Las diferencias biológicas entre los géneros no son naturales, sino permeables a las prácticas sociales
Las diferencias entre varones y mujeres cisgénero están a la vista, pero Lu Ciccia, biotecnóloga y especialista en sexo y deporte argentina, da herramientas para interpretar esas diferencias de otra manera. Además, sugiere revisar qué parámetros específicos son relevantes para cada deporte y evaluarlos independientemente de la genitalidad. La clave está en las infancias.
La boxeadora argelina Imane Khelif fue agredida públicamente, acusada de ser un varón. Foto: AFP (de Página/12)
De los Juegos Olímpicos de París 2024, trascendió una boxeadora argelina, Imane Khelif, acusada falsamente de ser un varón mal ubicado en la categoría femenina porque se destacó en una pelea ante la italiana Angela Carini. Le atribuyeron una condición biológica que marcaría la diferencia. Aquí pone el ojo la biotecnóloga argentina, doctora en Estudios de género y especialista en sexo y deportes Lu Ciccia. Explica que creer que una deportista es varón porque demostró superioridad es, por definición, sexista, y abre una discusión: las diferencias biológicas entre varones y mujeres cisgénero son observables, pero no naturales, porque nuestra biología está atravesada de cultura y, por ende, de estereotipos.
El hecho es que, a pesar de las agresiones y los mensajes de odio, Khelif no es una mujer trans ni, hasta donde sabemos, intersex. A decir verdad, en Argelia está penada la homosexualidad, no se reconoce el derecho al cambio de sexo o de género ni hay protección legal por discriminación a las diversidades. Y ella viajó con la delegación de su país. La historia termina bien, digamos, porque, a pesar de la violencia, pudo volverse con la medalla de oro de la categoría de 66 kilos.
Sin embargo, la trama deja un debate abierto. ¿Qué factores definen el sexo de una persona? ¿El sexo es determinante en la habilidad deportiva? ¿La genitalidad influye en los niveles de testosterona? ¿Cómo se relaciona esto con la identidad de género? ¿Si una deportista tiene ventaja es por asemejarse a un varón? ¿Cuáles tendrían que ser los parámetros para determinar la habilidad deportiva de alguien? ¿El peso, la masa muscular, los niveles de testosterona, la altura?
Hace tiempo que Lu Ciccia se dedica a desmontar prejuicios y mitos en relación con la categoría "sexo", que es la que se utiliza para decir que, según la genitalidad, nacemos varones o mujeres. Tiene lo suyo para aportar a la discusión. Ya en el libro La invención de los sexos, que presentó en 2022, hacía este planteo.
Lu Ciccia es biotecnóloga de la UNQ y doctora en Estudios de Género por la UNAM
La categoría sexo, explica Ciccia a Unidiversidad, es una descripción sesgada de nuestra biología. De hecho, es una categoría que se desarrolló para jerarquizar los cuerpos y justificar la superioridad masculina. Ella cuestiona la legitimidad biológica de esa categoría porque vehiculiza, desde su concepción, un sesgo androcéntrico. Pero el punto no es negar las diferencias que se observan entre varones y mujeres cisgénero, sino cambiar el marco interpretativo de esas diferencias: dejar de pensar que son puramente naturales y entender que la biología “aprende” género, es decir, se va construyendo también con nuestra forma de estar en el mundo como varones o como mujeres.
Sexo y deporte
En términos deportivos, la especialista piensa que, quizás, una opción sea dejar de segregar por sexo y tomar algunas propuestas que vienen de los juegos paralímpicos, por ejemplo, que tienen que ver con revisar qué parámetros son de relevancia deportiva para la disciplina en cuestión y evaluarlos independientemente de la genitalidad de las personas.
En su próximo libro, que se publicará en noviembre, dedica dos capítulos enteros a argumentar y mostrar que la segregación por sexo en el deporte es sexista en sí misma. ¿Por qué? Porque es una separación que se basa en naturalizar diferencias que están jerarquizadas de antemano, es decir que entienden a lo masculino como superior a lo femenino. En el terreno de la habilidad atlética, esas diferencias son de índole biológica y también psicológica, porque implican motivación, estados de un cuerpo en el ámbito de la competencia, confianza y toda la historia de cada persona.
Sucede que hay patrones que surgen de las normativas de género, es decir, de los estereotipos de lo femenino y lo masculino. “Nos criamos en un mundo donde, efectivamente, nos enseñan que las personas con vulva somos, por naturaleza, atléticamente inferiores que las personas con pene”, explica la investigadora. Esa forma de entendernos y criarnos tiene impacto en nuestro desarrollo biológico, porque tenemos comportamientos, actitudes y prácticas sociales que están orientadas a legitimar esa naturalización. Es decir, Ciccia se dedica a demostrar que no somos naturalmente diferentes, sino que las biologías son permeables a las prácticas sociales.
“El cerebro no tiene sexo. Vos ves un cerebro y no podés saber la genitalidad de alguien”, explica. Si hay diferencias entre hombres y mujeres cisgénero –es decir, no trans–, esas diferencias no te están diciendo que se deben a la naturaleza de las biologías. “La biología nunca es natural porque nunca está libre de cultura en un sentido material. Cuando vos veas ese cerebro, vas a ver un cerebro entrenado en un mundo binario”, donde se enseña y se aprende a ser varón o mujer.
Lo mismo sucede si trasladamos esta reflexión sobre el cerebro al desarrollo de la masa muscular. Cuando vemos las diferencias de masa muscular entre una mujer y un varón cisgénero, no estamos viendo una diferencia natural, sino atravesada por normativas de género que influyen, por ejemplo, en las formas de alimentación durante toda la vida o el tipo de actividad física en la cotidianidad desde la infancia.
Es que apenas nacemos se nos atribuye un género –binario, es decir, masculino o femenino–, y eso atraviesa toda nuestra existencia y nuestra forma de estar en el mundo. Todo lo que hacemos parte de una subjetividad generizada, porque el género que nos asignan determina cómo nos van a tratar, qué van a esperar de nuestras actitudes, qué temperamento va a ser deseable que tengamos, qué gustos o actividades nos van a ser más propias. En términos deportivos, las personas primero están generizadas y después son atletas, entrenadas en un mundo binario.
Erin King y Emily Lane de Irlanda recuperan la guinda en el aire durante un partido de rugby seven. Foto: Getty Images
¿Y los reglamentos deportivos? Se basan en normas centradas en la testosterona, hormona a la que le atribuyen la capacidad de dar cuenta, por sí sola, de las diferencias promedio en las habilidades atléticas de hombres y mujeres cisgénero. Sin embargo, Lu Ciccia aporta en su investigación evidencia de que la testosterona no señala un rol causal en los parámetros de relevancia deportiva, sino que esos parámetros están permeados por prácticas sociales y culturales atravesadas por el género.
“La misma hormona testosterona está atravesada por normativas de género, porque no es una hormona definida genéticamente. La testosterona –como todas las hormonas que tenemos– cambia con nuestras prácticas y nuestra actividad física. Y hay actividades que suponen que se reduzcan los niveles y actividades que suponen que aumenten los niveles. Ningún parámetro está establecido por un par de cromosomas sexuales. Ninguno”, precisó la biotecnóloga.
“Nuestra biología aprende de manera generizada”, refuerza. Y la plasticidad nos caracteriza como especie. Significa que, todo entre comillas, hay mujeres cisgénero que tendrían características tradicionalmente consideradas masculinas y varones cisgénero que tendrían características tradicionalmente consideradas femeninas. Y esto se explica por la plasticidad que nos caracteriza, incluso en un mundo con entrenamiento binario. Eso da cuenta de que la posibilidad reproductiva –un parámetro biológico que parte de la genitalidad– no es un determinante de cómo se va a desarrollar nuestra multiplicidad de parámetros biológicos, sino que hay desarrollos que pueden estar reflejando ese binarismo.
Lo mismo sucede con la identidad de género. No hay ningún fundamento biológico que diga que cierta genitalidad nos va a hacer mujeres y cierta genitalidad nos va a hacer hombres. Son conexiones normativas, no causales ni naturales. Lo que sucede, desde la infancia, es que se acomoda toda la educación y crianza de las personas para que estas cumplan con los parámetros esperables de cada género. En el caso de “lo femenino”, sería no comer mucho, no ser temeraria ni aventurera, no desarrollar tanta masa muscular, etc. Esa es la base a partir de la cual una deportista ya adulta puede entrenarse a su máximo rendimiento.
Lo que pasó con la boxeadora argelina es claramente sexista, sostiene la investigadora. Es que, cuando vemos variabilidades en el ámbito de los varones cisgénero, “no nos escandalizamos”, como sucedió con el jugador de básquet que medía 1,54 m, pero sí dio la vuelta al mundo "la boxeadora que pegaba fuerte" e incluso se la asimiló a un varón. Pero, además, avanza, es profundamente racista: las sospechadas de no ser suficientemente mujeres son mujeres que no cumplen con la feminidad occidental –Imane Khelif de Argelia, Caster Semenya de Camerún, Dutee Chand de la India–.
Quizás las generaciones adultas ya no puedan desaprender, por lo que Lu Ciccia pone el foco en las infancias: “Si dejamos de reducir los cuerpos a la genitalidad, vamos a empezar a ver mucha heterogeneidad biológica, no reducible solo a dos formas, porque los cuerpos van a dejar de entrenarse de manera binaria. Hay que dejar de segregar a las niñeces también en el deporte. No va más eso de que las nenas juegan al vóley, y los nenes, al fútbol. Eso, evidentemente, impacta en la vida en general de una persona y en la vida atlética en particular”.
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