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Por Patricia Chantefort, profesora y licenciada en Filosofía, especialista en Docencia Universitaria, magíster en Filosofía Práctica Contemporánea y miembra plena del Instituto de Estudios de Género y Mujeres (IDEGEM) de la UNCUYO.
Ilustración: Pablo Pavezka.
Patricia Chantefort, profesora y licenciada en Filosofía, especialista en Docencia Universitaria, magíster en Filosofía Práctica Contemporánea y miembra plena del Instituto de Estudios de Género y Mujeres (IDEGEM) de la UNCUYO.
Publicado el 08 DE ABRIL DE 2018
Las mujeres bien sabemos que el reconocimiento y goce de los Derechos Humanos no nos llegó al mismo tiempo que a los varones. Lo sabemos porque hemos padecido –y padecemos– esa demora, y podríamos dar muchos ejemplos: el muy tardío derecho al voto, la desigualdad en el mundo laboral y político, la reclusión en el ámbito doméstico, el mito del amor romántico.
Mucho se ha dicho sobre las injusticias a las que tuvimos que someternos las mujeres en la lucha por el acceso a la educación. Durante mucho tiempo, ni siquiera se nos ocurría que podíamos ingresar a las escuelas, mucho menos a las universidades. ¿Para qué? Si la educación necesaria para la vida de las mujeres la daban otras que creían –o decían creer– que el ámbito doméstico era el espacio “natural” y propio y que, además, debíamos sentirnos agradecidas por semejante privilegio: cuidar la casa, venerar al marido, dedicarse abnegadamente a la crianza de lxs hijxs.
Sólo, y relativamente, en épocas recientes se nos ha permitido y –casi más importante– “nos hemos permitido” pensar que tenemos derecho a la educación y hemos actuado en concordancia. Las mujeres podíamos convertirnos en una amenaza por pretender alcanzar estudios superiores que nos capacitaran para el posible acceso equitativo al mundo del trabajo y, lo que es peor aún, abandonaríamos el espacio que nos es específico y exclusivo: el ámbito privado.
Hoy existen profesiones que se consideran más adecuadas que otras para las mujeres porque parecerían presentar menos conflictos. La docencia es la que sobresale. A la ecuación mujer = madre debería sumarse una variable que se sitúa en la misma perspectiva: mujer = maestra. En la formación de niñxs y jóvenes y en la distribución de los horarios y actividades, supuestamente haríamos lo mismo que en la vida doméstica: amaríamos incondicionalmente, cuidaríamos abnegadamente y, así, obedeceríamos a nuestra naturaleza femenina, esencial e histórica. Es imprescindible desarticular ese entramado.
Y así como nada nos fue entregado sin lucha, nos enfrentamos a más desafíos.
Leé la versión completa de Edición U sobre Educación y derechos humanos
Derecho estructural
La educación como derecho humano es la base que conecta con los otros derechos para construir sociedades más igualitarias.
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