La falta de arrepentimiento multiplica el horror
El represor Jorge Rafael Videla reivindicó nuevamente hoy
el terrorismo de Estado y se consideró un "preso político", al hacer uso del
derecho de la última palabra en el juicio que lo tiene, junto a Luciano Benjamín
Menéndez, como principal acusado de cometer crímenes de lesa humanidad durante
la última dictadura militar que comandó.
si
Alguien alguna vez pensó que en la cabeza de un genocida había lugar para el arrepentimiento o una pequeña capacidad de realizar un mea culpa?. Quizá todos aquellos que antes (y ahora también, desde los medios conspirativos), reclamaron un manto de olvido con lo sucedido en los años oscuros, puedan haberlo pensado, o al menos sin pensarlo declamaron que dejar el pasado oculto y mirar para adelante era la única posibilidad de volver a construir un país para todos.
Los juicios encarados a partir de la política de derechos humanos llevada adelante por el actual gobierno, no dejó margen para que quienes solicitaban el olvido pudieran hacer prevalecer esa torpe idea. Entonces, los asesinos, los genocidas, los que durante años vivieron al amparo de gobiernos débiles cuando no cómplices, los que se beneficiaron con leyes democráticas que los limpiaban de culpa y cargo; esta vez le vieron la cara a la verdad y a la justicia. Y con mejor suerte que sus torturados y asesinados, fueron sentados en el banquillo para que la justicia, esa de las leyes no la que ellos impusieron, evaluara su conducta y su macabro accionar.
Y entonces empezamos a vivir un nuevo horror. El horror de saber que nunca se arrepintieron, el horror de saber que durante años democráticos convivieron con nosotros y algunos, hasta fueron gobernantes. El horror de no entender como aún hoy, con todos los argumentos puestos en la mesa, hay quienes siguen pidiendo olvido en pos de una supuesta pacificación.
No están arrepentidos. Basta ver las caras de asco con las que nos miran en todos los juicios, basta ver el desprecio por la vida que surge de sus declaraciones. Basta escucharlos murmurar entre dientes las mismas puteadas que antes vociferaban con impunidad.
Algunos, quizá con un poco más de sentido común, siguen amparándose en las viejas mentiras de la obediencia debida, de la guerra contra el comunismo, y tantas otras que pueden esgrimir como lo hicieron desde hace años, sólo que ahora las mentiras no tienen cabida.
Pero otros, como fieras acorraladas, dejan destilar su odio y resentimiento y, desafiantes, se jactan orgullosos de su pasado genocida.
Videla, el sucio, el asesino, el represor, el más sangriento de todos, el autor intelectual de 30 mil desapariciones, es uno de ellos.
Al hablar en una audiencia en Córdoba, el dictador reinvidicó lo actuado por las Fuerzas
Armadas durante el "terrorismo de Estado" e insistió en que fue "la sociedad
argentina la principal protagonista del enfrentamiento bélico y la que ordenó a
su brazo armado acudir en su legítima defensa".
"Me niego a aceptar el término de guerra sucia. Las guerras
son justas o injustas, acepto que cada guerra tiene su particularidad y la
nuestra las tuvo, porque tuvo irregularidades", señaló y añadió: "yo no me
atrevería a afirmar que esta guerra terminó".
Además afirmó que "los enemigos de ayer están en el poder e intentan establecer un
régimen marxista, a la manera de Gramsci" y aseveró que previo al golpe de
Estado de 1976 se vivía "un far west vernáculo".
"La Constitución
Nacional guarda luto por la República desaparecida (sic)", manifestó el ex
gobernante de facto al pronunciar su último alegato antes del veredicto en el
juicio que se le sigue por delitos de lesa humanidad.
Tras descalificar a los magistrados
civiles por no ser sus "jueces naturales", Videla opinó que "con este
enjuiciamiento se pretende que a través de la sentencia que vayan a dictar
homologuen una decisión política adoptada por sentido de revancha adoptada por
quienes fueron ayer derrotados".
También aludió a una
supuesta reunión privada que mantuvo un mes y medio antes del golpe con el
fallecido dirigente radical Ricardo Balbín, "en la que me preguntó si frente a
esta grave situación que vivía el país en esos momentos, íbamos a dar el golpe o
no" y ante la falta de respuesta "me dijo: yo sabré compartir sus
silencios".
Señaló que en esos momentos le manifestó que "habíamos tomado
contacto con dirigentes politicos y que teníamos la aceptación de algunos de
ellos y Balbín me interrumpió y dijo: háganlo cuanto antes, evitenle al país una
larga agonía".
Los argumentos del asesino son denostables. Pero hay que tener cuidado. El asesino, preso en su rabia, dice las cosas que antes callaba, creyendo que, por su edad, la impunidad le seguirá sonriendo. O quizá en su cabeza esté la idea de dejar este mundo en el corto plazo, y entonces gozar de los placeres del paraíso terrenal prometido por los mismos que lo confesaban y comulgaban mientras asesinaba compatriotas.
Pero hay voces ocultas, voces tan perversas como las de Videla, voces que se ocultan bajo caretas democráticas, que piensan lo mismo. Escondidos en las sombras trazan planes desestabilizadores, elucubran torpes maniobras pseudo golpistas sirviéndose de las clases más necesitadas o de las más pudientes, depende desde donde intente darse el golpe.
Desde los rincones, mandan esbirros de turno a matar militantes o arman patotas armadas que fogonean en los conflictos.
Esos son los mismos que quieren olvido para pacificar el país. Por ellos tardamos tanto en ver a los asesinos en el banquillo de los acusados. Consagraron la impunidad, comieron ostias del mismo plato que los represores, golpearon puertas, ya no en cuarteles, pero si en la UIA y en la Sociedad Rural, aunque el espíritu golpista permanece en ellos con la misma intensidad. A espaldas del pueblo arman revoluciones en las que el pueblo no participa.
Videla, acorralado destila su odio con vehemencia, creyendo que la arrogancia convencerá a alguien. Videla hoy se muestra en toda su natural actitud de asesino y golpista. El horror de sus declaraciones nos pone alerta.
Debemos ahora buscar a quienes piensan lo mismo que el Chacal, y no esperar 30 años para desenmascararlo. El futuro de nuestros hijos está en juego.