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Se trata de una cooperativa de trabajo que emplea a jóvenes con capacidades diferentes. Una experiencia única en la provincia que otorga dignidad a treinta personas que antes se sentían discriminadas y que hoy, integradas al mundo laboral, ocupan un espacio dentro de la economía social.
Foto: Axel Lloret
Aún si se mira más allá de la misión inclusiva que guía a la institución, el caso es un ejemplo de solidaridad en todas sus expresiones donde la participación de los vecinos se volvió clave para la concreción y continuidad de la iniciativa. Es que dentro de Programa PAR fueron “los propios maipucinos quienes votaron el proyecto y junto al municipio aportan cada día para que siga en pié”, según reconoce la trabajadora social Liliana Coria, coordinadora e impulsora de La Rañatela.
La institución fue concebida con el objetivo de ofrecer algo más que un espacio de recreación y contención para jóvenes con discapacidades mentales y síndrome de Down. De esta manera, se constituyó en una organización y una cooperativa que bajo la forma de taller protegido de producción “busca la integración laboral y promueve las capacidades productivas de las personas con discapacidad”, explicó a NU Paola Ortiz, quien junto con 11 operadoras más - entre las que se encuentran costureras, serigrafistas, diseñadoras y trabajadoras sociales – es responsable de coordinar el trabajo de los chicos.
La mano de obra corre por cuenta de 30 jóvenes mayores de 18 años que se reparten en los dos turnos en que funciona diariamente el taller ubicado en la calle Independencia al 93 de General Gutierrez, en Maipú.
Las tareas están organizadas y distribuidas según las capacidades de cada uno de los chicos, y a medida que van ganando experiencia en las variadas labores comienzan a rotarse en las distintas actividades de la cadena de producción. “Ahora manejo la plancha, al principio no podía hacerlo. Además, como he aprendido bastante puedo enseñarle a mis compañeros a realizar algunos trabajos en los que tienen dificultades”, señala Jorge.
Así, los chicos se encargan de realizar labores vinculadas con la serigrafía, estampados, señalización industrial, carteles en plotter, diseño gráfico, calcos, imagen empresarial, confección de bolsas comerciales y ecológicas, y mano de obra tercerizada. El hecho de haber rubricado un convenio con la Asociación Red Activos - abocada a comercializar en todo el país los trabajos que realizan personas con discapacidad - optimizó las capacidades productivas de la cooperativa.
“Estamos produciendo por mes cerca de 15 mil bolsas recicladas para una importante cadena de supermercados”, indica Liliana con orgullo y agrega “los chicos son conscientes de esta dimensión y cuando los tiempos apremian redoblan esfuerzos junto a nosotras”.
Por su parte, Paola relata con satisfacción que el crecimiento obtenido por La Rañatela a partir del 2010 - año en que consigue convenios con varias empresas para comercializar los productos y profundiza su vinculación con el Ministerio de Trabajo – se empiezan a otorgar a modo de incentivo entre 300 y 500 pesos mensuales a cada integrante. “Este reconocimiento alienta a los chicos, quienes además de sentirse útiles al integrase por primera en un ámbito laboral tienen la oportunidad de aportar a la economía familiar”, señala la operadora.
“Hay meses que con el sueldito puedo ayudar a mi mamá a pagar algunas deudas, otros en lo que prefiero ahorrarlo”, dice Jorge. En la misma sintonía, el resto de los chicos cuentan lo que hacen con el dinero que ganan como por ejemplo comprarle regalos a sus familiares y amigos, pagar el abono del micro, disfrutarlo en salidas el fin de semana, etc. Sin embargo, todos coinciden y se preocupan por dejar en claro que no asisten a La Rañatela por la mensualidad: “Yo vendría hasta los fines de semana gratis. Es más, las mamás de mis compañeros suelen contar que los sábados tienen que consolar a sus hijos porque se ponen mal cuando se acuerdan que ese día no se trabaja”, afirma Matías, otro de los operarios.
El muchacho recuerda que antes de integrar el taller no conseguía trabajo y que a partir de su ingreso pudo sanarse de la depresión al igual que muchos de sus compañeros. “Antes eran todas puertas cerradas”, exclama sin desconcentrarse de su tarea.
Entre los cambios producidos en los chicos tras haberse sumado a La Rañatela, las coordinadoras resaltan la llegada de la dignidad a sus vidas. “Nada como el trabajo y la capacidad de producir para otorgar autonomía, la base de la dignidad”, resalta Paola.
Además destacan que el trabajo adentro del taller implica un aprendizaje mutuo entre los jóvenes y las operadoras. “Nosotras podemos darles una oportunidad laboral y recrearles el sentido de la responsabilidad, pero ellos nos devuelven mucho más que eso. El amor que nos transmiten en cada jornada de trabajo es inconmensurable”.
De esta manera se percibe el clima de compañerismo en el interior de La Rañatela, donde decenas de chicos que padecen a diario la discriminación, encuentran un espacio donde sentirse parte y demostrar sus potencialidades reflejadas en los exitosos resultados de un taller que ha sido considerado “modelo” a nivel nacional. “Ellos lo viven así, porque nosotras nos encargamos de hacerles saber que el proyecto es de todos, que ningún capitalista puso plata para que lo iniciemos sino que lo construimos entre todos”, concluye Liliana Coria.
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