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Enrique Zuleta Puceiro es analista político y presidente de la consultora OPSM.
La contundente victoria del Movimiento Popular Neuquino (MPN) en el primer test del ciclo electoral 2019 no solo certifica la solidez del modelo político inaugurado hace ya casi seis décadas por la familia Sapag. Evidencia una vez más su capacidad de sobrevivir a los intentos de polarización nacional y a reproducir, ya en cabeza de una tercera generación de dirigentes, un estilo político capaz de combinar, en dosis variables, el caudillismo territorial, la visión tecnocrática de largo plazo y la adaptación a las oportunidades que brindan los vaivenes de la política nacional.
La fortaleza del sistema neuquino obedece a varios factores. Neuquén es de las pocas provincias que han sido capaces de preservar un pluripartidismo equilibrado. El MPM gobernará una vez más en minoría y será seguramente capaz de articular coaliciones pragmáticas desde hace tiempo consolidadas. El sistema ha resistido las hegemonías y el ejercicio paciente de la negociación, decantado a través de generaciones asegura hacia el futuro un sistema de frenos y contrapesos que los partidos nacionales se han visto, una y otra vez, obligados a respetar.
La continuidad en la expresión electoral de este equilibrio ha vuelto a asombrar a propios y ajenos. El 39.6% acumulado por las cinco fuerzas políticas coaligadas esta vez con el MPM suma apenas dos puntos más que su 37.8% en 2015. El 26.06% de Ramon Rioseco es apenas tres puntos inferiores a su anterior 28.84%. El 15.29% de Horacio "Pechi" Quiroga es cuatro puntos menores que el 19.4% de la elección anterior. Los espacios están consolidados. Un escenario dividido, sin ventajas para nadie y con oportunidades para todos.
El resultado principal es sin duda el respaldo obtenido por el oficialismo. Gutierrez supo remontar a tiempo la grave crisis que siguió a la interna del Movimiento y suturó la fuga hacia Cambiemos de parte de su electorado. Recuperó así en los meses de enero y febrero casi diez puntos perdidos en diciembre, al tiempo que, sobre el final, logro atraer a electores independientes preocupados ante la sorpresiva unificación del peronismo. Es una victoria clara, sin facturas ni hipotecas hacia el futuro, para un gobierno que deberá afrontar los problemas propios de uno de los espacios económicos más dinámicos de América Latina. Gutierrez es ya un dirigente con peso propio y su triunfo desmiente las hipótesis de una pretendida decadencia del Movimiento.
El segundo resultado de importancia es la derrota del peronismo unido. Demuestra que el peronismo está obligado a acreditar muchísimo más que unidad interna. Si bien Tanto Rioseco como Martínez lograron desarrollar una campaña solvente, no alcanzaron a colmar las expectativas de un electorado que pide propuestas, ideas, equipos e ideas verdaderamente alternativas. Toda una lección para las diez provincias donde ya existe la unidad y sobre todo para la dirigencia nacional hoy en plena búsqueda de identidad. El electorado pide mucho más que unidad. Es mas: una unidad sin contenido puede llegar a verse incluso como una especulación oportunista y de corto plazo.
En Neuquén no se plebiscitaba Macri. Se plebiscitaba el modelo de gestión del MPM y lo que se demandaba es una respuesta alternativa de calidad por lo menos equivalente. Por último, una nota el desempeño decepcionante de Cambiemos. Los resultados marcan un fracaso de una coalición electoral que en casi todos los distritos se debate en una severa crisis de identidad. El gobierno nacional no entendió el desafío y prácticamente abandonó a su suerte a uno de sus mejores candidatos. No supo entender lo que se discutía en Neuquén y el resultado es demoledor.
Si bien es una elección provincial que el MPM acertó en su estrategia de blindaje provincial, lo cierto que la elección tenia y tendrá implicancias nacionales que deberán ser leídas con un genuino sentido de autocritica superadora. Ensayo y error, aproximación indirecta, son las grandes posibilidades que brinda este largo y accidentado ciclo electoral de 2019.
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