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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Matrimonio igualitario, identidad de género, tipificación del femicidio, trata de personas, son urticantes temas de debate librados sin ambages por el kirchnerismo parlamentario, que ahora vacila sobre la imperiosa necesidad de superar el más enconado obstáculo que impone la Iglesia católica: la condena del derecho al aborto.
Existe un fenómeno denominado "la espiral del silencio", que
determina o expresa una paradójica situación social. Por ejemplo,
dada la comprobación verificada en una encuesta, se puede establecer
que una persona que opina de cierta forma respecto de un tema controvertido,
al mismo tiempo que se le requiere esa opinión también prejuzga
que la mayor parte de la población opina de manera contraria a la suya,
y -en el peor de los casos- esa supuesta mayoría le reprochará
su opinión sobre el discutido tema, razón por la cual preferiría
ocultar o silenciar lo que sostiene en privado. En otras palabras, se sentiría
menos intimidado si pudiese evitar que se conozca su punto de vista.
Si bien el concepto de "la espiral del silencio" fue propuesto y estudiado
por una politóloga alemana hace unos 35 años -aplicándolo
a la opinión pública sobre la política gubernamental o
partidaria-, en este caso utilizaré la expresión para darle relieve
a lo que prácticamente se ha naturalizado en la Argentina: que una hipotética
mayoría de personas nunca consultadas está en contra de legalizar
el aborto. Vale decir, una gran parte de quienes en su intimidad defienden el
derecho genuino de toda mujer a tomar la decisión de interrumpir su embarazo,
no se atreve a mencionar esa opinión en público por el temor a
quedar en evidencia frente a un presunto resto mayoritario que lo contradice
o eventualmente podría reprenderlo sólo por tener dicha opinión.
En la cuestión del derecho al aborto libre, seguro y gratuito, este prejuicio
falaz está especialmente vinculado a la hegemonía cultural que
aún ejerce la Iglesia católica en nuestro país. En definitiva,
lo que provoca ese influjo secular es el miedo de caer en situación de
inferioridad moral frente a lo que se prejuzga una mayoría con poder
para castigar de alguna forma -religiosa, social o penalmente-, a quienes se
atrevan a contrariar ese criterio. Todavía se percibe como un desacato
al "sentido común" construido durante siglos por esa retrógrada
institución, no equiparar el aborto de un embrión o de un feto
incipiente con el asesinato de una persona ya nacida.
Sugestivamente, en los últimos años en que pulularon encuestas
sobre los más variados y polémicos asuntos, poco y nada se ha
hecho por consultar la opinión de los argentinos acerca del estigma social
que incumbe a cientos de miles de mujeres que cada año deben arreglárselas
como puedan en la clandestinidad de una intervención médica no
permitida -según el aleatorio grado de seguridad emanado de su solvencia
o precariedad económica-, para decidir sobre su cuerpo y la planificación
de su vida reproductiva. Pese a todo, y sin la expectativa de que algún
día se legisle para resolver esta pavorosa situación de incertidumbre
psicológica y sanitaria, las mujeres argentinas hace mucho decidieron
abortar cada vez que no consintieron su embarazo. Por todo lo anterior, ese
aborto parece una práctica oprobiosa masiva que no morigera la obstinación
clerical ni reduce el anacrónico sistema punitivo.
Conviene detenerse en las conclusiones de un reciente sondeo realizado en la
Argentina por la consultora Ibarómetro, que determinó que el 58,2
por ciento de los entrevistados respondiera afirmativamente cuando se les preguntó
si estaban de acuerdo con que la mujer pueda interrumpir su embarazo en el primer
trimestre de gestación. Sólo el 35 por ciento estuvo en contra,
con el dato adicional curiosísimo extraído por la muestra, de
que quienes aprueban la despenalización del aborto también suponen
que la mayoría de los demás consultados la desaprueba. Demostración
palpable de cómo funciona el fenómeno ya citado de "la espiral
del silencio".
En las filas del kirchnerismo anida una porción de legisladores nacionales
que aún no se anima a desafiar la amenazante posición eclesiástica,
no obstante el declarado propósito misógino y antidemocrático
de ésta. Y en cuanto al comportamiento partidario -que ciertamente es
más grave-, rehúye el debate parlamentario porque teme instalar
una discusión política que -sospecha- no sería favorecida
con el acompañamiento generalizado.
Es cierto que el mismo viejo recelo atraviesa todo el arco político argentino.
La singularización, en este caso, del kirchnerismo, se debe a que hay
un proyecto de ley para despenalizar y legalizar el aborto que duerme el "sueño
de los justos" en el Congreso, mientras que desde hace casi diez años
se viene demostrando que los proyectos que inexorablemente se convierten en
leyes son los que impulsa la bancada del Frente para la Victoria. No es ocioso
deducir que, con el apoyo de aliados siempre dispuestos a acompañar,
el kirchnerismo volverá a ser eficaz y podrá por sí solo
sancionar en poco tiempo esta ley necesaria para que, sin demora, la sociedad
argentina confirme el lugar de vanguardia mundial que ocupa en materia de derechos
humanos. En el mismo sentido, habrá de esperanzarse con que la Presidenta
se avenga a la posterior promulgación de la ley, ya que pese a su encomiable
conducta republicana existe la sospecha de que ella no comparte aún darle
impulso a esta imprescindible legislación.
Por otro lado, no sería la primera vez que el kirchnerismo emprendiera
en el Congreso un embate contra los molinos de viento, ni el primer caso llevado
adelante pese a no haber sido promesa de campaña o a la temeridad de
enfrentarse contra el statu quo de lo "políticamente correcto".
En variados temas que otrora eran tabúes, la Iglesia católica
ya no ejerce el predominio político de antaño, aunque es ostensible
que en el caso que nos ocupa juega su última estratagema terrenal en
la privacidad religiosa de cierta feligresía pusilánime, que parece
tenerle más miedo al amenazante infierno del más allá que
a incurrir en la concreta deshonra pública ante mortales de esta vida.
El respeto por las más diversas creencias religiosas de los ciudadanos de la Argentina es preservado por la Constitución Nacional, aunque todavía comete el exceso de sostener oficialmente en su artículo 2 el culto católico apostólico romano, rémora inadmisible de un liberalismo decimonónico. Para los pocos o muchos ciudadanos no creyentes de nuestro país -entre los que me cuento desde muy joven-, también resulta francamente discriminatoria esta reformada carta magna, sobre todo por dos razones: concede demasiado atributo institucional a un solo credo, y si bien el artículo 14 consagra la libertad de cultos, nada expresa acerca de los que no profesan ninguno.
Debatir la legalización del aborto y sancionar una ley que otorgue a la mujer libertad, seguridad y gratuidad para disponer del derecho a interrumpir su embarazo, desterrará el más retardatario de los envilecimientos con que la Iglesia católica somete aún a esta sociedad. Por lo tanto, el instrumento partidario del que se ha valido el proyecto político en vigencia para ejecutar la elocuente transformación de los últimos años, debe remover reticencias propias y ajenas para afrontar el desafío al que ahora lo coloca su incesante impulso liberador.
http://www.apasdigital.org/apas/nota_completa.php?idnota=5738
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