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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Cruzar a Chile por el túnel internacional puede ser un suplicio. El paso no es capaz de gestionar el creciente flujo de viajeros y cargas. Las conductas, en el centro de la escena.
Funcionarios chilenos reparten los formularios necesarios para ingresar a su país (Foto: Axel Lloret)
Un cruce obsoleto y colapsado, el cambio en las costumbres y la conducta desaprensiva de quienes lo utilizan hacen que la experiencia del sistema fronterizo Cristo Redentor sea incómoda, cuando no un suplicio.
El túnel que une Argentina con Chile, en la cintura de la cordillera de Los Andes, fue inaugurado en la década del 80. Quienes lo idearon –y construyeron– suponían que “duraría” 50 años. Fallaron. La infraestructura no pudo afrontar el incesante y creciente tránsito de personas y cargas por el que se convirtió en el sexto paso fronterizo más usado de Argentina y el primero si se habla de unir nuestro país con Chile.
Hace 10 años pasaban por el Cristo Redentor unas 1500 personas y unos 100 camiones por día. Hoy cruzan 5000 hombres y mujeres (en días pico) y entre 800 y 1000 camiones. No hay que ser experto en logística para entender el colapso.
Tanto del lado chileno como del lado argentino han realizado múltiples maniobras para contener el impacto: refuerzos en los puntos de atención (para este verano esperan que sean 16 del otro lado de la cordillera y 14 de éste), control unificado de personas para que los viajeros hagan un solo trámite migratorio (que tras una semana de prueba arrojó que controlar un vehículo demanda entre 30 y 50 segundos dependiendo de la cantidad de pasajeros), incorporación de recursos y procedimientos para agilizar las inspecciones (escáneres, perros antidrogas, detectives). Pareciera que todo ha sido en vano: cruzar sigue siendo una travesía que puede demandar, sin que nadie se ponga colorado, unas ocho horas.
Cabinas de atención al público ubicadas al costado del control fronterizo Los Libertadores. Al fondo se observan las obras en lo que será el nuevo complejo, que esperan inaugurar en 2019.
Tanto el complejo fronterizo Los Libertadores, del lado chileno, como el Ingeniero Roque Carranza (tal el nombre oficial de lo que conocemos como Horcones), del lado argentino, tienen sus cuellos de botella, embudos que atascan el abultadísimo flujo de tránsito. Allá es el Servicio Agrícola Ganadero (SAG); de este lado, la Aduana, a cargo de la AFIP.
Y aquí es donde las conductas contribuyen al colapso.
Cuestión de actitud
Resulta muy usual que quienes viajan a la costa chilena lo hagan con el baúl repleto de mercadería. Pese a que la mayoría son usuarios familiarizados con los controles, muchos insisten en pasar alimentos prohibidos. “En 2015 decomisamos más de 12 toneladas de alimentos no permitidos por el SAG provenientes de Argentina. El 65 % de estas irregularidades las cometieron turistas que venían en automóviles. Si lo que queremos es agilizar el paso, lo mejor es cumplir las reglas”, sintetizó Juan Pino Vázquez, cónsul chileno en Mendoza.
A esto se suma que cuando se llena la declaración jurada, muchos dicen no llevar nada prohibido. Si el SAG detecta la falta –cosa que ocurre en el 99 % de los casos–, el trámite se duplica en tiempo, puesto que debe labrar un acta de decomiso o imponer sanciones y/o multas. Está claro que nadie puede juzgar a un país por cuidar su frontera y pretender tener un mercado a salvo de plagas y enfermedades.
Por otra parte, y al mirar el embudo del lado argentino, basta decir que el tipo de cambio favorable a los argentinos ha hecho que Chile no sea sólo un destino de playa. Es la nueva Miami. Mendocinos pero también cordobeses, sanjuaninos y puntanos se escapan para comprar ropa y artículos de electrónica, con el consecuente perjuicio económico para los negocios locales (ver más abajo).
La Aduana no da abasto para controlar como se debe a cada vehículo. Con las 14 cabinas habilitadas, harían falta unos cien funcionarios, pero con suerte se cuenta con poco más de 70. Personal de Aduana en Horcones consultado por Edición U dijo, en estricto off the record, que por estar allí les pagan lo mismo que por desempeñar sus tareas en cualquier oficina. En conclusión, nadie quiere subir a Horcones.
Oficialmente, en cambio, se sostiene que “se está capacitando gente porque no puede venir cualquiera a cubrir esos puestos”, tal como dijo Néstor Majul, subsecretario de Relaciones Institucionales y coordinador del paso por parte del Gobierno de Mendoza. De todos modos, y volviendo al tema de las conductas, “vienen con el baúl con televisores, electrodomésticos, ropa, y pretenden pasar en 20 minutos y sin declarar nada”, se quejó el funcionario.
Tecnologías de control más precisas, ventanilla única, complejos fronterizos nuevos, como el que ya construye Chile para 2019, o el uso de los smartphones para escanear un código que revele que ya se hicieron todos los papeles son parte de las utopías/proyectos en agenda que manejan las autoridades.
Mientras tanto, habrá que armarse de paciencia porque nada parece indicar que la experiencia del paso Cristo Redentor vaya a cambiar en el corto plazo.
“Todos sabemos que el flujo más importante lo tenemos entre finales de diciembre y marzo. Sin embargo, ya cambió ese paradigma de temporada alta-temporada baja. El cambio favorece a los argentinos para ir a comprar a Chile. Tenemos fines de semana en los que pasan 5000 personas, cuando antes pasaban 1500. La situación colapsa los fines de semana largos. Si bien las variables económicas son cíclicas, el fenómeno llegó para quedarse”.
Alejandro Diumenjo, delegado en Mendoza de la Dirección Nacional de Migraciones.
“Supongamos que el trámite demorara 20 minutos y tuviéramos las 14 cabinas habilitadas. Cada cabina podría controlar tres autos por hora. Eso da 42 vehículos por hora en todo el complejo, es decir, unos mil autos por día. Pero el flujo en Horcones es desigual. La gente vuelve de Chile después de almorzar. Pocos eligen la mañana bien temprano o la madrugada. Es imposible gestionar mil vehículos en una hora”.
Néstor Majul, coordinador del Paso por el Gobierno de Mendoza.
“La diferencia de precios con Chile genera un tráfico imparable. No es culpa de nadie. Tiene que ver con decisiones políticas y económicas a nivel nacional”. La frase pertenece a Adolfo Trípodi, presidente de la Federación Económica de Mendoza (FEM).
La entidad realiza informes mensuales en los que refleja las cantidades vendidas por pequeños y medianos comerciantes. Mes a mes, las estadísticas dan a la baja (en octubre la caída fue del 8 %). Si bien Trípodi confirmó que no pueden aislar qué “porcentaje de culpa” tiene la predilección de los mendocinos por comprar ropa, calzado y artículos de electrónica en el país trasandino, sí están seguros de su incidencia.
Por eso, el dirigente reclamó más controles aduaneros. “Si la gente pagara más impuestos, tal vez le resultaría menos atractivo comprar allá”, opinó.
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