Sin la UCR, el gobierno de Macri no hubiera existido: gran parte de los votos que este obtuvo en el país, a más de una estructura electoral de base nacional, le vinieron de allí. El PRO se limitaba a Capital y parte de la provincia de Buenos Aires: el radicalismo le proveyó votos también en esos distritos y le permitió ubicarse en provincias como Córdoba, Mendoza y Santa Fe, donde el partido de Macri era casi inexistente.

Es cierto que la vocación de la UCR de ir con el PRO fue vacilante: antes había formado UNEN junto a los socialistas y Stolbizer, más Solanas y Carrió, y fue por un desplante de esta última que derivó hacia la alianza con la derecha. También es cierto que a la mesa chica de Cambiemos (ahora “Juntos por el Cambio”) la UCR no fue convocada: ello es parte de una abdicación política incomprensible y con pocos precedentes.

La insólita justificación macrista fue que se trataba de una “coalición electoral, no de gobierno”. Y con ello, la UCR fue parte del gobierno sin gobernar efectivamente. Esto no la hace menos responsable por el desastre socioeconómico que hoy vivimos los argentinos: su omisión fue desastrosa, pues dejó hacer a la derecha ideológica sin siquiera atenuarla o suavizarla, y puso en el gobierno figuras tan reaccionarias que disputan con el PRO al respecto, como el ministro Aguad (reconocido amigo del criminal Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército durante la dictadura), o el jujeño Morales, que hizo de Milagro Sala una opositora encarcelada desde comienzos de la gestión. 

Sin la UCR –insistimos– no habría macrismo que hubiera ganado las elecciones. Gracias a ese apoyo electoral y cívico es que se ha podido practicar el ajuste brutal de estos años, las subas de tarifas inauditas –que esa UCR solo logró postergar en su período de pago–, el aumento exponencial del hambre y la pobreza, la toma de deuda externa más abrupta que registre nuestra historia. Aderezado con una inflación que duplica la ya alta que había con el gobierno anterior, pero con el agravante de que hasta 2015 los salarios subían más que la inflación, y desde 2015, estos han perdido alrededor del 20 % de su poder adquisitivo.

Todo eso hace poco efectivo el esfuerzo –de neto corte electoral– que hace la UCR local para diferenciarse de un gobierno nacional del cual, en realidad, forma parte. Cambia Mendoza es la versión local de Juntos por el Cambio, el gobierno de Cornejo es la versión mendocina del gobierno nacional, a tal punto, que el gobernador local es el presidente nacional del partido UCR: el cual, hasta donde sabemos, en ningún momento se ha separado de la coalición nacional de gobierno, ni ha dejado de formar parte de ella.

No está de más recordar que la sección Mendoza de la UCR hizo decisivos aportes a la alianza nacional del radicalismo con el macrismo: tal alianza hubiera sido imposible sin las operaciones del mendocino Sanz (que ayudó a hundir el peso de la UCR en la alianza de gobierno al perder por goleada una insólita interna que jamás se planteó a fondo) y las del actual gobernador Cornejo, que, cuando era intendente de Godoy Cruz, inició convenios de cooperación con la CABA, dirigida entonces por Mauricio Macri. La UCR/Mendoza es, sin dudas, fuerte precursora nacional del entronamiento del macrismo.

¿Qué seriedad tiene ahora, con el diario del lunes tras las PASO, el esfuerzo por ocultar a Macri y a otras figuras nacionales de la alianza gubernista? Suarez llegó a expresar molestia porque Fernández Sagasti sea respaldada en Mendoza por dirigentes nacionales. Nadie le impide a él traer a Macri, Michetti, Pichetto, Carrió, Negri o quien sea. Pero claro, ya no conviene. Los lazos históricos construidos son, sin embargo, suficientemente densos como para  borrarlos de golpe: no en vano el candidato a gobernador declaró en 2016 al diario Los Andes que él respalda plenamente el pensamiento político del presidente Macri.