La posibilidad de elegir, un derecho postergado que hace realidad el cupo laboral trans
Julieta Antúnez Ríos, enfermera e integrante del colectivo en Mendoza, dijo que este avance mejorará la vida de las personas que tenían como única alternativa la prostitución. Su historia y su lucha.
La enfermera dijo presente durante la votación del proyecto, que se convirtió en ley. Foto: Facebook Julieta Antúnez Ríos
La posibilidad de elegir: ese fue el valor central de la Ley de Cupo e Inclusión Laboral travesti/trans que resaltó la enfermera Julieta Antúnez Ríos (40), integrante del colectivo en Mendoza. Dijo que las personas que –hasta ahora– tenían como única alternativa de subsistencia la prostitución podrán elegir qué estudiar, cómo ejercer su vocación, dónde trabajar.
La enfermera y activista siguió desde el Congreso la votación que transformó en ley un proyecto que lleva el nombre de Diana Sacayán y Lohana Berkins, como un homenaje a quienes lucharon por los derechos del colectivo. La norma establece, entre otros aspectos, que el Estado deberá contratar al menos al 1 % de su planta de personal entre personas travestis, trans y transgénero, al tiempo que prevé una serie de deducciones impositivas para las empresas privadas que sigan ese camino.
La profesional se definió como una privilegiada por dos razones: su familia la acompaña y pudo estudiar. Contó que, más allá del maltrato y de la violencia de tener que disfrazarse de lo que no era para estudiar, se recibió de enfermera y accedió a un puesto en el Hospital Italiano, donde trabaja desde hace 13 años.
Antúnez Ríos dijo que que la ley permitirá cambiar la vida a muchas personas que durante años fueron relegadas a vivir de noche porque no se les permitía hacerlo de día. Explicó que la aprobación de la norma es el primer paso, pero que ahora resta la promulgación y el cumplimiento efectivo. Aquí, parte de la charla que Unidiversidad mantuvo con la profesional.
Una herramienta de cambio
¿Qué significa la aprobación de esta ley?
La sanción de la Ley del Cupo de Inclusión Laboral trans es el corolario de una larga lucha, que no comenzó con nosotras ni que termina aquí, la comenzaron muchas compañeras que dejaron la vida en el camino y se convirtieron en bandera para la generación de las que tomamos la posta. Es una ley trascendental para la Argentina por varias razones: primero, porque pone a la Argentina nuevamente a la vanguardia en el mundo y en Latinoamérica en la restitución y defensa de derechos; segundo y creo que es lo sustancial, porque cambia la vida de las personas travestis y trans que hasta ahora estaban invisibilizadas en la sociedad y que tenían a la prostitución como única alternativa de subsistencia. Ahora se les reconoce el derecho de igualdad en el acceso al trabajo formal, entendiendo que el trabajo es el ordenador de la vida social, por lo que va a mejorar la calidad de vida de las compañeras que a tan corta edad se tienen que despedir de este mundo porque la situación social, económica y de vulneración permanente hace que el promedio de vida sea de 35 a 40 años. Entonces, esta ley es vital para nuestra vida.
¿Por qué es necesaria una ley específica, cuando el trabajo es un derecho de todas las personas contemplado en la Constitución?
Esa es la misma pregunta que nos venimos haciendo desde siempre. La sociedad nunca se preguntó dónde estaban las travestis, por qué no estaban trabajando. Pregunto: ¿cuántas travestis vemos trabajando en los súper, en los bancos, en los hospitales, en el palacio de Justicia? ¿Dónde están? Hay un sector que dice que la ley es discriminatoria, que no corresponde. Me pregunto qué es discriminatorio: ¿que tengamos el mismo derecho que todos y todas? En realidad, no jode que me den derechos, sino que quiten un privilegio. Hasta ahora, el acceso al trabajo es un privilegio de un sector social, pero nosotras no teníamos ese derecho. Ahora tenemos ese derecho de acceder a cualquier trabajo y parece que les molesta a muchos haber perdido ese privilegio, pero no el derecho. Creo que es necesario cuestionarnos como sociedad por qué consideramos que hay argentinos, mendocinos de primera y de segunda, que algunos tengan el privilegio de tener trabajo y otros no.
¿La ley equipara ese derecho?
Sí, y creo que esta ley nos da además la posibilidad de elegir, de tener la oportunidad de preguntarme de qué quiero trabajar, dónde quiero trabajar, qué quiero estudiar y cómo puedo ejercer mi vocación en un trabajo. La ley no solo establece que el Estado debe asegurar el 1 % de planta, sino que induce al sector privado a contratar, porque no solo el Estado tiene que dar respuesta a esta inequidad histórica, sino también las empresas, porque nosotras no hemos nacido en Travestilandia: somos hijas, hermanas, tías, vecinas, amigas. Somos parte de esta sociedad tan cruel, que siempre nos mandó a la noche y nos prohibió vivir de día. Estos son vientos de cambio, las nuevas generaciones tienen otra cabeza, otra perspectiva.
La ley establece que ni la terminalidad educativa ni un antecedente penal serán justificativos para no contratar a una persona. ¿Por qué se incluyeron estos aspectos?
Más allá de las representantes que tomaron nuestra voz en el Congreso, la ley fue pensada por las personas travestis/trans. Entonces, no es que no quisimos estudiar: fuimos expulsadas del sistema educativo de forma sistemática y de varias maneras. A corta edad, ya nos expulsan de nuestros hogares, y el sistema educativo, al que se llama segundo hogar, tampoco está capacitado para dar una contención; el bullying por parte de compañeres y personal educativo es terrible. Incluso las que tuvimos la posibilidad de estudiar lo hicimos con distintas estrategias muy dolorosas, radicales, que dejan marcas muy profundas. En mi caso, en 2003 ni siquiera me dejaron inscribirme en la UNCUYO porque mi imagen no se condecía con lo que era, entonces tuve que disfrazarme de varón para poder estudiar, en una identidad que no era la mía y que me provocó mucho sufrimiento psicológico. En cuanto a los antecedentes, tampoco los tenemos por voluntad o con conciencia de cometer un delito; tratamos de sobrevivir y muchas personas, si no se prostituyen, no tienen qué comer. Las ponemos entre la espalada y la pared: no cumplir con los Códigos de Convivencia o morirse de hambre, y siempre va a primar sobrevivir.
¿Advertís cambios sociales?
Hemos avanzado, pero los cambios culturales son más lentos que los legales. Se necesita un compromiso para cambiar cabezas, para demostrar a la sociedad que, independientemente de la imagen física, somos personas, tenemos derecho al respeto. En mi caso, me encuentro por la calle a personas que asistí en el hospital, se acercan y me dan las gracias; ahí uno va viendo cómo la sociedad está cambiando. Hay que tener claro que ser travesti no es sinónimo de prostitución, sino de perseverancia y de lucha. Somos personas igual que cualquiera, el tema es darnos la oportunidad de conocernos, de entender que son más las cosas que tenemos en común que las disidencias. Tenemos que dejar de lado los fundamentalismos que nos ven desde observatorios científicos como enfermedad, desde la religión como pecado, desde lo jurídico como delito. Tenemos que cambiar el paradigma de una cabeza regida por la genitalidad, eso es muy reduccionista. Tenemos que tener una mirada un poco más filosófica, más amplia, el ser no lo define la genitalidad, y este creo que es un trabajo que nos tenemos que dar como sociedad.
La familia como pilar
¿Cuál es tu historia?
Soy argentina, tengo un papá, una mamá, un hermano y tres hermanas, son heterosexuales, que tiene hijes, familia. Yo elijo construirme como una persona travesti porque pienso, vivo y amo el travestismo. Hoy, justamente en el Día del Orgullo, creo que ser travesti es una respuesta política a una sociedad que siempre nos quiere ver avergonzadas, yo respondo con este orgullo como respuesta política. Como te dije, vengo de una familia tradicional, heteronormativa, católica, de clase media-baja, laburante. A los 16 años planteé esta situación a mi familia y debo decir que soy una las pocas privilegiadas que tuvo una contención familiar. Fueron mis abuelos maternos los que me contuvieron. Viví un tiempo ahí, hasta que ellos se fueron, y me marcaron cosas centrales para mi vida, como estudiar, terminar mi formación. Yo fui una privilegiada, accedí a un trabajo formal, por lo que entendí que debía levantar la voz para terminar de abrir esa puerta que tenía a mis compañeras en el sótano. He superado barreras, dolores, estereotipos.
¿Cuáles fueron esos maltratos, esas miradas que te dañaron?
Hoy está todo bien con mis padres, mis hermanas, pero en ese momento, fue un cimbronazo familiar. Ahora tengo 40 años, lo blanqueé a los 16, pero el sentimiento venia desde antes. Cuando niño, no te das cuentas, el tema es en la adolescencia, cuando te cuestionás y cuestionás a todos, cuando nos quieren imponer esta heteronormatividad y nos damos cuenta de que no encajamos en esto de ser varón o mujer. Fue un momento de crisis familiar, pero creo que primó el amor de mi madre, mi padre, y valoro mucho la participación de mis abuelos maternos. Hubo momentos de tensión, pero los pudimos superar. Sí tuve que abandonar el colegio secundario –asistía a una escuela religiosa de Maipú– porque no encajaba en el estereotipo, entonces, ¿qué sentido tenía mi vida si vivía para ir al infierno? Yo no creo que en un dios castigador, sino en un dios amoroso, solidario, sanador, pero tuve que dejar el secundario porque el bullying de mis compañeros fue muy terrible. De todas formas, creo que el momento más difícil fue cuando me disfracé de varón para estudiar: tuve que cortarme el pelo, dejar los tacos y las faldas y disfrazarme de varón para empezar la universidad. Esos fueron los momentos más terribles, fue una discriminación constante, yo no estaba fuerte para salir a defenderme.
¿Qué cambió para que pudieras levantar tu voz?
En 2010 conocí a Lohana Berkins, que fue bandera, por eso la ley lleva su nombre. A partir de entonces, me empoderé. Yo tuve el privilegio, dentro de la comunidad, de estudiar, entonces creo que ahora sigue la lucha por todas las que están invisibilizadas en la noche.
¿Cuáles son los desafíos que siguen?
Ahora lo que sigue es esperar la reglamentación de la ley, que después se cumpla en la Nación, en la Provincia, porque también es responsabilidad de las organizaciones. También, hablar con el empresariado para seguir soñando con esa sociedad en que todos seamos iguales. Queda mucho: el acceso real al sistema sanitario sin discriminación de las adolescencias travestis, trans, diversas; seguir acompañando a los formadores que así lo deseen para que comprendan a estas nuevas infancias, el acceso a la vivienda de las compañeras. En realidad, queremos mejorar la calidad de vida de las compañeras, acá no se quita derechos a nadie. Entonces, antes de emitir algún juicio discriminador, es importante que la sociedad entienda que no quitamos nada a nadie, solo buscamos la equidad.
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