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23 DE DICIEMBRE DE 2024
A los 45 años, Juan Mauricio Bafumo se convirtió en el primer integrante de su familia en obtener un título universitario. Nunca rindió mal una materia e hizo la carrera en cinco años. Defendió a la universidad pública como un derecho, y a la política, como herramienta de transformación social.
Juan Mauricio Bafumo dijo que la universidad lo preparó bien, que está seguro de su título. Foto: Unidiversidad
Parece que este 16 de abril se alinearon los planetas. Pero no, no fueron los planetas. Ese día, en un aula de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) se produjeron otras alineaciones. Se alineó la tenacidad de Juan Mauricio Bafumo, que en los 90 debió abandonar la escuela secundaria para trabajar, que fue changarín en la feria y cartonero y que –ese día y en esa aula– defendió su tesis y se recibió, a los 45 años, de licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Y se alineó la universidad que lo cobijó, el personal docente y nodocente, sus compañeros y compañeras que lo impulsaron. No, no fueron los planetas. Fue la tenacidad de Juan y fue la universidad pública, gratuita y laica argentina.
Juan está orgulloso, no hay falsa modestia en su relato. Sabe que, sin su tenacidad, ese fuego interior que sintió desde niño por estudiar, por aprender, por entender, se hubiera extinguido a baldazos de realidad. Y sabe que no hubiera podido solo, que su logro es también de su esposa Alejandra Navarrete, de sus hijas Celeste Alejandra y María Belén y de su hijo Rodrigo.
“El día que me recibí, sentí un cambio profundo dentro de mí, de mi esencia como hombre, como varón. Ya no soy solo el Juan que era antes, ahora digo: 'Soy Juan, licenciado en Ciencia Política y Administración Pública', y eso tiene un valor incalculable, porque hice un esfuerzo muy grande, nadie me regaló nada. Yo sé que tengo mucho para dar, porque la universidad me preparó bien, yo me siento seguro del título que tengo, puedo hablar de cualquier tema con cualquier persona. Por eso digo que no financiar la universidad pública es el error más grande que se puede cometer como sociedad, porque creo que esto sigue salvando vidas, la vida de las personas”, dice a Unidiversidad.
Juan creó su propio sistema de estudio, que, aseguró, está relacionado con las estructuras musicales. Foto: Unidiversidad.
Juan tiene razón, su esfuerzo fue enorme: nunca rindió mal una materia y se recibió en cinco años, en realidad unos meses antes del tiempo estipulado para completar esa carrera. Y eso, mientras iba desde su casa, ubicada en el Campo Papa (Godoy Cruz) al predio de la UNCUYO, donde asistía a clases, estudiaba y, desde ahí, a la empresa de grúas que cuida desde hace años, donde trabaja de 19 a 7 de la mañana. Así, todos los días, durante cinco años.
Cuando camina por la facultad, queda claro que saben de su esfuerzo: lo felicitan, lo abrazan, le llaman "colega". Él agradece a docentes que lo ayudaron especialmente: Julio Leónidas Aguirre, su director de tesis; Mario Guerrero, Federico Castañón, Rubén Mellado y Lucrecia D’Agostino.
Juan parece ir a contramano de los tiempos: defiende a la universidad pública como un derecho, y a la política, como una herramienta de transformación de la vida de las personas. Sin embargo, dice que la gestión pública es compleja, que se necesita gente preparada para ejercer un cargo, para diseñar y evaluar la conveniencia y el impacto de una política, y cree que politólogas y politólogos están preparados para asumir el desafío.
Es lunes por la mañana y Juan vuelve a la facultad –donde le propusieron ser adscripto a la cátedra Teoría Política I– para averiguar cómo siguen los trámites del título. Después, cuenta su historia a Unidiversidad desde un banco del Patio de la Reforma, ubicado al costado del edificio.
En su relato, hay aspectos que se repiten: se toma un tiempo para responder cada pregunta, se emociona en varios momentos de la charla y lo muestra sin vergüenza; se corre de los extremos, no hay personas ni instituciones buenas y malas, sino que se mueve en el mundo de los matices. Y en cada etapa de su vida, recuerda a una familia o a una persona que lo ayudó, sin la cual hubiera sido difícil –o imposible– seguir.
Su relato comienza en el momento en que su vida cambió para siempre: cuando en los 90 echaron a Juan, su papá, del Banco Mendoza. El hombre cayó en una depresión profunda, y él, con 17 años, debió abandonar la escuela secundaria para trabajar, para ayudar a su mamá Alba Giménez y a sus seis hermanos, de los cuales es el mayor. En esta etapa, recuerda y agradece a quienes lo ayudaron, una familia española que su papá conoció en el Hospital El Sauce, mientras hacía un tratamiento para superar su depresión: Francisco (Paco), sus hermanas Argentina y Josefa y su hijo, Arturo Henríquez.
Su primer trabajo, cuenta, fue como changarín en la feria de Guaymallén; después tuvo una verdulería y fue cartonero. En ese tiempo, conoció a su esposa, tuvieron a su primera hija y, aunque las cosas parecían mejorar, los problemas económicos obligaron a la pareja a trasladarse al barrio ubicado en el Campo Papa, donde construyeron su casa y donde viven desde hace 25 años.
En 2016 comenzó otra vez el secundario, en el CENS 3404, ubicado en el Campo Papa y unos de los pocos que funcionaban en la mañana. Eso le permitió continuar con su trabajo. Se recibió y fue el abanderado. De esa etapa, recuerda a su profesor de Lengua y Literatura, el periodista Pablo Rojas, que lo ayudó a comprender los textos, a relacionar párrafos, a escribir, a cuidar la ortografía, a utilizar bibliografía, y que le regaló un libro sobre la vida de Manuel Belgrano que aún conserva.
Juan Bafumo agradeció la ayuda de su familia y de todas las personas que a lo largo de su vida le dieron una mano. Foto: Unidiversidad.
En 2018 se inscribió en el "pre" de Ciencia Política. Recordó su emoción cuando un profesor le dijo que había ingresado, que ya era parte. En esa etapa, agradeció a la empresa donde trabaja porque, cuando contó que comenzaría a estudiar, le dieron un préstamo para comprar un auto que, aunque viejo, se convirtió en su “compañero”, ya que le permitió trasladarse cinco años.
¿Por qué decidiste estudiar Ciencia Política?
Creo que surgió a partir de ver toda la pobreza que hay en mi barrio. Cuando comencé el CENS, nos llevaron a la Legislatura y uno de los diputados nos dijo que la única forma de cambiar la situación es ser parte, es dejar de ver llover y ser lluvia. Me vi reflejado en ese asiento de diputado y me dije: "Esto es lo que voy a estudiar, esto es lo que quiero hacer". Averigüé y me anoté, tenía 40 años.
¿Con qué te encontraste? ¿Era lo que esperabas?
Con un monstruo, con una estructura grande, con muchísima gente. Me asusté un poco, nunca había entrado. Yo pasaba siempre por el costado de la universidad. Venía juntando latas, cartones, trabajé mucho tiempo de cartonero y también en el basural de Godoy Cruz, y siempre veía el cartel que decía "Ciencia Política" y pensaba: "¡Qué suerte estar ahí! Yo nunca voy a estar ahí", pero estuve. Creo que el deseo de ayudar a cambiar la realidad de toda esa gente que pasa hambre, porque si hay algo que recuerdo y a lo que tengo miedo es a la sensación de pasar hambre, me motivó a seguir estudiando. Gracias a Dios, siempre tuve la cabeza para hacerlo, la inteligencia para entender, para estudiar, para seguir aprendiendo. Recuerdo que, cuando ingresé, me quedé admirado de que todos preguntaban lo mismo, tenían las mismas carencias. Yo pensaba que era yo, porque venía de un CENS y de una villa, pero no era eso, era la estructura que no te prepara para estar acá. Esa es la otra realidad también. Pero, bueno, yo vine a estudiar Política y pude. Quizá por ser más grande que los demás, pude hablar con los profesores y decirles: "Yo necesito ayuda, quiero terminar la carrera", y la verdad es que encontré esa ayuda. Recuerdo que un profesor me dijo que viniera siempre a los horarios de consulta, porque eso era lo principal, y le hice caso, siempre estuve en las consultas, tanto presenciales como virtuales, durante la pandemia.
Luego de defender su tesis, Juan posa junto a su codirector de tesis, Mario Guerrero; la directora de la carrera, Lucrecia D'Agostino; el profesor Federico Castañón, y con su familia: su esposa, Alejandra Navarrete, sus hijas Celeste y María Belén, y su hijo Juan Rodrigo. Foto: gentileza Juan Bafumo.
¿Cómo fue el recorrido de la carrera?
El primer año fue el que más me costó, era muchísima la cantidad de texto e información que mi cabeza estaba recibiendo. Empezás a ver cosas que no viste nunca en tu vida, te encontrás con un mundo nuevo. Me llevó un tiempo entender que había un día para cada cosa, que no podía leer dos materias al mismo tiempo. Empecé a esquematizar en mi cabeza, me hacía mis propios mapas mentales, tenía varios cuadernos para ir sacando las ideas principales, después repasaba el texto y veía de qué se trataba; eso me lo inventé solo. Creo que tiene que ver con la música: yo toco piano y guitarra, y aprender un instrumento lleva tiempo y una estructura. Yo me hice un esquema, tenía un plan, un mes para estudiar esta materia, para rendirla; practicaba la oralidad, pensaba las preguntas que me podían hacer, tenía un diagrama bien organizado del examen y siempre estudiaba de más, buscaba otro autor, información extra.
¿Esa fue la etapa más difícil?
También fue complicada la época de la pandemia. Fueron dos años de virtualidad, sin computadora, sin internet.
¿Cómo hiciste?
Cuando fui abanderado del CENS, la Municipalidad de Cruz me dio una bicicleta y la cambié por una computadora que siempre tengo conmigo, porque fue la llave a lo que soy hoy. Me iba a la plaza, porque había internet, y escuchaba las clases por el celular. Me ayudó mucho el profesor Federico Castañón, con las recargas y también cuando se me rompió la computadora. Después de la pandemia, fue muy difícil cuarto año, porque abandonó la carrera todo mi grupo de compañeros, mi amigo Damián Ravagni. Fue devastador: me encontré solo, con muchos alumnos que venían de otros años. Fue muy estresante, estuve enojado, venía sin ganas, pero dije: "Tengo que terminar", y terminé.
¿Sufriste discriminación por vivir en el Campo Papa?
La verdad es que hay discriminación, como en toda la sociedad. Se siente, la gente sabe de dónde venís, es como que se diera cuenta. Duele, muchas veces te lo hacen notar, pero creo que no es bueno quedarse con lo malo, sino con las personas que me dieron una mano, como fue Julio Leónidas Aguirre, el director de tesis; Mario Guerrero, Federico Castañón; Rubén Mellado, que fue mi profesor de Estado, Sociedad y Política; la profesora Lucrecia D’Agostino, que es la actual directora de la carrera, que siempre estuvieron dispuestos a ayudar.
El nuevo egresado posa con su primer carnet de la biblioteca, lugar en el que pasó muchas horas. Foto: Unidiversidad.
Este 16 de abril, Juan defendió su tesis. Ese día, estaban su familia, sus excompañeros Damián Ravagni y Fabricio Roldán, y su amigo de toda la vida, que siempre lo ayudó, Marcelo Schembri. Todos estaban orgullosos: Juan es el primero de su familia en obtener un título universitario, aunque los tres integrantes de la nueva generación siguieron sus pasos: su hija mayor estudia Comunicación Social; la segunda, Contabilidad, y su hijo cursa el cuarto año del secundario.
¿Qué recordás del día que defendiste la tesis?
Tantas cosas... Primero, quiero agradecer a la facultad, porque creo que está hecha para la gente que trabaja. En realidad, se hizo para los obreros y sentí ese arraigo a la facultad, a la universidad. A través de la carrera, conocí a gente muy importante, como mi director de tesis, Julio Leónidas Aguirre y Mario Guerrero. Me encantó poder relacionarme con esas personas, aprender, conversar sobre muchos temas que a mí me interesaban, de política, de teorías, y que me ayudaron a tener mi propio pensamiento como profesional. Esto lo quiero destacar, porque muchas veces resuena esto del adoctrinamiento, y yo jamás lo sentí. Creo que eso es subestimar a la gente y subestimar al alumno, pensar que hay adoctrinamiento porque estás leyendo un texto. Lo que existe es la militancia, pero eso es normal porque es una Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero jamás alguien me dijo: "Vení a militar esto o aquello".
Hoy también se cuestiona la inversión a la universidad pública…
Yo creo que lo más lindo de un ser humano, de una sociedad, es que la gente aprenda, vaya a la escuela y venga a la universidad, porque con un pueblo que no se educa pasan las cosas que pasan. Creo que financiar la educación pública tiene un valor incalculable, es algo que te lo vas a llevar para toda la vida. Te doy un ejemplo: a mí nadie me va a sacar que soy licenciado en Ciencia Política, no tiene precio. Vos podés tener diez autos 0 km, pero mi título no lo vas a tener si no hacés los cinco años y estudiás. Entonces, creo que seguir apostando a la educación pública es fundamental para la sociedad. Si sacaran la universidad, nos quedaríamos sin nada como sociedad, sería una catástrofe para los docentes y, en especial, para los alumnos. Además, muchas veces se dicen cosas que no son ciertas, que la universidad pública no funciona y la verdad es que la facultad funciona excelente, nunca tuve problemas. Creo que la labor tanto de docentes como de nodocentes es muy importante, porque muchas veces se dicen cosas de los docentes que no son. Acá trabajan y somos muchísimos, no es que sean 20 alumnos: somos 150, 200 y a todos los tienen que atender y responder. Otro tema que se invisibiliza es que aquí nos ayudamos unos a otros: si uno no tiene una fotocopia, el otro te da; compartís un mate, una tortita, y esas cosas también son muy importantes en la facultad, en la universidad en general.
¿Cuáles son las falencias, las cosas que hay que mejorar?
Creo que, en muchos aspectos, la universidad está como sumergida en un globo, no salimos a la sociedad; falta eso. Es muy hermético todo y creo que hay que dar ese salto y estar más involucrado con la sociedad, porque, si no, todas esas investigaciones quedan acá para que uno las lea como alumno, pero no salen afuera, ni a los medios de comunicación. Me parece que se necesita ese conocimiento, que es necesario que llegue de una manera más flexible, más dinámica, porque quizás todo ese conocimiento sea importante para analizar qué está pasando en la provincia, por qué no se soluciona este problema ambiental, este problema económico, este problema social o de administración.
Lograste tu objetivo, te recibiste. ¿Y ahora?
No sé, todo es muy reciente. Por ahí me dicen "licenciado" o "colega", pero yo todavía me sigo sintiendo un estudiante. La verdad, no sé qué me puede deparar el destino. Tampoco he empezado a buscar nada, porque en el trabajo en el que estoy voy a cumplir 10 años y no es sencillo dejar la estabilidad económica que tengo. Mi sueño es estar en política, ayudar a las personas, y creo que, a través de la política, se pueden hacer muchas cosas, y esto que estudié ayuda a llevarlo a la práctica, no solamente con ideas teóricas, sino con ideas propias que puedan hacer que la sociedad empiece a cambiar un poco. Me gustaría estar en política partidaria, creo que desde ahí se pueden empezar a solucionar las cosas, ayudar a la gente y hacer un análisis profundo de la situación. Creo que hoy en Mendoza tenemos un déficit de gobernanza importante, no solamente ambiental, sino de gobernanza en sí misma: no se saben realmente los problemas que tiene la sociedad y por qué no se solucionan.
El mensaje predominante hoy es que la política no es la respuesta...
Decir eso es como decir que todos los libros son iguales. Existen personas que estudiamos esto de corazón. Lamentablemente, no tenemos un colegio como los abogados, aunque hace años hubo tratativas en ese sentido. Nosotros estamos preparados para la gestión pública, porque, si se quiere, es una doble titulación la de licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Estamos preparados porque nos enseñan presupuesto, todo lo relacionado con la administración de recursos, derecho, Constitución; tenemos un gran cúmulo de conocimientos. Yo me recibí hace poco, pero me siento preparado, nos preparan para gestionar, sobre todo en liderazgo. Es una carrera muy completa y creo que no se le da espacio. Justamente, el gobernador que tenemos (Alfredo Cornejo) es politólogo, pero, en general, no se les da espacio a los politólogos dentro de la administración pública provincial y nacional, y creo que existe un montón de riqueza, de conocimientos que no se están aprovechando debidamente. Por ahí está el político contra el técnico, a veces uno dice: "Esto hay que hacerlo así", pero, como el otro es político, el que tiene el cargo, dice: "No, a mí me conviene hacerlo así para ganar votos", y por ahí se deja afuera sobre todo a los politólogos. Hay gente muy preparada y ese caudal de conocimiento no se aprovecha. Muchas veces se lleva a cabo una política pública sin el conocimiento necesario, sin haber hecho un análisis territorial para saber cómo va a evolucionar eso con el tiempo, a qué sector va a beneficiar y a quién no. Entonces, quizá un político, que en buena hora ganó su puesto porque la gente lo votó, cree que gestionar lo público es fácil, pero se requiere de mucho conocimiento; es como que yo lleve a mi hijo a un médico que no tiene título. Creo que, si me preguntas otra vez, quisiera poder trabajar en política y también desde lo social. Me gustaría trabajar en mi barrio, ser un referente para poder ayudar a la gente. Soy consciente de que la persona que trabaja en política tiene que venir del pueblo, porque uno sabe lo que le pasa a la gente. Y también creo que lo político sin conocimiento y sin un trabajo empírico no se puede realizar.
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