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El deseo de control, la obsesión y la baja autoestima, principales características de un varón violento.
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Cada vez que la tierra escupe a una nueva mujer muerta, víctima de la violencia de género, la sociedad entera corre a poner las barbas en remojo. Encendemos alarmas, esbozamos identikits, buscamos a los asesinos por cada rincón en el que dejó una huella. Pero cada una de estas muertes tuvo una vida previa de naturalización del machismo.
La psicóloga María Inés Capmany, que compone el equipo de la Dirección de Género y Diversidad de la provincia, describió cuáles son las características de un varón violento, para que no sólo las mujeres, sino sus entornos –familiares, sociales, laborales– prendan las alertas antes de que la muerte lo haga por ellos.
Los rasgos de la violencia
En primer lugar, la especialista mencionó el deseo de control: un hombre violento desea controlar a la mujer al extremo de cosificarla, de aferrarse a ella como un objeto para cubrir un vacío. Porque en el fondo –y este también es uno de sus rasgos distintivos– un hombre violento es inseguro y posee una autoestima muy baja. Necesita someter para asegurarse de que no perderá al objeto de su deseo.
Además, es común que estén presentes los celos obsesivos, la manipulación y una profusa cantidad de gestos, miradas, signos. “El varón violento es muy detallista con el lenguaje no verbal. Es una forma de ejercer la violencia que sólo las sobrevivientes de este padecimiento puede detectar”, manifestó la psicóloga.
Otra de las manifestaciones más comunes entre los victimarios es la de “la doble fachada”, que no necesariamente es “doble personalidad”, ni “doble moral”. El violento tiene dos caras: una que le muestra a la sociedad, de amabilidad, de sociabilidad, gentileza y seducción, que no es la que muestra en el ámbito doméstico.
"Esta doble fachada confunde mucho a la mujer, la lleva a realizarse el tipo de planteos de autoincriminación: 'Yo debo hacer algo para provocarlo'", explicó la profesional. Además, le muestran a su compañera que ella es la que provoca la situación, con alguna conducta que desencadena el drama. “Estaba todo bien, pero lo arruinaste, si vos no hubieras hecho esto, yo no hubiera actuado así” son las reflexiones que raramente faltan en este tipo de vínculos.
Por último, y la que más enquistada está en el mismo vientre de las sociedades, es la naturalización de la violencia: la mujer tiene que ejercer determinados roles y, para el hombre, es natural que él tenga el poder, la dominación. Al mismo tiempo, las mujeres también naturalizan, no pudiendo ver la violencia en un grito, en un insulto, en una manipulación, como modelo de resolución de conflictos y hasta de amor.
Más sensibilidad
Consultada acerca de si con estos casos, como los de Janet Zapata y Julieta González, se multiplican las consultas, Capmany aseguró que no se disparan exponencialmente, pero que sí hay mayor sensibilidad en la sociedad frente a este tipo de problemáticas, y quizás personas que nunca se hubieran animado se empoderan para concurrir a consultar.
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