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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Castillo es el candidato que lidera la ajustada votación.
En Perú, la hija del por años preso Fujimori parecía ir ganando la elección. Pero cuando llegaron los votos de la ruralidad, arrasó su contendor de izquierda, Castillo. Al escribir estas líneas no está decidido aún, pero el líder sindical docente mantiene leve ventaja cuando queda poco por escrutar, y la actitud de la candidata de derecha parece anunciar que se sabe perdedora.
Y es así que volvió el repertorio que Trump ha inaugurado, y que Macri anunciara alguna vez: si ganamos, es porque la elección fue irreprochable. Si perdemos, diremos que es fraudulenta. Elemental receta, por completo irrespetuosa no sólo de la legitimidad democrática, sino de la paz social. El asalto al Capitolio lo dejó claro: enardecer a la población hablándole de supuestas maniobras por las cuales quienes han ganado no lo habrían hecho limpiamente, lleva al enfrentamiento social, a la violencia y –por cierto- los primeros en lanzarla no están exentos de que esas tempestades les lleguen a ellos.
También se hizo en Bolivia contra Evo Morales en 2019, enturbiando una victoria que tenía 10 puntos de ventaja. Allí se ven las paradojas: el gobierno de Añez, que entró por vía de la violencia civil respaldada por policía y Fuerzas Armadas, fue barrido en menos de un año, y Murillo, hombre fuerte de la represión habida entonces, está ahora preso en los Estados Unidos.
Fujimori retoma el aburrido libreto: que hubo irregularidades “todos estos días”, dijo sin sonrojarse. Qué raro, cuando el escrutinio estaba a su favor, no había dicho palabra. Pero está claro que ella piensa liderar al stablishment empresarial, financiero y de grandes propietarios agrarios, contra la temida posibilidad de que Castillo haya ganado la elección. El recurso es conmovedoramente elemental: digamos que hubo fraude, y con ello enrarecemos el ambiente, y del desorden puede salir cualquier cosa. Se trata de que se empañe o impida la asunción del gobierno por parte de un inesperado representante de la izquierda, que en tal caso habría ganado de manera ejemplarmente democrática, con todos los medios de comunicación y grandes factores de poder en su contra.
Es que la derecha no sabe perder. El ejemplo argentino es elocuente. Cuando cayeron en las PASO por 15 puntos, el macrismo salió a hacer remedos de peronismo por doquier: congelamiento de tarifas, créditos, y campaña con actos en las plazas. Así lograron disminuir en 7 puntos el desastre electoral. Pero es que, antes y después de aquel breve lapso entre comicios, resulta evidente que creen que el poder político les pertenece por naturaleza.
Antes, pensaban que venían a instalarse al menos por 12 años. Por ello, poco se ocuparon de legitimarse. Y creyeron que para ello bastaba enlodar mediáticamente y encarcelar a opositores, sin ocuparse de gobernar con eficacia o de tener algún proyecto de desarrollo para el país. Cuando pasaron a ser oposición de nuevo se comportan como niños enojados, no aceptan la voluntad popular para desplegar una oposición seria, ni se autocritican de su mal gobierno que, aún con todo a favor (Sociedad Rural, Embajada imperial, industriales, jueces de Comodoro Py, Corte Suprema, casi todos los medios gráficos, electrónicos y televisivos) los llevó a una derrota electoral por amplio margen.
Por el contrario, parecen creer que el mundo de las palabras ha abolido a la realidad: por ello, suponen que comunicación mata política. Y hacen política cero: no hay programa, ni proyecto, ni estrategia, ni plan de largo plazo. Nada de eso. Sólo chismes mediáticos, maledicencia de ocasión, ataques de cualquier tipo contra el gobierno vigente, con la idea de que ser “anti” sería suficiente.
Así les va. Su semigrotesca acción con la pandemia, no anula lo grave de haberles importado poco lo trágico de contagios y muertes. Se dijo de todo: que no era necesaria la cuarentena, que las vacunas eran veneno, se convocó y concurrió a las marchas antivacunas del Obelisco, que las vacunas eran comunistas, se buscó que la población no se inmunizara. Pero como muy pocos les hicieron caso, siguieron con que las vacunas eran pocas o que falta Pfizer. Cuando la empresa Pfizer desmintió a Bullrich y las vacunas llegan en gran escala, pasan a decir que hay muchos muertos. Y así siguiendo: cero de política propia, ningún rumbo, sólo el no soportar haber perdido, y atacar a quienes gobiernan como si fueran usurpadores, ocupantes de un poder ilegítimo.
La semilla de los enfrentamientos sociales se siembra así. Ojalá los que pierdan asuman su rol de opositores, por supuesto, pero lo hagan sin embarrar la cancha cuando no les toca ganar. El caso de Bolivia ha sido claro: las victorias mal logradas de la derecha, se convierten a corto plazo en nuevas derrotas.
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