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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Antes de partir a las islas, el primer teniente de la Fuerza Aérea Luis Darío Castagnari le pidió a su mujer: "Si no regreso, traé mi cuerpo y enterrame junto a Gustavito". Hablaba de su hijo, fallecido a los tres años por un cáncer. María Cristina Scavarda luchó durante años para cumplir con la promesa que le había hecho a su esposo. Desde diciembre, los restos del héroe descansarán en Río Cuarto.
El 1.º de abril de 1982, a las 5 de la mañana, cuando el primer teniente de la Fuerza Aérea Luis Darío José Castagnari dejó su casa del barrio de El Palomar para ir a la guerra, le pidió tres cosas a su esposa:
—Cuidate, cuidá a nuestros cuatro hijos, y si no vuelvo de Malvinas, quiero que traigas mi cuerpo y me entierres junto a Gustavito.
María Cristina Scavarda, conmovida, le dijo: "Te lo prometo". Ella conocía mejor que nadie el terrible dolor que les había causado la muerte de su primer hijo, "Pirinchito", el 7 de enero de 1978, cuando solo tenía tres años y un cáncer se desparramó por su pequeño cuerpo y lo quitó de sus vidas en unos pocos meses. Hoy, después de 36 años de lucha y espera, María Cristina puede decir que al fin pudo cumplir con aquella promesa.
Emocionada, así se lo dijo a Infobae: "Hablé con el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, y me dijo que podía tenerlo acá con nosotros en la primera quincena de diciembre".
Esta será la primera vez, luego de finalizada la guerra el 14 de junio de 1982, que se traslade del cuerpo de un caído en las islas al continente. "Esta no es una iniciativa del Estado. Nuestra ayuda fue de coordinación, con trámites legales, de papeles. Eduardo Eurnekian, quien siempre tiene un gran compromiso con las familias de los soldados de Malvinas, se va a ocupar de todo lo logístico, dando su apoyo para que esto pueda concretarse", dice Avruj a ese portal.
"En una reunión con el embajador Mark Kent y María Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares de Malvinas, se ha coordinado el traslado para la primera quincena de diciembre. Quisiéramos que sea antes del 8, cuando la señora cumple años, porque sabemos cuánto significa para ella y para su familia desde lo emocional poder cumplir con la promesa que hizo hace 36 años", continuó el secretario de Derechos Humanos.
"El Estado cumple el rol de asistir en un derecho privadísimo y personal de una familia que necesita cerrar una herida. Es un acto de sanación. Estas fiestas, María Cristina las va a pasar con la deuda saldada", finaliza Avruj.
El proceso para que esto ocurra fue largo, difícil y entreverado. María Cristina siempre quiso que su marido descansara junto a los restos de su hijo en el cinerario de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Río Cuarto, donde ellos se casaron. Allí hay una pequeña urna con una plaquita que dice "Gustavo Daniel Castagnari". A su lado hay un espacio vacío.
Desde Río Cuarto, donde vive junto a sus hijos –Martín, Guillermo, Walter y Roxana– y sus ocho nietos, la esposa de Castagnari recuerda que entre 2014 y 2015 inició los trámites para trasladar el cuerpo desde Darwin a Río Cuarto. Durante mucho tiempo había tenido que dedicarse a criar y mantener económicamente a sus hijos, pero hace cuatro años supo del derecho de las familias sobre sus deudos y sintió que había llegado el tiempo de saldar esa deuda que tenía con su marido y que no la dejaba dormir.
Recorrió todas las dependencias oficiales: desde la Dirección Malvinas de la Fuerza Aérea a la Cancillería. Durante meses llamó para ver si el trámite había avanzado, hasta que llegó una respuesta que la derrumbó: "Es imposible, tanto la Fuerza Aérea como la Cancillería y el Ministerio de Relaciones Exteriores denegaron tu pedido".
El 12 de diciembre de 2015, la Fuerza Aérea, quizás como consuelo, le ofreció volar a las islas. Lo hizo junto a sus hijos Martín y Guillermo. Al llegar a Darwin, se arrodilló frente a la placa con el nombre de Luis Darío José Castagnari y por primera vez lloró sin consuelo.
"Sentí una tristeza enorme. Me abracé a su cruz y lloré. Me acosté sobre la tumba y le pedí perdón por no haber cumplido con lo que él me había pedido. Ese dolor que me pesaba, esa mochila que llevé cargada durante 36 años, me había quebrado", dice.
Y recuerda: "Era como si estuviera yo sola con él en el cementerio. Empecé a hacer mi duelo. Y hablé con Luis. 'Perdón, perdón por no cumplir. Vos me conocés, voy a seguir intentándolo', le dije. Y sentí como una caricia, como que él estaba muy cerca y me decía: 'Lo vas a lograr'. Era como tocarlo, como abrazarlo otra vez. Mi hijo mayor se acercó y lloramos juntos".
Frente a la cruz blanca escribió en un pequeño papel lo que sentía y lo enterró entre las piedras del cementerio. Decía: "Voy a cumplir con lo que te prometí aquella madrugada al despedirnos, vas a descansar junto a Gustavito, por favor tené paciencia. Tus cuatro hijos y tus ocho nietos también quieren tenerte cerca". Luego, dibujó muchos corazones "llenos de amor": "Él fue y será el gran amor de mi vida…", confiesa.
"El Furia"
El primer teniente había llegado a las islas en el primer Hércules C-130 que tocó suelo en Malvinas, luego del desembarco del 2 de abril. Como integrante del GOE, comando de la Fuerza Aérea, le tocó asentarse en el aeropuerto de Puerto Argentino, lugar que se convirtió en blanco de la flota y de la aviación británicas durante la guerra.
Al militar cordobés lo llamaban "El Furia". Era el encargado de custodiar el radar, evaluar las condiciones de seguridad del área donde se asentaban las fuerzas argentinas y ayudar al funcionamiento de la Base Aérea Militar Malvinas (BAM). Los comandos habían construido los puestos de guardia y los refugios. Habían cavado trincheras, preparado un sistema de rampas con explosivos por si los ingleses intentaban un desembarco e instruido a los soldados. Fueron ellos quienes se ocuparon de mantener alto el espíritu de los jóvenes para cuando llegara el momento del combate.
Luis le había dicho infinidad de veces a su mujer: "Si pudiera elegir cómo terminar mi vida, le pediría a Dios morir defendiendo la Patria". Pero no repitió esas palabras en las cuatro cartas que envió desde las islas. Solo le dijo que las Malvinas eran hermosas, "un lugar que uno podría elegir para vivir en familia".
La muerte lo encontró como oficial de guardia, corriendo con una radio en sus manos mientras daba órdenes y buscaba proteger a sus hombres. En medio de un feroz bombardeo inglés, se acercó a los integrantes del Escuadrón Pucará para indicarles dónde estaban los refugios. Los oficiales lograron protegerse. Castagnari no pudo llegar.
Eran las once y veinte de la noche del 29 de mayo cuando las esquirlas del misil Sea lung, lanzado desde el destructor HMS Glamorgan, perforaron el cuerpo del primer teniente. El 30 de mayo por la tarde fue enterrado en el cementerio civil de la Isla Soledad. El sacerdote Pacheco bendijo su cruz. El brigadier Castellano lo despidió: "Hoy sepultamos a un soldado que dio la vida por la Patria y sus camaradas".
La noticia
Hoy María Cristina recuerda el momento en el que los oficiales, vestidos con sus uniformes de gala, le anunciaron en el living de su casa de El Palomar que su marido había muerto en la guerra. Eran las 11 de la mañana del lunes 31 de mayo de 1982.
Los hombres de la VII Brigada Aérea le dijeron sin preámbulos: "Venimos a informarle que su esposo murió en una misión especial en Malvinas". "Sentí un frío que me recorrió la espalda. Agradecí la ayuda que me ofrecían. Y pensé en mis hijos, tenían que verme fuerte, necesitaban que la vida continúe sin lágrimas", rememora.
"Estaba ahorcada económicamente, la plata de la pensión no alcanzaba. Busqué trabajo como productora de seguros. Y después ingresé como personal civil de la Fuerza Aérea. Tenía dos trabajos. Como quería estar en casa cuando los chicos volvían del colegio, cocinaba y limpiaba por las noches. Casi no dormía. Todo fue una vorágine. Durante esos años nunca pude hacer el duelo", confiesa. "Mi duelo recién empezó en 2015, cuando viajé a las islas con mis hijos y lloré abrazada a su cruz".
Por el trauma vivido, Maria Cristina sufre estrés postraumático. Con tratamiento psicológico logra superar el dolor. "Siento que cumplí con la promesa que le hice de cuidar a nuestros hijos, de educarlos como personas nobles, honestas, íntegras… Ese es mi mayor logro. Solo me falta cumplir con su última voluntad: traer su cuerpo para que esté junto al de Gusti. Y ahora esto está cada vez más cerca", dice emocionada, y detalla el largo camino hasta este 2018, cuando por primera vez tiene una respuesta positiva a su pedido.
"Le escribí una carta al embajador británico Mark Kent, que me respondió inmediatamente, me recibió y me dio todo su apoyo porque entendió que es un derecho humanitario. Hablé con Claudio Avruj, de Derechos Humanos, y María Teresa Kralikas, de la Subsecretaría de Malvinas en Cancillería. Durante varios meses me pidieron que esperara a que terminara el proceso de identificación de los soldados y yo entendí que esas familias tenían que saber dónde estaban sus hijos, porque el dolor de llegar a Darwin y que la tumba no tuviera nombre era inconmensurable", explicó.
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