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A partir de 1880, los niños en edad escolar comenzaron a jugar un rol protagónico en los festejos mayos y julios. Foto: Prensa Gobierno de Mendoza
Eliana Fucili, Incihusa-Conicet-Uncuyo
Publicado el 08 DE JULIO DE 2016
Tras la crisis de la monarquía española, las dirigencias políticas utilizaron diversos canales para ganar adhesiones al nuevo orden y dotarlo de legitimidad. Entre ellos se destaca la inauguración de un nuevo lenguaje político plasmado en celebraciones, lemas, esquelas, discursos públicos y símbolos patrios, entre otros.
Con el correr del siglo XIX, esas primeras prácticas y recursos fueron resignificados y se incorporaron nuevos elementos, tales como la creación de representaciones materiales y monumentos, la realización de manifestaciones patrióticas, la construcción de relatos históricos nacionales –como los de Mitre, Vicente López– y provinciales –como el de Hudson–, que buscaron articular una narrativa fundacional que imbricara el pasado, el presente y el porvenir auspicioso del nuevo país.
Los festejos patrios ocuparon un lugar destacado dentro de este conjunto de representaciones y se convirtieron en un instrumento clave en la construcción del mito de los orígenes de la nueva comunidad política. Así, en las primeras décadas posteriores a la Revolución de 1810, los principales acontecimientos y las victorias militares fueron configurando un nuevo calendario festivo, en el que los festejos de las jornadas de Mayo ocuparon un lugar central, ya que se convirtieron en una fiesta anual obligatoria celebrada bajo el título de "Aniversario de nuestra regeneración política", el cual obviaba la utilización del término “revolución” dada la connotación negativa que éste implicaba para sus contemporáneos.
Sin embargo, la lectura de la prensa y las crónicas de la época da cuenta de que estas fiestas adquirieron diferentes connotaciones y significados de acuerdo con los contextos políticos predominantes.
Durante el largo período de inestabilidad política que siguió a la guerra de independencia (1820-1880) se apeló al uso de festividades patrióticas y militares para instalar en la conciencia de los representados una nueva pedagogía de gobierno, en la que las diferentes facciones que alcanzaban el poder se autorreconocían como los continuadores y herederos de Mayo y presentaban a sus adversarios políticos como “monstruos” que habían traicionado al pueblo con engaños.
Más tarde, a partir de 1880, los cambios operados tras la consolidación de un nuevo sistema político y la imposición de la autoridad nacional, junto con las transformaciones socioeconómicas producidas por el arribo masivo de inmigrantes europeos, marcaron la nueva agenda de las dirigencias políticas, que buscaron asentar su poder en una tradición e imprimir rasgos identitarios en la población.
Para ello se propusieron revitalizar las fiestas patrias a través de la organización de grandes celebraciones conmemorativas, en las que los escolares ocuparon un rol protagónico. Esto fue acompañado por un extenso movimiento de construcción de la tradición patria que se materializó en monumentos, sobre todo en las grandes ciudades, la creación de museos y el homenaje a los héroes de la Independencia.
¿Cómo eran las fiestas patrias en Mendoza?
Cada año, las celebraciones mayas y julias ocupaban el centro del calendario cívico. Si bien los diferentes gobiernos revistieron a esos festejos de significados muy distintos, mantuvieron una estructura muy similar a lo largo de la centuria. La ciudad de Mendoza era el centro de las principales celebraciones, aunque también se organizaban actos en los distritos cabecera de los departamentos de campaña. Estos últimos eran organizados por comisiones integradas por vecinos que se encargaban principalmente de conseguir “patrióticos donativos” para “economizar todo lo posible del tesoro de las cajas fiscales”.
Por su parte, los festejos realizados en la ciudad contaban con un programa oficial que inauguraba el primer día con el saludo al Sol de Mayo o Julio por medio de la entonación del Himno Nacional, luego la parada militar en la Plaza Loreto y una misa de acción de gracias y el rezo del Te Deum.
En los días siguientes los festejos estaban divididos. Por un lado, los sectores populares asistían a los bodegones y ramadas instalados en las plazas. Allí podían comer, beber y participar de juegos tradicionales. Por otro lado, lo "más selecto de la sociedad local" coronaba los festejos con una tertulia y baile de gala, que incluían, generalmente, fuegos artificiales, representaciones teatrales y rifas organizadas por la Sociedad de Beneficencia.
La organización de estos bailes de gala estaba a cargo de una comisión formada generalmente por varones que tenían una activa participación en la vida pública local. Para llevar a cabo esta tarea, recibían el apoyo de los invitados al evento por medio de una suscripción o aporte que permitía afrontar los gastos fijos: alquiler del salón, la música a cargo de una orquesta, ornamentación e iluminación del lugar, servicio de ambigú (comida), y en invierno, los braseros para atemperar el frío de la estación.
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