Las mujeres como sujetos políticos: militancia gremial y huelga docente
Su participación política, gremial y barrial venía en ascenso. El Mendozazo –el 4 de abril de 1972– las encontró en la cuarta semana de una huelga por tiempo indeterminado. Con Laura Rodríguez Agüero, dialogamos sobre la historia de las docentes y de otras militantes.
Maestras se manifiestan en la puerta de su sindicato
El 4 de abril de 1972, el sector trabajador se sumó al estudiantil y a la sociedad mendocina en general para protagonizar una multitudinaria manifestación en rechazo a la política económica y social del dictador Agustín Lanusse, implementada en Mendoza por el interventor Francisco Gabrielli. En ese contexto, el papel de las mujeres, particularmente a través del gremio docente, fue emblemático. La protesta fue brutalmente reprimida por la policía, el Ejército y la Gendarmería, y se extendió hasta el 7 de abril.
Laura Rodríguez Agüero, historiadora especializada en el pasado reciente, contó que el protagonismo de las maestras en el Mendozazo es producto del contexto y de grandes luchas por derechos que venían sosteniendo desde hacía años. En particular, es necesario entender que en las décadas de los 60 y 70 “se produjeron importantes transformaciones en las relaciones intergenéricas que se hicieron visibles en el mundo del trabajo, de la cultura, de la política, de la educación”.
Al mundo del trabajo, ejemplificó, las mujeres habían arribado años atrás, pero durante esta época, comenzaron a desempeñarse en ocupaciones que antes eran exclusivamente de varones. También se constató un ingreso masivo de la población femenina a las universidades.
Todo esto se dio en el marco de un clima de radicalización política y de agudización de la lucha de clases. Por eso, también se puede observar una presencia cada vez más sustancial de las mujeres en organizaciones partidarias, gremiales, sociales e, incluso, político-militares. Mendoza no fue ajena a lo que se llama “el ciclo de protestas” que abarca desde la caída de Perón en 1955 hasta la dictadura de 1976.
La creciente participación femenina local se puede ver, por ejemplo, con el surgimiento del Centro de Investigaciones de la Mujer (CIM), vinculado al Instituto de Acción Social y Familiar (Iasif), que reunía a varones y mujeres para discutir algunos textos representativos del feminismo de la época. “Estas personas luego van a estar vinculadas a experiencias gremiales, de trabajo barrial, educativas… Y esas marcas feministas las vamos a encontrar en estas otras organizaciones”, explicó Rodríguez Agüero.
“Cuando analizamos el ciclo de protestas a nivel local, nos encontramos con que el sujeto político gremial más movilizado –por lo menos, el más visible– van a ser las docentes, las maestras, que –agrupadas en el Sindicato del Magisterio– van a protagonizar desde fines de la década del 60 enormes huelgas”.
En 1969 mantuvieron una protesta por cincuenta días; en 1971, el gobierno tuvo que finalizar el ciclo lectivo debido a un paro. El 4 de abril de 1972, cuando se produjo el Mendozazo, las docentes iban por la cuarta semana de una huelga por tiempo indeterminado.
Esa mañana, las maestras habían sido reprimidas en la puerta de su sindicato: un hidrante las había querido amedrentar arrojándoles líquido azul. Eso generó una ira colectiva que se trasladó a la Casa de Gobierno, junto a otros frentes que partieron desde la CGT. El descontento social era generalizado por salarios bajos, hartazgo del gobierno de facto, políticas restrictivas y un aumento del 300 % en la tarifa de luz.
Las docentes, además, estuvieron presentes “en las calles, en diferentes organizaciones gremiales, en las protestas barriales que se dieron los días siguientes al Mendozazo, cuando vecinos y vecinas armaron barricadas, y con palos, piedras y todo lo que encontraron cerca, se enfrentaron a las fuerzas de seguridad”. La represión dejó un saldo de cientos de personas heridas y tres muertas: Ramón Quiroga, Susana Gil de Aragón y Luis Mallea.
Las luchas populares generan conquistas históricas
El Mendozazo provocó la suspensión de los aumentos de las tarifas y la renuncia del interventor, Francisco Gabrielli. Según la historiadora, esta huelga general “fue un hito muy importante en la historia provincial por las consecuencias que tuvo a nivel organizativo para los diferentes colectivos de trabajadores y trabajadoras”.
“En el caso particular de las docentes, luego del Mendozazo, se consolidó el proceso de unificación gremial que llevaba décadas, y surgió el SUTE”. Desde el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, las docentes protagonizaron distintas experiencias sumamente poderosas para la época, como los seminarios educativos de 1973.
El objetivo era discutir los contenidos de la futura ley de educación y se metieron de lleno con “algunos puntos neurálgicos del statu quo genérico y patriarcal”. Por ejemplo, entre las medidas propuestas, se encontraba la creación de guarderías para que las maestras, madres en su mayoría, pudieran sostener su empleo y alguien cuidara de sus hijas e hijas en horario laboral. “Hechos como este generaron una enorme reacción de la derecha católica y de los sectores conservadores locales”, apuntó Laura Rodríguez Agüero.
Además, luego del Mendozazo, las maestras también impusieron el 4 de abril como Día del Docente Mendocino, “un feriado en el calendario escolar que desapareció con la dictadura”. Hubo otro gremio que surgió luego de la revuelta, donde también se pudo ver la amplia presencia femenina: el Sindicato de Obreros y Empleados Públicos (SOEP). Las mujeres ocuparon tanto el rol de delegadas como, en ciertos cargos, de conducción.
Otros ámbitos de participación femenina y su borramiento de la memoria colectiva
En el sector bancario, se produjo la entrada sistemática de mujeres a puestos de trabajo. Su sindicato, uno de los más radicalizados de la época, no tiene presencia femenina en los cargos altos, pero esta incorporación provocó un notorio proceso de transformación en la composición genérica del gremio.
Otro ámbito donde las mujeres participaban ampliamente era en militancias barriales, “sobre todo en la que se generó en el Barrio San Martín alrededor de la figura del padre ‘Macuca’ Llorens”, repasó la historiadora. Muchas estudiantes participaron de los Campamentos Universitarios de Trabajo (CUT) y luego se involucraron en distintas tareas de organización barrial. “Creo que estas militancias son muy importantes porque, además, sirvieron para muchas de ellas como trampolín para ingresar a otras organizaciones políticas, partidarias, político-militares”.
Sin embargo, “la presencia de las mujeres en la memoria colectiva ha quedado bastante desdibujada”. Su participación es más invisibilizada que la masculina. Sin embargo, afirmó Rodríguez Agüero, cuando alguien se acerca a las personas de las época y las entrevista, rápidamente descubre la presencia femenina en todo tipo de organizaciones.
De hecho, Laura Rodríguez Agüero relató que, cuando empezó a investigar el ciclo de protestas entre el Cordobazo y la dictadura, casi no encontró registros de mujeres. En la historiografía local y en la memoria colectiva, casi no existen. En realidad, reflexionó, “se ha considerado a la lucha de clases como ajena a las identidades sexogenéricas de los y las sujetos”.
Lo primero que encontró en esas primeras pesquisas, antes de que iniciaran los juicios por delitos de lesa humanidad, fueron dos estereotipos de mujeres: “las santas y las putas”. Es decir, como víctimas de la represión del Mendozazo –cuando “los tanques Neptuno tiraron agua azul y mancharon los guardapolvos blancos inmaculados de las maestras”– o como las mujeres en situación de prostitución perseguidas por el Comando Moralizador Pío XII, un grupo parapolicial liderado por el entonces jefe de la Policía, Julio César Santuccione.
De las maestras, “no te decían que esas mujeres que habían sido reprimidas por la policía eran, además, militantes gremiales que habían mantenido las huelgas más importantes de todo el período, sino que aparecían directamente como víctimas. De esa manera, se desdibujaba su identidad política y militante”.
“En el sentido común y en la memoria colectiva, el repudio hacia la represión que habían sufrido las mujeres a las cuales se les había ensuciado su guardapolvo blanco era unánime. Y esto contrastaba muy fuertemente con la represión que habían sufrido las mujeres en situación de prostitución. La represión sufrida por las putas no había merecido para nada la misma condena social y además, había permanecido en silencio a pesar de ser algo que todos y todas sabían”.
La historiadora considera fundamental “incorporar la perspectiva feminista, la perspectiva de género, como una dimensión de análisis porque permite ver ciertas formas específicas de explotación de las trabajadoras; permite advertir los motivos de la feminización de ciertos sectores de trabajo como el Magisterio; permite ver el doble trabajo, la doble explotación a la que han sido sometidas históricamente las mujeres, en el área productiva y en la reproductiva, vinculada a las tareas de cuidado”.
Los hilos que la dictadura no pudo cortar
La dictadura implicó “un corte brutal” en todas las experiencias de organización militante, pero esos hilos se fueron retomando con la vuelta de la democracia. “Eso no desaparece y se borra para siempre, sino que se rearma con los retazos que quedaron”, sostiene la investigadora.
Con la transición democrática de la década de 1980, en la Federación Ecuménica de Cuyo se encontraron quienes regresaban del exilio –interno y externo–, quienes recuperan su libertad y familiares de personas desaparecidas. Confluyeron alrededor Alieda Verhoeven, una figura emblemática para el feminismo local. Dieron nacimiento a nuevas experiencias, continuadoras de las anteriores: las feministas y las vinculadas a los derechos humanos.
Allí “se constituyeron el Movimiento Ecuménico de Mujeres, que fue parte de la organización de los primeros Encuentros Nacionales de Mujeres, y el grupo de educación popular, que organizó el colectivo de mujeres pobladoras, que reunía mujeres de barrios populares de la región”. Además, surgió la regional Cuyo del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), que organizó en Mendoza las primeras denuncias por desapariciones y apropiación de menores, y organizó la búsqueda de justicia para las víctimas de la dictadura. “De hecho, representó y aún representa a las víctimas del terrorismo de Estado en los juicios de lesa humanidad de la provincia”, concluyó Laura Rodríguez Agüero.
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