaldo Zuin –actor, militante del PRT, desaparecido–. “Nosotros nos fuimos a triunfar a Buenos Aires, y de allí, a Hollywood”, dijo entre risas. Explicó que la intención era llegar a mucha gente para expresar las disconformidades o las injusticias y que, creían, la fama les permitiría eso. “Después, uno va a aprendiendo que no es siendo famoso como podés decir las cosas”, remarcó sobre su recorrido.
Allí estuvieron, en el Teatro Payró –donde intercambiaban sus clases haciendo tareas de limpieza o atendiendo la taquilla–, mientras comenzaban su experiencia con el grupo de “Teatro Testimonial” que hacían en los barrios y en las villas: “Era exactamente un teatro de barricada”.
La experiencia del grupo de teatro “La Pulga”
Estando en Buenos Aires, comenzó su militancia en el PRT-ERP junto a Osvaldo Zuin y Marcelo Carrera, su hermano, que también continúa desaparecido. “Un día, Osvaldo fue a la Plaza de Mayo y había una compañera del PRT repartiendo volantes, todavía era un partido 'legal'”.
Al regresar a Mendoza, su hermano hizo contacto con militantes del PRT de nuestra provincia. Carrera recordó que varios y varias compañeras acá venían militando. “Mi hermano –contó– hizo contacto con Rubén Bravo, y el Osvaldo hizo contacto con la Raquelita Herrera”. Ellas y ellos protagonizaron la experiencia de La Pulga, que se “fundamentó en lo colectivo y en el trabajo”. Hacían un tipo de teatro infantil y para la familia, realizando sus propias creaciones. “Siempre necesitamos poner nuestra voz en las obras”, explicó Carrera.
Tuvieron una fuerte influencia del Libre Teatro Libre de María Escudero, de creación colectiva y comprometido con los y las trabajadoras –que tuvieron una destacada participación en el Cordobazo–. “Nuestro teatro compartió cierto criterio hasta el día de hoy”, completó.
Ellos y ellas se fueron a vivir a una misma casa donde también ensañaban. Ese acto de independencia les costó la desaprobación de sus familias porque lo creían una locura: “Todos en contra, pensaban que éramos entre comunistas, subversivos o hippies”.
Contra todo ese pronóstico, el grupo tenía una rutina constante de trabajo. Se levantaban a las 5 de la mañana para enseñar y a las 8 se iban a la Plaza Independencia para vender unos colgantes con la carita de La Pulga: “Juntamos tanta plata que nos compramos una carpa de circo completa, con las sillas, escenarios, luces, todo. Eso te da la pauta de lo que era el florecimiento”.
Recordó que los medios de comunicación se acercaban para entrevistarlos. “Ustedes vienen de la guerrilla o son bohemios? Porque no puede ser que un actor esté desde las 7 de la mañana en la plaza”, ilustró Carrera sobre la intervención de la prensa local. “Las preguntas eran gravísimas porque iban marcándonos”, agregó.
Una acción muy notable que protagonizaron desde La Pulga, junto a otros grupos de teatro y personas, fue la puesta en marcha de la Asociación Argentina de Actores –y Actrices, en la actualidad– en Mendoza en 1975. Emergieron distintos debates, incluyendo el de la condición del actor y la actriz como trabajadores, o si se trataba de una vocación “por amor al arte”. Finalmente, “se logró formar el sindicato, lo que era otra forma de confrontar con una parte de la sociedad pacata y conservadora”.
"El arte a mí me permite encontrar una cosmovisión"
El 28 de mayo de 1976, “Raquelita” Herrera y su esposo Juan Bernal fueron asesinados en su casa. Recordó que era “una época muy dura” y que decidieron, con Rubén Bravo –su pareja–, continuar. De hecho, siguieron hasta el último día. Para entonces, trabajaban en radioteatro en LV8 con “La Maldición de Matilde Ducó”, escrita por ella y Bravo: “Eran los militares, era lo que iba a venir después. Todo lo que después nos pasó lo escribimos antes”.
En ese contexto de persecución política, Carrera recordó que no creían que nada podía pasarles; al contrario, sabían que estaban expuestos. “Teníamos la certeza de que nos íbamos a morir jóvenes. Y realmente fue así: como pareja, nos morimos jóvenes”, reflexionó.
Remarcó que, a través del arte, encuentra otras respuestas que calman el dolor y que le permite ver más allá, una calma que no es posible encontrar por medio de la política. Dio un ejemplo: “Puedo seguir, desde el arte, dialogando con mi hermano. Y, si creo en el arte, ¿por qué no voy a creer que él está conmigo? Entonces sí vale la pena para mí vivir”.
La Quitapena
Carrera, que siempre escribió y escribe como actriz en distintos formatos –diálogos, poemas, cuentos–, se encuentra actualmente llevando al escenario La Quitapena, escrita por ella y dirigida por Celeste Seydell. En esa obra, el tema principal es la muerte: “Pero es plantear la muerte vista desde personajes muy sencillos, como un mozo de un bar. Son personas que han muerto y que cuentan qué es ese otro lugar”.
Esa obra guarda relación con su propia vivencia. Explicó a Unidiversidad que ella, como familiar de personas detenidas-desaparecidas, fue parte de las excavaciones en el cuadro 33. Agregó que llegar hasta allí fue un proceso largo y difícil porque muchas familias sostenían que quizás estaban en alguna otra parte con vida. “Eso es lo que provoca la desaparición forzada: el robo de la muerte y del cuerpo”.
Al llegar al cuadro 33, pudieron hacer lo que les habían quitado: velar a sus familiares. Entre llantos, risas, abrazos y mates, los y las recordaron. En esas tumbas, a 4 metros de profundidad, encontraron a dos compañeros: Antonio Molina y Néstor Alberto Oliva. Hallarlos permitió algo muy valioso: “Poder mostrar que no estaban en el extranjero, que no los habían matado los Montoneros. Están acá. Acá está la documentación de que fue en tal lugar, donde hicieron como que hubo un enfrentamiento, los agarraron y se los llevaron”.
Para Mariú Carrera, escribir "La Quitapena" es una manera de poner sobre el escenario un tipo de narración para continuar pensando y para reír un poco. “Es grande el dolor, pero no se acaba la existencia. Ese es el castigo cuando esta gente genocida mata: no se acaba la existencia”, cerró.
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