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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Jorge Barón, vicerrector de la Universidad Nacional de Cuyo.
Jorge Barón, vicerrector de la Universidad Nacional de Cuyo. Foto: Marcelo Fernández
Se ha hablado mucho sobre el concepto de igualdad y ciertamente es deseable, como humanidad, la igualdad de derechos al nacer. Este criterio está presente en la mayoría de los países del mundo. Esto hace, en teoría, que todos tengamos los mismos derechos cuando venimos al mundo; del quehacer de cada uno dependerá su desempeño en la sociedad.
Esa, claramente, no es la realidad. Una persona que nace en un contexto socioeconómico complicado no tiene ni remotamente las mismas posibilidades de ejercer sus derechos que otra que nace en un contexto favorable.
En este mundo injusto, no hay institución más poderosa que la educación pública y de calidad como herramienta para el ascenso y la mejora social. Más allá de que este hecho esté reconocido por la UNESCO y otras organizaciones internacionales, son muy pocos los países donde la educación, y en particular la educación superior, se rige por principios tales como el acceso universal, la gratuidad, el alcance territorial y el cogobierno.
Nuestra Argentina es una excepción, donde se ha avanzado enormemente en esta dirección desde los logros de la Reforma de 1918, la gratuidad de 1949 y la autonomía universitaria, decretada en 1983 y consagrada en la Constitución de 1994. Sin duda que aún queda mucho por trabajar para garantizar este derecho para todos, pero los avances de la universidad pública en este sentido son fenomenales.
Nuestra querida UNCUYO ha estado presente y activa en esta lucha, durante estos primeros 80 años de vida, como garante del acceso a la educación superior pública, gratuita y de calidad. Es por eso que intentar “medir” a la universidad con parámetros economicistas es mezquino y erróneo.
La universidad pública provee mucho más que formación profesional. Como ejemplo, vaya mi historia de vida. Mi abuelo vino de España huyendo del hambre y la miseria, fue iletrado y su realidad social se basó en subsistir vendiendo lotería por la calle. Mi padre nació en un conventillo, como cadete de un banco hizo el “comercial” (Escuela de Comercio Martín Zapata) de noche, llegó a gerente del banco como Perito Mercantil y luego se hizo empresario. Yo nací en una casa alquilada, pude dedicarme a estudiar y tuve el privilegio de llegar al Doctorado en Ingeniería Nuclear en el Instituto Balseiro. Mis hijos nacieron en casa propia y son todos universitarios.
Esta historia solo es posible en la Argentina, donde universidades como la Nacional de Cuyo la hacen posible. Sigamos trabajando para ampliar derechos, por 80 años más y mucho más allá.
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