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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
La autora es docente del ciclo de Profesorado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO y miembro de las Consejerías en Violencia, Sexualidades e Identidad de la Coordinación de Derechos Humanos y Cultura de la Secretaría de Bienestar Universitario.
Foto: Axel Lloret
Los ojos han sido usados para aludir a una capacidad perversa, pulida hasta la perfección en la historia de la producción del conocimiento y de la ciencia ligada al militarismo, el capitalismo, el colonialismo y la supremacía masculina, para distanciar al sujeto cognoscible de todos y todas las cosas en favor de los poderes sin trabas. Estamos obligados a buscar una perspectiva desde aquellos puntos de vista que prometen algo bastante extraordinario: un saber potente para construir mundos menos organizados por los ejes de dominación.
Donna Haraway
El currículo representa un recorte de la cultura socialmente producida que resulta legitimada por el poder hegemónico en una sociedad y momento histórico dados. Por lo tanto, el conocimiento y el currículo que lo vehiculiza y objetiva, como toda construcción sociohistórica, son producto de relaciones de poder entre los procesos educativos, la clase, el género, la raza y la etnia.
Hasta ahora, el conocimiento científico construido porta marcas de eurocentrismo, androcentrismo, etnocentrismo e individualismo. Es preciso, entonces, que en nuestra acción y reflexión –histórica, social y corporalmente marcada– consideremos un punto de vista descolonizado para avanzar en una propuesta educativa que no deseche experiencias, saberes ni sujetxs sociales.
El conocimiento ha sido fuertemente cuestionado por la teoría feminista al imputarle la centralidad del punto de vista masculino cuyas premisas y categorías dan cuenta de una ideología que privilegia un sexo sobre otro. También jerarquiza, excluye e invisibiliza a otrxs sujetxs históricxs: mujeres, disidencia sexual y otras identidades. Sin duda, los modelos de socialización existentes en nuestras culturas son los que sostienen y legitiman estas relaciones de jerarquía y dominación y un orden social responsable directo de la violencia que impone sobre diversxs sujetxs.
El cruce del género con otras categorías sociales permite visualizar cómo se distribuye el poder en una sociedad, cuáles son las normas culturales que legitiman las asimetrías existentes y cómo se perpetúan. De ahí que las instituciones educativas constituyan ámbitos privilegiados donde incorporar esta mirada, cuestionar los sesgos sexistas, desenmascarar el sistema de representaciones y de creencias estereotipadas sobre el papel de lo “femenino”, lo “masculino”, lo “otro” y garantizar buenas prácticas y derechos.
Incorporar la perspectiva de género en las transformaciones curriculares favorece propuestas superadoras de una mirada exclusivamente patriarcal-heterosexual. Los programas, contenidos y materiales de enseñanza contribuyen así a la igualdad de oportunidades de los géneros y a desalentar o erradicar la discriminación sexista y social. Necesitamos un currículo que haga pie en lo colectivo y comunitario, que busque diversas formas de saber y aprender y cuya mirada no androcéntrica garantice espacios sociales de cultura y de vida libres de violencia.
Tenemos la oportunidad, no la dejemos pasar.
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