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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, doctor en Psicología, docente y epistemólogo.
Desde el punto de vista de lo democrático –el gobierno surgido de la decisión ciudadana–, la segunda vuelta electoral se está transformando en un arma paradojal. Gracias a ella, ganan los que pierden. El que no fue ungido en la elección primera logra luego apoyos que no son genuinos –no lo eligieron en la vuelta primera– que le permiten superar en votos a quien, en realidad, es el más aceptado por la población.
Así ganó Macri su presidencia, tras haber perdido por varios puntos en la primera vuelta. Cuando se mienta su victoria electoral, rara vez los analistas señalan que ganó con votos que no le eran propios, a diferencia de lo que ha ocurrido con el triunfo posterior de Alberto Fernández. Los casos sobran: vemos cómo en Uruguay se entroniza un gobierno que –como fue el de Macri– apenas supera el punto de ventaja porcentual, tras perder en la vuelta inicial y, con ello, impone un resultado que contradice la voluntad electoral de quienes eligieron inicialmente a otro presidente, no a Lacalle.
El caso de Evo Morales es todavía más flagrante. Nadie discute que ganó la reciente elección. Por algo más de 10 puntos, dicen unos, otros sostienen que por algo menos. Lo cierto es que a nadie se le ocurre insinuar que no fue él quien las ganó y que no lo fue por un amplio cúmulo de votos.
Sin embargo, la exigencia férrea de 10 puntos de ventaja para evitar una segunda vuelta llevó a que su clara victoria fuera convertida en supuesto "fraude" por sus enemigos, tomada súbitamente como base para desplazar por la fuerza al presidente (que no pudo así cumplir siquiera con su anterior mandato, no afectado formalmente por esta elección) y darle un golpe de Estado por vía del "golpe blando" o "doctrina Sharp", cuyos términos cualquiera puede encontrar en páginas de Internet.
La idea de instaurar la segunda vuelta fue dar más peso de base social a los gobiernos, obligando a que quien llegue lo haga con más del 50 % de los votos validados. Pero eso es pura apariencia sin solidez: los hechos han revelado claramente que es al revés. Al ganar los que perdieron en la primer vuelta, se ha burlado en concreto la voluntad mayoritaria, pues se obligó a votar en segunda vuelta por aquel que se consideraba "menos malo". Se formaron así mayorías frágiles, momentáneas y oportunistas.
Será hora de repensar las modalidades de las elecciones en la región. Ya en muchos casos se ha birlado el gobierno a aquellos que han conseguido de manera clara –y a veces holgada– mostrar que son los elegidos sustantivamente por la población.
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