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20 DE NOVIEMBRE DE 2024
Por Noelia Naranjo, licenciada en Ciencia Política y Administración Pública. Docente de la UNCUYO.
Foto: ABC Sevilla, España
Comenzaremos diciendo prácticamente, por estos días, una obviedad. Estamos transitando una profunda crisis sistémica, que podríamos decir en una primera instancia que es consecuencia de la irrupción del COVID – 19 – Coronavirus a escala global. Sin embargo, la actual crisis del capitalismo es anterior a la pandemia.
Hace ya algunos años, en un informe de la Oxfam, se ponía sobre la mesa que el 1% de la humanidad concentra el doble de las riquezas que 6.900 millones de personas, mientras la mitad de la población vive con menos de 5,50 dólares al día. Y en su más reciente informe titulado "Tiempo para el cuidado" (2020) se precisa que los 2.153 milmillonarios existentes en el planeta concentran más riqueza que el 60% de la población, es decir, 4.600 millones de seres humanos; y en nuestra región, América Latina y el Caribe, el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza.
En el 2019, antes de la aparición del COVID-19, 66 millones de personas vivían en el borde inferior de la pobreza extrema, mientras más de 1.300 millones de personas no tenían acceso a la electricidad. Hoy, luego de casi cinco meses de la aparición del COVID – 19 la Organización de las Naciones Unidas, a través del Programa Mundial de Alimentos advierte que hasta 265 millones de personas están en riesgo de caer al borde de la inanición por el impacto mundial de la pandemia. Para tener en cuenta los altísimos grados de concentración de la riqueza se han logrado dentro de un sistema que funciona con 3.300 millones de empleos, de los cuales solo 1.300 de millones son empleos estables sobre las 8 mil millones de personas que existen en el mundo.
¿Y por qué mencionamos estos datos? Lo que buscamos resaltar es que ya estábamos transitando una crisis sistémica previa a la pandemia. A partir de la crisis del 2008, el capitalismo consolidó un sistema financiero transnacional y como salida a esa crisis de sobreproducción de dinero, comenzó lo que denominamos como la digitalización de la economía.
Ahora bien, lo que aparece ante nuestros ojos es una reconfiguración de las relaciones sociales, y aparece con mayor fuerza como mediadora la virtualidad, las plataformas, las tecnologías. Se reordena digitalmente la producción capitalista.Lo cual ha empujado a los grandes poderes a una cruenta guerra por el control de las tecnologías, el 5G, el conocimiento estratégico.
Y en medio de esta lucha, sin darnos cuenta, esta pandemia logro confinarnos a nuestras casas, aproximadamente un tercio de la población mundial está o ha estado en aislamiento social preventivo y obligatorio. Y lo que resulta aún más curioso es que nos han empujado a garantizar que el sistema siga funcionando, pese a que nosotrxs no estamos en nuestros puestos de trabajo. Y un ejemplo claro es el ámbito de la educación. ¿Será que algo cambió y no lo habíamos notado?
Nunca dejamos de trabajar, y a pesar de estar distanciados, no estamos aisladxs. Entonces aparece internet, la virtualidad, las famosas y múltiples plataformas virtuales como manera de mediar y de generar el espacio para que se desarrolle entre otras relaciones la de la educación también, en sus diferentes niveles y formas.
La universidad ya no es lo que era
La universidad, se constituyó como bastión del desarrollo capitalista en el sentido ideológico de generar una superestructura (en términos gramscianos) para la formación de los cuadros profesionales – técnicos – académicos que el desarrollo del capitalismo necesitaba. Contribuyó a la aceleración de la innovación científica y tecnológica que demandaba el capitalismo.
Con el desarrollo del capitalismo, las necesidades fueron cambiando y las universidades se convirtieron en una institución obsoleta y atrasada. Se necesitaron innovaciones, que el capital le delegó a los laboratorios privados. Y apareció con fuerza la lógica inherente al capital, evaluación según costos/resultado; que en el ámbito privado le permitió avanzar en el esfuerzo investigativo dirigido a la industria militar, entre otras. Con la globalización, el capitalismo informático requería un nuevo modelo transdisciplinario, nuevas estructuras institucionales; que la Universidad no supo garantizar. Entonces comienzan a proliferar nuevas instituciones educativas tales como las Universidades corporativas, los institutos privados y en estos últimos años, con fuerza lo que conocemos como educación virtual y a distancia.
La convergencia de los conocimientos científicos y tecnológicos de última generación (biotecnología, nanotecnología, conexión 5G, inteligencia artificial, Big Data, robótica, neuronas digitales, biología digital) abrieron paso a la conformacion de un nuevo escenario. Se construye un sistema sustentado en la producción y acumulación de conocimientos y datos como forma de acelerar el proceso de centralización y concentración económica del sistema. Con la tecnología como herramienta que permite recibir, almacenar y articular un volumen de datos e información sin precedentes, comienzan a destruirse los territorios, los vínculos de sociabilidad, el universo de organización económica, social y cultural. Ya no son las instituciones educativas los únicos espacios de generación y reproducción de conocimiento.
El cambio que estamos viviendo es radical, pues aparece el conocimiento como un bien intangible, es decir, un bien que puede ser indefinidamente reproducido sin costos adicionales, y con un alcance de producción global. Algunos le llaman Economía del conocimiento, o el capitalismo cognitivo del siglo XXI; más allá de su denominación; es indiscutible que la universidad tal cual la conocemos no puede seguir existiendo.
Ahora bien, esto que parece el summum del conocimiento; esto que aparece ante nuestros ojos como la posibilidad de acceder sin límites a ese caudal de información que se está acumulando; es falso. Basta ver algunos datos en relación a la capacidad de acceso real y de conectividad. Un Informe de la UNESCO mostraba que en el 2008 el 23.13% de la población mundial tenía acceso a internet, mientras en el 2014 alcanzaba el 37,97%. En América Latina se había pasado del 27.09% al 47,59, es decir, casi uno de cada dos habitantes tenía acceso. Sin embargo, cuando observamos que sectores acceden se develan las enormes inequidades existentes en las sociedades.
En su mayoría el acceso es urbano contra un casi nulo acceso desde lo rural. Así mismo en las ciudades la clase media y los profesionales tienen mayor conectividad; pero las periferias y barrios marginales reflejan toda la exclusión del sistema capitalista, incluido el acceso a internet. A lo anterior se suman como variables los diferentes tipos de conexión a la que se accede y sus posibilidades de uso.
Un informe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (2018), indicó que en el caso de América Latina y el Caribe la penetración de la banda ancha en conexión fija ronda en el 10% y el de acceso móvil en 4G el 27%. No hace falta ni mencionar luego de la experiencia actual lo necesaria que resulta. En el 2019, Global Digital señalaba que el 57% de la población mundial tenía acceso a internet en sus distintas modalidades; sin embargo el 43% que no lo tiene es donde hay que poner el foco; dado que la exclusion se da ( nuevamente) en el campo y las zonas populares de las ciudades ¿Una nueva periferia marcada por el acceso o no a internet?
Dicho esto, la comunidad educativa se enfrenta hoy a exigencias sobre mantener el nivel educativo, aparecen los debates en torno a los calendarios académicos y hemos sido conducidos a trasladar nuestro trabajo a la virtualidad. Creo que es momento, de poder asumir la oportunidad histórica que nos toca vivir y no volver a montar un sistema educativo basado sobre las inequidades y la exclusión.
Así como, se disputó y se disputa darle a la universidad carácter popular; defender algunos principios heredados de la reforma de 1918, la gratuidad por sobre la mercantilización, así como supo ser (y es) lugar de encuentro y semillero de las más profundas contradicciones de este sistema, sobre todo en la historia nacional argentina; hoy quienes formamos parte del colectivo de la educación debemos pensar en políticas y respuestas que nos permitan articular localmente una nueva forma de educar, que necesariamente estará mediada por la virtualidad. La Universidad ya no puede seguir siendo lo que era, ni nosotrxs conservadorxs de un orden anterior.
No podemos dar respuestas viejas a nuevas situaciones. La historia es dialéctica y no vuelve hacia atrás. Es por esto que debemos exigir poner todo el capital técnico y científico de las universidades en virtud de desarrollar plataformas soberanas de acceso gratuito para que se desarrolle la educación virtual y a distancia, pensar proyectos de conectividad, de equipamiento e infraestructura tecnológica para estudiantes y docentes.
Ya no alcanza con la lucha por las fotocopias. Es necesario montar proyectos de dotación de tablets, enmarcados en proyectos de conectividad. Estamos asistiendo a una reingeniería social basada en el conocimiento y en las tecnologías, y el coronavirus ha acelerado ese proceso y nos ha conducido a su tiempo - espacio. Es momento de retomar la iniciativa, y de poner nuestra cabeza y nuestra ciencia en manos de nuestro pueblo. Pues el problema, no hay que perderlo de vista nunca, es entre quienes tienen la riqueza social y mundialmente producida y quiénes no.
Será tarea fundamental el comprender estos nuevos escenarios, resignificar la lucha y estar convencidos y convencidas de que el conocimiento, o libera a nuestro pueblo o lo terminará de someter.
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