La Vendimia Peronista, Parte I
Las fiestas de la vendimia no son un espejo de la cultura mendocina sino que expresan versiones superpuestas, disonantes y en conflicto de los contornos de esa cultura. Tampoco son un momento en el que el poder presenta a la sociedad un relato para legitimar su poderío que sería aceptado pasivamente por los mendocinos. La idea de que durante el primer peronismo, entre 1946 y 1955, los rituales sociales fueron un instrumento de legitimación pública del gobierno y una herramienta en la construcción de un consenso pasivo en la comunidad es poco útil para analizar las vendimias de la década. No porque el gobierno eventualmente no quisiera darle esa utilidad, sino porque la fiesta siempre tomó sus propios rumbos, excedió los planes que había para ella y se mostró compleja, polifacética, inesperada, contradictoria, política, alborotada.
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Chiflidos y coronas: avatares de la vendimia de 1947
Perón ganó los comicios de 1946 a la cabeza de una coalición electoral. En Mendoza lo acompañaron dos fuerzas principales: los radicales renovadores y los laboristas. El primer núcleo se había desprendido de la UCR y había asumido cargos en el gobierno militar instaurado en 1943. El segundo núcleo estaba conformado por dirigentes sindicales que se habían sentido interpelados por la política social impulsada por Perón y por el conflicto político que ella suscitó. A diferencia de lo que ocurrió en otras provincias en donde hubo nóminas electorales diferenciadas, los cómputos en Mendoza no permitían saber a cuál de los dos sectores pertenecían los votos de la jornada del 24 de febrero. A poco de haber ganado, las facciones peronistas se trabaron en un combate abierto por adjudicarse la victoria y ubicarse como los “verdaderos representantes de Perón” en el plano local. Esta situación persistió hasta 1949, cuando las internas del oficialismo se disimularon bajo un manto de disciplina partidaria que se extendió hasta 1955.
Durante la primavera de 1946, los trabajadores vitivinícolas habían protagonizado una importante huelga, de la cual habían salido airosos y mejor organizados que antes, aunque distanciados del Poder Ejecutivo provincial. El delegado de la Secretaría de Trabajo y Previsión había quedado posicionado, luego de ese conflicto, como un buen intérprete de los intereses obreros ante Perón y en contraposición al gobierno de Mendoza, conducido por exradicales. Ese pleito permaneció latente durante unos meses y coaguló, junto con otros malestares, en la celebración de la fiesta de la vendimia de 1947.
Dos días antes de que se iniciara esa celebración, Mendoza fue escenario de elecciones legislativas y municipales, las primeras de ese período. En ellas, una facción del peronismo, resuelta a no ceder a la orden superior de unidad, se presentó con un sello propio, el Partido Peronista Laborista. Obtuvo la significativa suma del 11 por ciento de los votos, con lo cual logró colocar a un legislador, así como a varios concejales en los departamentos. Además, consiguió impugnar los comicios en el distrito de Maipú, donde las autoridades electorales debieron fijar una nueva fecha de votación.
Sin embargo, esto no se sabía fehacientemente cuando se iniciaron los tradicionales festejos de la industria madre, porque en aquellos años había que esperar varios días para conocer la cifra final arrojada por los conteos. Lo que había eran denuncias, incertidumbre y cierto revuelo.
En este contexto, Juan Domingo Perón, Eva Perón y una amplia comitiva oficial conformada por la primera plana de los funcionarios nacionales llegaron a la Mendoza del sol y del buen vino para asistir a la primera fiesta de la vendimia bajo gobierno peronista. El presidente y su esposa descendieron del tren en la estación Pacífico, en donde se había congregado una gran cantidad de personas. Caían en paracaídas retratos de ambos, mientras los granaderos a caballo hacían sonar la diana. Una alfombra roja ceñida de pequeños pinos los condujo hasta un coche descapotable en el que, de pie junto al gobernador de la provincia Faustino Picallo, tomaron la calle Las Heras para doblar por San Martín y, finalmente, girar por Sarmiento hasta la plaza Independencia. Una concentración popular planificada los esperaba para darles la bienvenida. La jornada había sido declarada feriado, lo cual facilitaba la concurrencia. La multitud abarcaba las manzanas de la plaza y calles adyacentes. Se vivaba a Perón y a Eva Perón de forma persistente.
Sin embargo, cuando el gobernador Picallo comenzó su discurso, desde el público recibió una silbatina que, si bien no se mencionó en la prensa de gran tirada en ese momento, otras voces periodísticas caracterizaron como “pertinaz, ruidosa, repetida y espectacular”. El episodio fue bochornoso para el mandatario, quien seguramente tenía el anhelo hasta ese momento de lucirse ante el gobierno central. Además, el hecho le imprimió al inicio de las celebraciones un tono singular: en la era peronista, hasta los protocolos de la fiesta de la vendimia podían ser subvertidos. Enfrente de Perón y tal vez potenciados por la presencia de este, los descontentos por el ritmo de la vida política en Mendoza se expresaban en masa, a viva voz, sin mayores deferencias.
El programa de la visita presidencial, sin embargo, continuó como si nada ocurriese. Por la tarde, junto a otros funcionarios, inauguró el Hospital Regional para Ferroviarios. Por la noche atendió a la comida de honor que le ofreció el gobernador. El segundo día comenzó con la inauguración del mástil del Cerro de la Gloria y continuó con un almuerzo invitado por las “fuerzas vivas” en el que hicieron uso de la palabra el presidente de Centro de Bodegueros, el ministro de Economía de la provincia y el presidente del Banco Central de la República. A las 18 se bendijeron los frutos en el prado del Parque General San Martín, para luego presenciar el desfile del Carrusel por la Avenida de los Plátanos.
En el tercer día de visita, Perón y su esposa atendieron desde un palco sobre la calle Sarmiento a una demostración militar y de reservistas, y por la tarde concurrieron a una recepción que les ofrecieron los jefes y oficiales del Regimiento Militar 16. También hubo diferentes actividades relacionadas con la Campaña de Ayuda Social impulsada por la primera dama, antecedente de lo que luego sería la Fundación Eva Perón. Diversas actividades de entrada libre ofrecían a los mendocinos la oportunidad de celebrar la vendimia: un Concierto Sinfónico Popular en el Teatro Independencia, un festival náutico y una fiesta veneciana en el lago del Parque. Por la noche de ese tercer día tendría por fin lugar el acto central de la vendimia. En la rotonda del Parque se elegiría y coronaría a la reina de los viñedos.
En paralelo a estas citas, una Comisión Femenina del Personal Administrativo y Técnico de Mendoza había programado sus agasajos especiales a Evita quien, decían, “ha sabido despertar la conciencia femenina en todos los núcleos, provocando las inquietudes de lucha y derechos”. Dos concentraciones en el centro de la ciudad con banderines y flores serían escenario para pedirle a la esposa del presidente unas palabras en honor a la mujer mendocina, figura celebrada en tiempos de vendimia, y también otorgarle solicitudes de diversa índole. Pocos meses después de estas manifestaciones se sancionaría la ley de voto femenino, bandera que, si bien había sido largamente enarbolada por militantes feministas y de izquierda, el primer peronismo pudo y quiso retomar muy poco después de asumir el gobierno.
Caracterizado de ese modo el contexto, no debería resultar sorprendente que a la hora de la votación en el acto central las reinas le hubieran ofrecido a Eva Perón la corona. El maestro de ceremonias expresó, en realidad, que “la verdadera reina de la vendimia está ya elegida por propia gravitación y genuina voluntad popular”. La primera dama abandonó la platea y caminó hasta el micrófono mientras el público la ovacionaba. Entonces agradeció la gentileza, pero dijo que había venido “justamente a admirar la belleza y simpatía de la mujer de esta tierra, así que declino el honor que se me dispensa, pues deseo ser una de las tanta personas que festejen a la verdadera belleza mendocina”.
Con ese gesto de humildad que también la engrandecía, Evita aceptó presidir la elección y coronar a quien resultara electa. Una vez consagrada Nélida Mansurcci, de Tunuyán, la señora Perón la acompañó a saludar a su marido y le obsequió una alhaja. La reina luego subió a ocupar su trono, rozagante, espléndida, escoltada por las clarinadas de los heraldos.
Los fuegos artificiales cerraron la noche. Pero no todo fue luces, alegorías y sonrisas en la rotonda del parque. La escena de la rechifla prolongada se repitió hacia el gobernador Picallo. Hubo quienes hasta se burlaron de la situación silbando a la reina de San Rafael, departamento de donde provenía el mandatario. Perón disimuló bien su descontento, consciente de que la impugnación, al menos de una manera tangencial, lo alcanzaba y lo comprometía. La muchedumbre lo salvaba, lo aplaudía, le ofrecía la corona a su esposa, pero los descontentos populares con el gobierno provincial le hablaban de una movilización por lo bajo que no era excepcional en Mendoza.
*La autora es licenciada en Comunicación Social por la UNCUYO y doctora en Historia, egresada de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Actualmente trabaja como becaria del Conicet.