La extensión universitaria como el viaje del aula al territorio
El especialista Humberto Tommasino brindó un curso-taller en la UNCUYO. Planteó los pilares de la extensión crítica y aseguró que el motor de este proceso siempre son los y las estudiantes. La importancia del saber popular.
Tommasino dijo que el motor de la extensión universitaria son los y las estudiantes. Foto: Unidiversidad
El viaje de Humberto Tommasino comenzó hace años en su Uruguay natal, el día que conoció a familias recicladoras que utilizaban carros y caballos para realizar su labor. Él –como todo el grupo de estudiantes de veterinaria– se subió al barco con la mirada puesta en los animales, pero, a poco de navegar, de conocer a vecinas y vecinos, sus problemáticas y estrategias para resolverlas, entendió la verdadera dimensión de llevar el aula al territorio, de eso que más tarde se llamó extensión universitaria y cuyo motor –dijo– siempre fueron y seguirán siendo los y las estudiantes.
Ese viaje por la extensión universitaria, que le valió reconocimientos como el doctor honoris causa de las universidades de Rosario y Mar del Plata, trajo a Tommasino a la UNCUYO, específicamente a la Facultad de Filosofía y Letras, donde brindó un curso de posgrado sobre metodologías participativas en el territorio.
Antes del encuentro, el profesional compartió con Unidiversidad su visión sobre la extensión universitaria en Latinoamérica o, lo que es lo mismo, sobre su viaje, que está lejos de concluir. El doctor en Medio Ambiente y Desarrollo y máster en Extensión Rural se jubiló, pero solo en los papeles. Además de brindar charlas y talleres, es docente del Programa Aprendizaje y Extensión (Apex), la iniciativa de inserción territorial que hace 30 años motoriza la Universidad de la República, la más importante de su país, y acompaña el proceso de descentralización de esa casa de estudios, que salió de los límites de Montevideo y se extendió hacia otras regiones.
En ese recorrido por las estrategias que se pusieron en marcha en América Latina para llevar el aula al territorio, Tommasino ponderó el proceso argentino. “Lo que ha hecho Argentina en los últimos 15 años, todo lo vinculado a las prácticas socioeducativas o socios territoriales, es muy valioso. Es uno de los procesos más creativos y positivos que tuvo la extensión en los últimos tiempos, que tiene una significación muy importante para pensar una universidad distinta, más anclada en el territorio, más comprometida con los actores sociales vinculados a las clases populares. Ese es un giro muy importante que ha tomado la universidad argentina, más allá de que los aspectos conservadores se mantienen, pero hay como pequeñas rupturas en ese proceso de la universidad latinoamericana”, expresó.
Tommasino dio un curso de posgrado sobre metodologías participativas en el territorio en la Facultad de Filosofía y Letras. Foto: Unidiversidad
Navegar con brújula
¿Cómo debería ser el proceso de extensión, según su visión?
No se hace simplemente yendo a territorio, sino que es necesario un esquema teórico metodológico, que no puede ser improvisado, que tiene que tener flexibilidad. Además, debe ser realmente respetuoso de los y las otras; ahí está lo ético, que sea epistemológicamente rupturista con la idea de yo sujeto y población objeto. Ahí me parece que se combinan cuestiones clave: una concepción ética en donde el otro o la otra sabe y puede enseñarme, constructos metodológicos que siempre son teóricos para poder saber cómo lo hago, porque no es simplemente ir, sentarme a conversar y tomar mate, que también hay que hacerlo. Lo otro es la ruptura con lo monodisciplinar: es necesario lo interdisciplinario para captar la complejidad del territorio y lograr un diálogo de saberes, donde se acoplen de manera decisiva otras epistemes que son las de la sabiduría popular. El concepto genérico es que desde un primer momento hay que construir lo que denominamos un grupo motor, constituido por investigadores populares, compañeras y compañeros integrantes de los sectores populares, del territorio, del barrio, junto con docentes y estudiantes construyendo un diálogo de saberes, un espacio en donde se geste qué vamos a hacer, cómo lo vamos a hacer, por qué, para qué y quién. Todo eso no se debe gestar en la universidad para llevarlo a territorio, sino que es necesario que surja del conjunto de esos actores y actrices que son distintas, pero que trabajan en pie de igualdad. Hay un dicho de Fernando Pessoa: “Navegar es preciso, vivir no es preciso” y me parece que, en esa frase, Pessoa nos trae una cuestión que puede interpretar lo que nos pasa: es preciso navegar, pero la navegación tiene que tener unas guías, unos mapas que son los constructos teóricos metodológicos que tenemos que usar; sin eso, podemos terminar en cualquier lado. Es decir, no solamente embarcarnos en ir a territorio, sino llevar cartas precisas de navegación y bitácoras donde se anote lo que nos va pasando, la sistematización de las experiencias. Y, por ahí, pensar la extensión con toda esa motivación, porque, cuando uno puede poner todo esto en juego, es muy motivador, recupera mucho de lo mejor de la humanidad, mucho del compartir, del buen vivir, de lo solidario, y eso está atravesado por el amor. Eso, por lo menos, fue lo que nos ha pasado. Todo este viaje que hemos hecho ha tenido dificultades, penas; hemos encallado en algunos lugares, pero hemos podido navegar y hemos sido muy amorosamente felices, y eso, para una universidad, es invalorable.
¿Quién debe impulsar el proceso? ¿La universidad, una organización, un grupo comunitario?
Puede ser múltiple, puede ser oferta o demanda. Puede ser que una organización nos llame, eso pasa bastante, o que la universidad llegue al territorio, diga: "Aquí estoy" y comience a conectarse. En ese interjuego de oferta y demanda es donde construimos el vínculo, que tiene que ser muy cuidadoso, a veces tiene momentos de manipulación, momentos de no escucha, momentos de invasión cultural, porque es un vínculo humano que también es contradictorio, pero que tiene que buscar coherencia teórico-metodológica. El proceso no es nada sencillo, pero tampoco es imposible. Implica trabajo, formación, temporalidades que deben complementarse, pero es un enorme viaje y un maravilloso desafío.
El profesor comparó a la extensión con un viaje que, aseguró, es complejo, pero que implica muchas satisfacciones. Foto: Unidiversidad
Del aula al barrio
¿Cuál es el objetivo de la extensión? ¿Es resolver un problema, es conocer la realidad, es enseñar, es aprender?
Es todo eso. Es trabajar en el medio con otras y otros intentando un doble objetivo. El primero es la formación integral de nuestros y nuestras estudiantes, que es muy difícil de conseguir sin los actores y actrices sociales. Su contribución es decisiva: su saber popular, sus sentimientos, sus proyectos, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, son esenciales para una formación integral. El segundo objetivo está relacionado con que nosotros no podemos investigar solo desde nuestras cabezas, tenemos que tener una investigación anclada en la realidad y, básicamente, en los grandes problemas nacionales, pero eso se hace cuando tenemos una inserción territorial fuerte, o sea que ahí hay objetivos que son como internos, que en realidad no son internos porque la universidad es parte de la sociedad. Lo otro es contribuir a la transformación solidaria y justa de la sociedad. Esa es la gran contribución, difícil y compleja que podría plantearse la universidad en ese doble juego de objetivos de formar integralmente para una sociedad distinta.
¿Existe un modelo de extensión universitaria en América Latina?
Te podría decir que hay dos grandes modelos: uno, básicamente difusionista, que es hacer cosas en el medio, llevar un coro, una orquesta, hacer cursos afuera, y después hay una modalidad en la que hay una demanda por parte de un municipio o un lugar que dice, por ejemplo: "Necesitamos formar técnicos agrícolas". Eso es bastante común y a eso lo hemos denominado "extensión", porque todo lo que se hace afuera de la universidad, de alguna forma, entra en una gran bolsa que es la extensión universitaria. En ese marco, surgieron, a partir de la obra de Freire (Paulo), de su pensamiento y práctica, las bases de la extensión crítica, que se contrapone de alguna manera a eso de que todo lo que hacemos en el medio es extensión.
¿Por qué?
Porque la extensión crítica implica fundamentalmente diálogo y procesos de crítica y autocrítica con los y las otras, esa es la base de la extensión crítica. Es un proceso que demanda formación, compromiso, tiempo, dinero, también disputa política dentro de las universidades para hacer esa práctica extensionista. Es una práctica que tiene que adecuarse a los tiempos de las comunidades, de las organizaciones, y eso no es fácil porque los tiempos de los vecinos de un barrio o de una organización nunca son iguales a los tiempos curriculares de la universidad, de sus docentes o de sus estudiantes. Freire plantea en su momento el término "comunicación", que no prende mucho desde el punto de vista terminológico, entonces se mantiene el término "extensión", pero adjetivado con "crítico" para connotar un tipo de vínculo con la comunidad que sea dialógico, que implique la escucha, aprender, enseñar y, sobre todo, que implique una cuestión vital, que es que los estudiantes se formen de manera sentipensante. Eso es vital y eso se hace en el aula, a veces, con algunos algunas profesores, pero no es lo más común, el aula sola no alcanza para formaciones integrales, entonces hay que recurrir al aula que son fundamentalmente la población, los movimientos y organizaciones sociales. Ahí hay una gran aula de la cual hay que aprender.
En algunas entrevistas, usted habló de una utopía…
Sí, es –a decir de Freire– un inédito viable, algo que no está, pero puede ser construido. Es como una utopía en marcha, que es el vínculo dialógico crítico de la universidad con la sociedad de la cual forma parte, para formarnos mejor con sentimientos y con conocimientos, pero, al mismo tiempo, para contribuir a transformar relaciones que son de dominación, de opresión, que no son solo económicas, que tienen que ver con vínculos humanos en los cuales el feminismo nos ha hecho pensar mucho. Entonces, diría que la extensión crítica intenta contrahegemonizar el movimiento hegemónico fundamental de la universidad, más vinculado a la producción científica no necesariamente pertinente, sino que hay un atractor muy fuerte, que es la industria y todo lo que mueve la industria, para la creación de tecnología no vinculada a un buen vivir, sino vinculada a la acumulación de capital. Eso está pasando fuertemente en muchas universidades, inclusive cogobernadas, autónomas; pasa en Uruguay, en Argentina, en Brasil, eso de que la producción de conocimientos se centra fundamentalmente en procesos de acumulación de capital. Esto genera mucho ruido cuando lo decimos, hay mucha gente que se ofende, pero es así. La relación con las empresas, lo relacionado –por ejemplo– con los procesos agropecuarios: ahí hay toda una producción técnico-científica al servicio del agronegocio que es muy fuerte. Nosotros tenemos centros de investigación en Uruguay cuya orientación es el agronegocio y hay muy poco vinculado a la agricultura familiar, al campesinado, muy poquito. Ahí entra la extensión crítica que es muy utópica, pero también nos hace caminar, como dice Galeano (Eduardo). ¿Para qué nos sirve la utopía? Para caminar; entonces, lo importante es caminar en esa dirección. El otro aspecto importante es que, si la extensión crítica no tiene una base estudiantil como espacio de gestación creativa, de gestación motivacional, probablemente no tenga avances, porque ahí está la base. Los y las estudiantes siempre son el motor de la extensión universitaria.
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