¿Liberación sexual o nuevos mandatos? Un libro sobre sexting analiza el ritual de “mandar fotitos”
Preparar el cuerpo y el espacio, sacar fotos, elegir una y enviarla. En la era digital, cualquiera puede experimentar el ritual del sexting. Valentina Arias, docente de la UNCUYO, supera el asombro, la curiosidad, la excitación y el pánico moral para pensar la subjetividad contemporánea con testimonios de jóvenes mendocinas.
Con testimonios de jóvenes mendocinas, Valentina Arias escrtibió "Mandar fotitos". Foto: Unidiversidad
Fotos van y fotos vienen. En la actualidad, mandar imágenes eróticas es parte del cortejo virtual. “Autopresentaciones sexualizadas en redes sociales” suena a poca economía lingüística cuando de lo que se quiere hablar es de sexting. Cómo se da esta práctica y cómo la experimentan mujeres jóvenes es el eje del libro Mandar fotitos (Eduvim, UNRN). Lo escribió Valentina Arias, docente de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNCUYO interesada en estudiar las subjetividades contemporáneas. Para su tesis doctoral, empezó preguntándose por qué hay mujeres que tienen sexting y terminó preguntándose por qué alguien no lo haría.
Al principio de la tenencia masiva de celulares, cuando los aparatos no tenían acceso a internet ni cámaras de fotos, era sexo por texto. Hoy, la imagen es el rasgo central y el sexting puede definirse como la producción e intercambio de imágenes sexuales propias. Las transformaciones actuales en el marco de la era digital tienen su correlato en los cruces entre sexualidad y tecnología. ¿Qué pasa cuando se le suma la variable del género?
En Mandar fotitos, Valentina Arias indagó sobre la sexualidad en el marco de la era digital.
Para su investigación, la magíster en Psicoanálisis recogió testimonios de 25 jóvenes mendocinas de entre 18 y 25 años —todas cisgénero, especificó—. Fueron entrevistas personales y grupos focales entre 2017 y 2019 con mujeres de distintos recorridos educativos, composiciones familiares y formas de practicar sexting. Buscó la mayor heterogeneidad posible no para universalizar, sino para tratar de generalizar y leer regularidades. Hizo de su tesis doctoral el libro Mandar fotitos. Mujeres jóvenes, imagen y sexualidad en la era digital (Eduvim, UNRN).
En principio, sostiene Valentina Arias, el sexting es una práctica eminentemente autoerótica. Lo que más disfrutan las que lo hacen es el ritual: preparar el cuerpo —vestirlo, elegir la ropa interior, acercarlo a la estética de la femme fatale—, preparar el espacio —limpiar el espejo, hacer la cama, cuidar el fondo—, elegir las imágenes y, finalmente, enviarlas. En los testimonios de las jóvenes, hay cierta prescindencia de las fotos del varón como respuesta, que está puesto ahí para la estimulación o para la aprobación.
Claro que también se puede pensar el sexting desde una perspectiva más instrumental —una herramienta para algo más, previa a un encuentro, en reemplazo de la distancia—, política —como una forma de ejercer la libertad sexual— o existencial —vinculado a sus biografías o a una intención de empoderamiento—. Pero el erotismo, según se ve en los testimonios, está puesto en tratar al propio cuerpo como un objeto y construir esa imagen sexualizada de sí.
-¿Sextear es tener sexo?
-Eso depende de cada quien. Las chicas que estaban de novias y que "sexteaban" con alguien más, muy convenientemente, me dijeron que para ellas no es una infidelidad. Hay algo de que como está ausente lo físico, el cuerpo a cuerpo, el tacto, ciertos sentidos que quedan afuera… Hay una diferenciación muy clara en todas las chicas, y esto me parece importante para poner en discusión ciertos vaticinios académicos que hablan de una indiferenciación total entre la virtualidad y lo analógico. Estas chicas tenían muy clara la diferencia entre un encuentro real y un encuentro mediado por lo digital, y todas coincidieron en ponderar o en preferir un encuentro sexual real antes que el sexting. El sexting es lo que te queda cuando no tenés otra chance o como una previa para un encuentro sexual. Cumple un papel muy específico y de ninguna manera suple el encuentro sexual, por lo menos en estos testimonios.
La sexualización de la cultura
Si piensa en dar un diagnóstico de la sociedad contemporánea, la investigadora habla de una cultura sexualizada, cuyos significados se expanden y se visibilizan: el ejercicio de la sexualidad aparece en el espacio público de manera cada vez más abierta, y aquellas reglas que limitaban la exhibición de lo obsceno se van debilitando. Sin embargo, eso no necesariamente significa más liberación.
La subjetividad contemporánea, además, está atravesada por la tecnología digital. Todo da como resultado la extensión y normalización del sexting. Frente a esto, hay, por un lado, posiciones que aplauden esa práctica, la ven como síntoma de apertura mental, de democratización del placer, de adquisición de derechos sexuales de mujeres y diversidades; por otro lado, posiciones que se alarman y la condenan como síntoma de la degradación de los valores culturales occidentales.
Sin embargo, la investigadora se ubica en una tercera posición: antes de celebrar o condenar, propone pensar que la sexualización de la cultura no es un fenómeno homogéneo y absolutamente democratizador de la libertad sexual, sino que sigue operando atado a sesgos de género, clase social, raza, edad, estética. “No todas las imágenes sexuales se leen de la misma manera”, avanza Arias, y hay que pensar en ciertos claroscuros del sexting.
-¿Se puede ejercer la libertad sexual en el marco de tantos mandatos?
-Cuando hice la tesis doctoral, mi hipótesis era que el sexting era una práctica más bien disciplinaria del cuerpo y la sexualidad, que había cierta construcción del cuerpo y de la sexualidad como una mercancía que había que poner a la venta. Después, cuando vas a la realidad, como suele pasar, las cosas son mucho más matizadas. Ese tipo de antagonismos se ve poco. Y el sexting aparece también con estos nuevos mandatos que tienen la característica de formularse como invitaciones "progres": "Ejercé tu libertad sexual", "Tené mucho sexo", "Tenelo bien", "Si es posible, visibilizalo", "Sentite bien con tu cuerpo, mostralo". Estas ideas tienen que ver con un cambio discursivo, de alguna manera, positivo para las mujeres, pero eventualmente también pueden volverse mandatos. Lo más importante, me parece, es tratar de ubicar cuál es el punto de malestar que genera este tipo de discursos en las mujeres, y ese punto lo encontré en los momentos en los cuales tomaban al sexting como un trabajo que tenían que hacer o en los cuales "sexteaban" porque el varón insistía mucho. Ahí se empieza a borrar la frontera entre una práctica consentida y una práctica que no lo es.
Imagen: daleunavuelta.com
-¿Qué sesgos siguen operando?
-El ejercicio de la sexualidad no está desligado del contexto en el que se da. Esos discursos que hablan de la confianza en sí mismas y del amor en sí mismas —por sí mismas y por tu cuerpo, sea como sea— son, por lo menos, polémicos cuando no plantean las preguntas de por qué las mujeres históricamente nos sentimos disconformes con nuestro propio cuerpo. Todo se vuelve una cuestión individual: vos tenés que trabajar tu confianza y tu autoestima. Y si te sacás una foto, te ves mal y no te gusta, decís: "Qué tonta que soy, me falta confianza, tengo que trabajar más en mi autoestima". La responsabilidad pasa al interior de la mujer, y la culpa y los efectos negativos que te surgen a partir de eso se vuelven una cuestión absolutamente desligada de lo social y un problema individual, cuando evidentemente no es así.
La época te dice: "Mostrate como sos, espontánea", pero lo cierto es que en muy pocas ocasiones una se saca la foto así nomás (...) En el ritual del sexting, buscan imitar poses, vestuario, cara, gestos que son comprobados como exitosos. Esto, por lo menos, pone un signo de pregunta a la idea de que el sexting sirve para que cada quien tenga agencia en las formas de presentarse a sí misma como mejor le parezca. Al final —por lo menos en estos casos, estas chicas y esta investigación acotada, situada en estos años—, había absoluta coincidencia en cómo se tenían que ver: eran cuerpos ultranormativos, hegemónicos, no había ahí mayor sorpresa.
-¿Hay algo que no se muestre?
-Nunca me gustó mucho la idea del fin de la intimidad porque me parece que siempre —y en este caso lo vi claro— una deja ciertas cosas fuera de las imágenes. Hay cosas que no se ven. Lo que apareció en los testimonios de las chicas es que una variable que modula lo que se considera íntimo es la estética. Cuando yo les preguntaba qué es lo que no se tiene que ver en las imágenes, las respuestas tenían que ver con aquellas partes de su cuerpo que consideraban feas: "No quiero que se me vea la panza con celulitis", "No quiero que se me vean las tetas porque las tengo muy chicas", "No me gusta mostrar la cola porque desde que tuve hijos la tengo caída". Una me dijo: "Yo no muestro nunca el chocho porque lo tengo muy gordo", no por una cuestión de pudor, sino porque le parecía que no era estéticamente agradable. Otra me dijo: "Prefiero que se viralice una foto en la que estoy en tetas a una foto en la que estoy sin maquillaje". Esa frase quedó. Hay un concepto de intimidad imperante y tiene que ver con lo estético: aquello que no condice con el canon estético es lo que queda invisibilizado.
Valentina Arias explica los cruces entre liberalismo y feminismo. Foto: Unidiversidad
Con el avance del (neo)liberalismo, el mercado toma los discursos feministas, los vacía de su potencial transformador y los pone al servicio de nuevos significados —posfeminismos o feminismos liberales— que tienen que ver con vender cosas. Entonces, así como surge “un labial que te empodera”, también surge la figura de la “emprendedora sexual”, como la llaman algunas autoras inglesas. Es esa mujer conocedora de la sexualidad, que sabe sus técnicas, estudia sobre eso, tiene ropa, objetos, revistas, consumos al respecto. Parece liberador porque crecen la representación y autopresentación de las mujeres como sujetos sexuales activos, contestataria a la clásica representación de las mujeres como objetos sexuales pasivos.
El problema es el patriarcado, no el sexting
“Mandar fotitos” puede ser un ritual muy meticuloso, trabajoso y demandante. Todas las entrevistadas coincidieron en que, ante su negativa, los varones pueden llegar a ser muy insistentes para pedir la foto —a veces de formas sutiles, a veces de formas que se acercan al chantaje— y es aquí donde se borra la frontera entre una práctica consentida y una no consentida. En general coinciden, además, en que suelen ceder a la práctica, porque cuando no lo hacen, también se sienten mal, ante una sociedad que les demanda amor propio y sexualidad a flor de piel.
El problema con ese tipo de "mandatos progre", explica la docente, es que nuevamente giran la responsabilidad hacia el interior de las mujeres. Así como antes el mandato era ser “vírgenes, puras y santas”, hoy deben ser representadas y autopresentadas como conocedoras del sexo, sexies, atrevidas, sin tabúes, divertidas. Pero no deja de ser una figura normativa. Cuando una no quiere "sextear", la pregunta implícita es "¿En qué fallo yo?". La trampa es pensar que el ejercicio de la sexualidad se da desligado de las condiciones desiguales de existencia: todo parece parte de la decisión individual de la mujer y, por lo tanto, cuando no cumplís, de alguna manera, la responsabilidad también empieza a ser tuya.
En paralelo, siempre que se habla de intercambio de imágenes íntimas, surge el tema de los riesgos de hacerlo y las estrategias de resguardo: pedir que la borren, no mostrar la cara ni marcas particulares, como tatuajes o lunares, cuidar que no se reconozca el fondo.
-¿Qué pasa con el autocuidado y la ciberseguridad?
-Si cada vez que hablás de sexting tenés que hablar de los riesgos de la práctica y de la estrategias de cuidado, es que hay cierta naturalización del abuso y del acoso sexual. Es como que empieza a ir de suyo que, si vas a hacer sexting, es probable que tu imagen se viralice y —si bien hay que tener presentes todas las estrategias de resguardo porque los peligros son muy reales— creo que es importante que discursivamente lo empecemos a separar. No tiene por qué ir de la mano el sexting con la viralización de la imagen. Hasta no hace mucho, se nos decía: "No te emborraches porque te pueden violar" o "No te pongas minifalda porque te pueden violar", y hoy esa frase hace ruido porque entendemos que no tiene nada que ver lo que hago o la ropa que uso con la violencia. Estaría bueno que con el sexting nos empiece a hacer el mismo ruido. Sexting y peligro son dos caras de una misma moneda porque vivimos en una sociedad machista y patriarcal, pero deberíamos separarlos. El ejercicio del sexting no tiene que ir necesariamente acompañado de la posibilidad de que la imagen se viralice. Eso es naturalizar la violencia sexual y no hay que darla por sentada, sino problematizarla.
sexting, sexualidad, tecnología, ,
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