La negación de Acapulco: un argentino en Ayotzinapa, 2ª historia
El cronista Enrique Pfaab continúa su incursión en México. Tras describir su llegada al DF, ahora nos cuenta su arribo al Estado de Guerrero, más precisamente a Acapulco, donde hará base para aproximarse a Ayotzinapa, el pueblo de los 43 estudiantes desaparecidos.
El diario La Jornada del lunes 29 que consigna la toma de 28 alcaldías por la aparición de los normalistas.
Llegada a la región en donde se define el destino de México.
Guerrero. México. 29/12/2014
Dos jóvenes con pasamontañas, uno negro y otro rojo, caminan a paso vivo entre los autos y les acercan a los conductores una gorra para que pongan allí algunas monedas. No exigen. Apenas sugieren el aporte con el gesto. Algunos ponen, la mayoría no.
Las casetas del último peaje de la Carretera Federal 95, que une el Distrito Federal con Acapulco, están destrozadas y no hay nadie allí. Entonces los automovilistas no pagarán los $30 correspondientes y podrían dárselos a los normalistas de la Escuela Rural Raúl Isidro Bustos, pero muchos prefieren aprovechar la oportunidad de ahorrarse esa plata.
Es un grupo pequeño de unos cinco o seis muchachos y de un par de hombres de sombrero de ala ancha, que los acompañan. Son algunos de los padres.
Ese peaje está a unos 15 kilómetros al Oeste de Chilpalcingo, la capital de Guerrero, y a unos 40 de Iguala, la ciudad en donde el 26 de septiembre pasado la policía municipal, en colaboración con el grupo narco Guerreros Unidos (según la versión oficial), emboscó a los estudiantes, mató a tres y secuestró a 43, además de asesinar a dos integrantes de un equipo de fútbol que pasaba por el lugar y también a la pasajera de un taxi.
En alguna de las movilizaciones, las casetas fueron destruidas y la concesionaria no piensa arreglarlas. Sabe que esto no ha terminado.
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“Le recomiendo no alojarse en los pueblos. Lo más seguro es que haga base en Acapulco y estudie la situación”, dice la voz femenina que atiende la consulta telefónica en el Consulado Argentino del DF.
El viaje entre la terminal Tasqueña de la capital mexicana y la Papagayos, de Acapulco, lleva unas cinco horas y sale unos $400 mexicanos según la compañía de micros, que para los locales son “camiones”. Hay otras opciones, más económicas pero mucho más lentas. Por ejemplo, el “guajolojeet”, una unión de las palabras guajolote (un pavo doméstico de plumaje negro) y jeet. Es un colectivo que, en vez de ir por la carretera principal de doble vía, circula por una paralela (la 95D) y que se detiene en cada pueblo. Como corresponde. El viaje puede durar el doble o más.
Apenas se sale del DF, el paisaje es casi idéntico desde el comienzo al fin: sierras y cañadones. En algunas zonas hay bosque alto y tupido y en otras el monte es achaparrado. Por momentos la tierra es negra y en otras arenosa. Ya en Guerrero se torna rojiza.
Cada 10 kilómetros aparece algún caserío. La mayoría son apenas parajes, de casas de una o dos plantas, muy sencillas y con techos de una sola agua, de chapa. En ninguno falta al menos una iglesia, que es lo único que sobresale, no solo por su altura sino también por el cuidado de su construcción. “La culpa de todo esto la tiene la chingada Iglesia Católica, que tiene adormecido al pueblo. Y se lo digo yo, que soy católico”, me dijo unas horas antes el sereno sesentón del hotel de DF, con voz pastosa y postura abatida, intentando explicar la realidad de este país. Hace un par de días me contaba Tania, la compañera de un mendocino radicado en México: “Yo viví en un lugar, acá cerca del DF, que tiene 386 festividades patronales al año. Todos los días se tiran petardos y hay procesiones. Hay por lo menos una iglesia por manzana”.
En muchas de las laderas de las sierras se ven sembradíos. Son parcelas pequeñas, de no más de 1000 metros cuadrados. Llama la atención que la mayoría de ellas estén aisladas, sin caminos que las conecten ni casas cercanas. Apenas en algunas se ve cerca de ellas, algún cobertizo precario. Es difícil distinguir de qué cultivos se trata.
La Carretera Federal corre ondulada entre las sierras. No hay intersecciones y muy pocas posibilidades de bajar o subir a ella. Como si su fin solo fuera conectar directamente los dos puntos extremos, sin que nadie ni nada interrumpa el tránsito. Para eso está la secundaria, más modesta y de carril simple. La de los pueblos.
En el trayecto aparecen, naciendo desde los valles y trepadas a los cerros, las ciudades de Cuernavaca, Taxco, Iguala, Zumpango del Río, Chilpancingo… Desde Taxco para adelante, ya es territorio guerrerense. La tierra de los normalistas.
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El Estado de Guerrero, uno de los 31 de México además del DF, tiene 81 municipios. Su superficie es menos de la mitad que la Provincia de Mendoza y tiene más de 3 millones de habitantes. Ayer, en apoyo a los padres de los normalistas desaparecidos y los estudiantes de la Escuela Normal Rural Juan Isidro Bustos, algunas organizaciones civiles habían completado la toma de 28 de estas 81 alcaldías.
Las organizaciones están agrupadas en el Movimiento Popular Guerrerense (MPG) y han comenzado a crear concejos municipales populares. En las alcaidías tomadas, los funcionarios políticos han tenido que reubicarse en lugares alternativos. Exigen la aparición de los 42 normalistas que continúan desaparecidos, la identificación y castigo de los culpables y también se pronuncian en contra de la realización de los comicios en Guerrero el año próximo.
Marco Antonio Adame Bello, representante del MPG en Acapulco, dijo que la respuesta de la ciudadanía a esta acción ha sido importante, pero aclaró que “existe presencia variada en muchos municipios, pero no ha sido homogénea”. Indicó que la mayor adhesión ha sido en los sectores rurales, pero en las ciudades “ha sido más complicado, pues hay mayor presencia de partidos políticos y es ahí donde debemos luchar contra el clientelismo”.
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Acapulco está dentro de Guerrero. Ya no es ese balneario de alta sociedad. Ahora se lo tiene como un destino peligroso o, en todo caso, de poca categoría. En las playas solo se ve turismo interno. El paisaje, salvo el imponente Pacífico, es similar al resto de Guerrero. Sierras por donde se trepa la ciudad, que todavía tiene vestigios de sus épocas de gloria.
De tráfico caótico y febril, como todo México, por las calles circulan miles de taxis Escarabajo y colectivos pintados de colores llamativos y hasta con dibujos y filigranas, que le darían envidia a más de un colectivero porteño. Una de las pocas cosas que conserva como destino turístico son los precios. La misma habitación modesta que en DF salía $150 por día, acá sale $400.
A pesar de ser invierno el calor es sofocante y no se ven “gringos” en las calles ni en las playas. “Desde hace un tiempo acá viene puro turismo tepiteño (clase baja mexicana)”, dice un taxista que espera viaje en la terminal Papagayos.
“Llene la papeleta, saque número y espere a ser atendido”, dice un cartelito en la recepción de Noticias Acapulco, un periódico local que tiene un coqueto edificio en plena costanera y en donde todo su personal viste uniforme. Camisa blanca con vivos azules y pantalón haciendo juego.
“Los muchachos (los normalistas) están un poco enojados con los medios locales, pero no tienen tanto problemas con los nacionales e internacionales, porque buscan difusión”, dice el jefe de noticias, que atiende la consulta a través de una línea interna. El hombre pasa un número de teléfono de uno de los periodistas que está trabajando en el caso y que puede orientar un poco a este desubicado argentino.
Es así. Acapulco parece cometer el pecado de toda ciudad que se cree exclusiva y que reniega del territorio en donde se encuentra y de la realidad que la circunda. Está en Guerrero, por más que le pese. La tierra de los 43.
Nota original: Pisando Guerrero la tierra de los 43
Fuente: Un argentino en Ayotzinapa
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Fuente: Un argentino en Ayotzinapa
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