Subeibaja Eléctrico presenta su primer álbum: “Continuar?”
La banda que empezó a captar la atención en la nueva escena de la música acaba de sacar su primer ...
01 DE NOVIEMBRE DE 2024
El pasado sábado se realizó una nueva edición del festival Fauna. DJ Uter, de Vieja Nueva Escuela, estuvo ahí para contártelo.
The whitest boy alive en el escenario. Foto: Lucas Cruzat x MOR.BO.
Después de algunos puntos flojos en el Fauna Otoño de mayo de este año (cancelación de dos artistas, problemas en el sonido, horarios no respetados), la edición de noviembre cargaba con la responsabilidad de resarcir esas decepciones, pero en los hechos resultaría en muchos aspectos lo contrario. En primer lugar, y tras no encontrar un “headliner (artista principal) a la altura” se modificó la estructura del festival para montar algo menor y con otro nombre: aprovechando el décimo aniversario del mismo se le llamó #10AñosFauna. Esto provocó que la venta de entradas se frenara conforme pasaban las semanas y para complicar aún más el panorama, el estallido social en Santiago de Chile (y el resto del país) puso en duda la realización del mismo. Finalmente, el pasado 30 de octubre la productora y su agencia de prensa confirmaron todo (casi todo: los artistas Matanza, Urubu Marinka y RLHBSLCN del colectivo Nómade Records decidieron no participar) y sumaron la propuesta de donar parte de lo recaudado a la Cruz Roja, así como la realización de un mini festival ATP para retribuir a la gente la zona (un barrio humilde sobre la falda del Cerro San Cristóbal) por las molestias ocasionadas en la logística en evento. Así y todo el final no fue tan feliz.
Llegó el día esperado y con un sol radiante posándose sobre el cerro, los asistentes comenzaron a llegar al Parque Urbano Mahuidahue pasado el mediodía, armados con sombreros, mucho protector solar y cantimploras; punto a favor para la organización: los dos puntos de hidratación funcionaron firme hasta casi el final del evento. Agua no faltó.
Tampoco faltaron los food-trucks con opciones en comida rápida, internacional, vegetariana así como barras con bebidas, siempre servidas en el vaso promocional del evento. No habían otras mayores atracciones (precisamente el festival se destaca por procurar un buen line up de artistas alternativos y emergentes en lugar del circo propio de un Lollapalooza)
Los dos escenarios estaban dispuestos sobre canchas: el RedBull Main Stage, dedicado a las bandas sobre una de césped sintético, el Boiler Room, para música electrónica, sobre una donde el caliente asfalto obligó a muchos a refugiarse en la sombra de los árboles de alrededor y disfrutar de lejos en lugar de apostarse alrededor de la “cabina” del dj, montada bajo un gazebo.
Precisamente este espacio fue el que dio el inicio, puntual, a las 14 hs con un set de Raag, que sumó todo tipo de instrumentos autóctonos a pistas con ambientes relajados y beats lentos, en una propuesta étnica-electrónica ideal para la hora, seguido por el downtempo orgánico del productor santiaguino Derrok, que optó por hacerle frente al calor a puro mate, elevando el tempo sutilmente. Fue una lástima no haber podido contar con la presencia de los otros 3 artistas “del palo” en lo que prometía ser una gran velada para las tendencias de fusión entre música electrónica y autóctona… de la mano de Nómade Records.
A escasos metros, media hora más tarde la apertura del escenario principal estaba a cargo de Francisco Victoria, quien con sólo un larga duración editado (“Prenda”), es ya la revelación del pop chileno del año. De dicho álbum debut repasó casi todas sus canciones y el single “Querida Ven” (reemplazando las voces de Juliana Gattas, de Miranda! en el track original por las de su tecladista Felicia Morales), el cual dedicó al momento social y político del país. Entre el público se podían ver la bandera nacional teñida de negro (todo un símbolo actual) y varias pancartas improvisadas sobre cartón con las proclamas de las protestas. Su presentación arrancó con una hora de retraso, por lo que se redujo a sólo 35 minutos.
Estas demoras (por inconvenientes en las pruebas de sonido, principalmente) se reiteraron en los inicios de cada uno de los números posteriores, osando colmar la paciencia de la gente, que sufría la escasez de espacios para refugiarse del calor.
Pasadas las 16 hs parecieron lograr convencer a Little Simz de salir a escena (sus músicos estaban listos hacía rato) a prender fuego el escenario con su propuesta de fuerte raíz negra (soul, r&b, funk) pero con fuerte anclaje en las tendencias actuales (trap, hip hop, dancehall). Todos uniformados de blanco (contrastando con el tono de su piel) la cantante británica y su banda fueron un combo que hizo irresistible bailar y moverse al compás de sus beats, repasando tracks de “Grey Area” (de los mejores discos de este año) y de sus trabajos anteriores “Stillness in Wonderland” (2016) y “A Curious Tale Of Trials + Persons” (2015). Sus orígenes Yoruba (sus padres son ambos nigerianos, de los miles de inmigrantes abriéndose camino en Londres) y su propia experiencia como afro descendiente se filtraron en el mensaje cuando le dio coraje a la gente a ‘seguir en la lucha, no bajar los brazos y mantenerse fuerte’. Se despidió con la promesa de volver una tercera ocasión (ya había visitado Sudamérica como parte de las vocalistas invitadas de Gorillaz, el súper grupo de Damon Albarn).
Nuevamente el inicio del siguiente show se vio postergado, momento oportuno para calmar la sed, caminar y disfrutar algo de la selecta del renombrado dj brasilero Milos Kaiser, que en el Boiler Room desplegó su mezcla en la que no faltó disco, funk, tintes latinos y mucho ritmo.
De regreso en el escenario principal, Khruangbin pusieron primera casi sin mencionar palabra, y es que en su propuesta musical instrumental es la guitarra de Mark Speer la que “habla”, y ¡en más de un idioma! Apoyada sobre la súper sólida base de Laura Lee en el bajo y Donald Ray "DJ" Johnson Jr. en la batería, sus seis cuerdas parecen miles cuando casi sin pedales de efectos puede desplegar una paleta de tonos que parece no tener fronteras, para sonar tan afro como latino, oriental o arábigo, siempre psicodélico y sesentero y con el dub jamaiquino aflorando cada tanto. Sin perder identidad (es imposible no reconocer un tema de ellos al escucharlo) el trío tejano puede animarse a incorporar influencias de distintas culturas, y en vivo aún más. En Santiago, la ocasión fue “El derecho de vivir en paz”, la canción de Víctor Jara que es un himno de las marchas en todo el país, que hizo brotar más de una lágrima de emoción cuando la popular línea de guitarra asomó.
Sin imágenes en la pantalla (ninguno de los actos hizo mucho uso de ella) dieron un set compacto (repasando sus tres discos de estudio), sin fisuras (a pesar de problemas de sonido en el primer tema) , y con su “look” e impronta en el escenario como principal componente estético en lo visual: el enorme DJ con una suerte de poncho electro-andino que parecía un tapiz en su torso tieso, moviendo tan solo sus manos para agitar los parches y Speer y Lee con sus ya características pelucas con flequillo con también mucho color en sus prendas y sin parar de moverse en el stage. Sus alocuciones, algunas en castellano, fueron breves; fue su interpretación la palabra más clara y contundente.
Ya con el atardecer asomando, BadBadNotGood se subieron al RedBull Stage casi como si lo hicieran en algún club de trasnoche. Probaron sonido rápidamente y abrieron con “Speaking Gently” de su último LP “IV”, que animó a sus seguidores inmediatamente, y siguió con lo que mejor saben hacer: improvisar y jugar sobre sus propias creaciones, repasando su discografía, que se inició en 2011, cuando aún eran un trío. La incorporación como miembro fijo del ocasional colaborador Leland Whitty (en saxos, sintes y percusión) le dieron un plus de sonidos y colores a una banda que suena cada vez más aceitada, en su fusión del jazz con hip hop y electrónica. Pero la novedad más reciente era el debut de James Hill en las teclas reemplazando al fundador y compositor de muchas de las piezas de la banda Mathew Tavares (quien dejó el conjunto hace poco más de un mes) y el resultado fue más que satisfactorio: ¡Hill se lució! Completan el cuarteto canadiense Chester Hansen en bajo y el baterista Alexander Sowinski, algo así como el portavoz, quien se sumó a los mensajes de referencia a la situación actual y expresó el apoyo del conjunto a la lucha del pueblo chileno. El cierre magistral fue con “Lavender”, track compuesto junto con el DJ y productor Kaytranada y del cual hay una versión con las voces del conocido rapero Snoop Dogg.
Antes del comienzo de The Whitest Boy Alive, bien sirvió una escapada escaleras abajo para encontrar ya la pista de baile encendida (ahora con luces, ¡en lugar de sol!) y el dúo de Pepo Fernández y Nico Castro, que se robaron los flashes de los periodistas que cubrían el festival, por sus remeras llenas de consignas de protesta, mientras agitaban a puro techno y electro old skool. Posteriormente la fiesta continuaría con Carisma (el dúo de los argentinos Ismael Pinkler y Carolina Stegmayer), para un cierre con todo a cargo de las leyendas del dance trasandino Alejandro Vivanco y Marcelo Rosselot, cuyo set estaba previsto se filmaría para ser incluido en los célebres audiovisuales Boiler Room con difusión mundial, y no pudo ser posible por la suspensión temprana del festival, a quince minutos de comenzado su set.
Precisamente, el show del cuarteto de Erlend Øye (ya un chileno más luego de casi una docena de presentaciones en la última década en el país) fue el cierre anticipado de la jornada. Formado en Berlín con miembros alemanes y noruegos, el cuarteto hacía su primera presentación en vivo desde el 2012, sin contar un show íntimo en ocasión de los cumpleaños de Marcin Öz (bajista) y Daniel Nentwig (tecladista) en Siracusa, Italia, otro de los “hogares” del conjunto en el 2107, pero que claramente pocos afortunados pudieron disfrutar. Este hecho logró la mayor convocatoria en audiencia y el marco ideal para que todo fuera una gran celebración en el contexto menos ideal. Su sonido indie-pop con pulso funk a lo largo de las canciones de “Dream” y “Rules”, sus únicos dos discos de estudio, mantuvo al público saltando y coreando prácticamente todos los temas, y a los músicos en igual nivel de energía (Nentwig se subió y bailó temerosamente arriba de su teclado durante el hit “Burning”).
En el caso de TWBA, las alusiones a las manifestaciones fueron aún más concretas, con el baterista Sebastián Maschat usando una cacerola como platillo y la consigna de que la “libertad es una posibilidad solo si puedes decir que no” del track “1517” que Øye se encargó de recalcar fuertemente.
El feedback y las demostraciones de afecto para con el líder y cantante se sumaron con el “baila, Erlend, baila” cada vez que este dejaba el micrófono para acercarse al borde del escenario a contornear su delgada figura y un “el que no salta es Paco” cuando la banda reversionaba el hit house del 93 de Robyn S “Show me Love” en clave new wave, en el cierre de un recital para el recuerdo. Cuando en ese momento de júbilo y celebración la productora anunció por los parlantes que el festival llegaba a su fin, fue él mismo quien se acercó a las vallas para intentar calmar los ánimos de sus fans, completamente desconsolados.
El motivo de la suspensión radicó en preservar la seguridad del público ya que una barricada organizada en el ingreso al predio amenazaba con avanzar y ejercer violencia si la música no cesaba. Los miembros de Hot Chip ya habían abandonado el lugar y a través de un comunicado vía Twitter se lamentaban de no poder tocar, mientras lentamente los asistentes se retiraban lamentándose no ver al sexteto londinense presentar en vivo “A Bath Full of Ectasy” uno de los álbumes más destacados del año.
Eran pasadas las 21 hs y en la calle humeaban los restos de un neumático usado en la protesta. Atrás quedaba la sensación de haber escapado, al menos por un rato, de una cruda realidad, con la música como panacea, como elemento de conexión, de encuentro y de disfrute.
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