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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Que estén yendo juntas a algunos comicios en España, o que se abigarren en un mismo partido de derechas en Argentina, no autoriza a afirmar que “son iguales”: la derecha liberal y la de los autodenominados “libertarios” no son la misma cosa. Tienen diferentes tradiciones y referentes, y ciertamente la primera es muy conocida, mientras la segunda se está instalando a nivel mundial sólo en la última década, y en Argentina hace apenas un par de años.
En reciente programa de la TV Pública, se reporteó a una mexicana miembro de la Fundación Libertad (que ha hecho varios congresos en Argentina, a los que vinieron figuras como Vargas Llosa), y ella se encargó de dejarlo muy claro: entendió a los pretendidos libertarios como “infiltrados”. En lo que destaca el supuesto de que estos últimos son recién llegados a un campo que los liberales ya creían haber ocupado, y –además- el de que se apropian de banderas que son de los liberales, como es el libre mercado.
Las dos tendencias son partidarias de la economía privatista, suponen que el Estado no es el que garantiza un mínimo de equilibrio en la apropiación egoísta, sino el que impide las supuestas propensiones “naturales” del mercado hacia la eficacia y la justicia, en el sentido de que obtiene más quien más merece (¿?). Pero como ésta ha sido la postura de los neoliberales, que aparezca ahora una ideología diferente levantando la misma bandera, les suena a los primeros a robo y captura ilegítima.
A la primer derecha, ya la conocemos: es la de la globalización, la de los gurús de la economía, la que se impuso en los años noventas con la globalización. Desde el imaginario “Consenso de Washington” subordinaron las economías nacionales al flujo internacionalizado y ciego del capital, derrumbaron las barreras que los Estados nacionales ponían a la expansión permanente de la ganancia, y plantearon la democracia formal como espacio de representación.
Esa democracia “pareció suficiente” luego de los terribles períodos de dictaduras e inestabilidad en Latinoamérica. Pero que los partidos tradicionales ya no significaran nada –todos hacían lo mismo desde los años 90- vació a la política de significado, dejó todo en manos de las elites y los expertos, y deshizo las identidades partidarias junto con las creencias adosadas, llevando a una severa crisis de representación.
De allí surgieron los gobiernos nacional/populares latinoamericanos de comienzos del siglo XXI, que sacudieron fuertemente la modorra neoliberal, al punto que desde Washington se dedicaron a formatear como reacción una nueva forma de golpe de estado institucional, tal el “lawfare” o golpe mediático-judicial aplicado en Ecuador, Brasil, Bolivia y la Argentina, además de ensayado de modos diversos en Venezuela.
Esta derecha de nuevo cuño es respuesta a esa realidad de los gobiernos nacional/populares, se opone a ellos férreamente. Pero a los gobiernos neoliberales también, porque si bien estos tienen los mismos adversarios (la izquierda y lo popular), los “libertarios” emergen ante el vacío de credibilidad de las elites políticas surgidas de la globalización.
Una apelación a lo plebeyo y lo “antisistema” de los llamados libertarios, los enfrenta a las políticas de derechos humanos y de género, así como ahora lo ha hecho a las políticas de cuidado en pandemia. En nombre de una libertad propia de un individualismo cerrado y solipsista, logran recuperar la tensión y la identidad adosándose de banderas argentinas, y ya no de las svásticas que algunos de ellos –recordar a Biondini- supieron exhibir. Con el llamado a la rebelión ante el sistema político, aparecen como rebeldes, tal cual ha enfatizado Stefanoni. Y con la apelación a la libertad, aparecen blandiendo un principio valioso para todos.
Son autoritarios sin Estado, como bien ha dicho Leando Santoro: resultan casi un misterio teológico. Claro que apuestan a tomar el estado con estilo Trump o Bolsonaro. Pero hay que evitar la ingenuidad de creer que sólo éstos son brutales: hay que estudiar bien las dos tendencias, pues –por ejemplo- el expansivismo atlántico es más propio de los globalizadores que de los liber/autoritarios: Biden lanzó bombas en Siria, donde Trump había dejado de hacerlo.
Igual, cuidado con el neoautoritarismo disfrazado, propio de la nueva derecha: la primer derecha sigue siendo nefasta, ésta no lo es menos y llega mucho a “los de abajo”. Habrá que desenmascararlos, mostrar sus odios totales a los migrantes, a las políticas de género, a la defensa de los derechos humanos. Y dejar claro que si de libertarios se trata, se debería honrar el nombre: nunca los vimos los 24 de marzo, ni en contra de la dictadura. Y los que amamos la libertad, queremos la de tener una vivienda, la de consumir, la de viajar, ésas que sólo se logran si el Estado se encarga de redistribuir la renta social general. Contra lo que peroraba Friedman, libre mercado y libertad se llevan muy mal: para el libre mercado jugaron los crímenes tanto de Pinochet como de Videla.-
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