La derecha, en Italia y por aquí
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
La líder de ultraderecha, Giorgia Meloni. Fuente: Télam
La derecha extrema crece a nivel mundial, y también aquí. Luego del atentado a la vicepresidenta, se ha permitido hasta negar que el atentado haya sido tal, según la esquizofrenia mediática. Y el jefe de la organización Revolución Federal, ideóloga de la violencia, productora de horcas y guillotinas para enervar la agresividad, se ha paseado por canales de tv, donde ha sido entrevistado como si fuera una autoridad. Y él, victimizándose, ha dicho “no nos van callar”. El problema no es lo que digan, porque sólo han proferido insultos y ataques; tampoco es lo que manifiesten, porque son menos que pocos. El problema es lo que actúan. Nadie tiene intención de acallarles una voz que no han usado: sí será hora de impedir que sigan tirando antorchas o golpeando automóviles y periodistas impunemente.
Mientras, se sienten dispuestos a todo. En el programa de Mirtha Legrand, Bullrich muestra que nada sabe de educación, pero mucho de agitación: dice que los institutos están adueñados por Baradel (¿??), un sublime disparate que hace felices a muchos televidentes de clase media. Y luego lanza que los docentes –según ella- son poco cultos, como si ella diera alguna muestra de refinada cultura, o esta fuera un patrimonio visible de los principales dirigentes de su partido. En fin: en momentos de paro de los productores de neumáticos, se trata de apostrofar contra sindicalistas y sindicatos: como si quitando los sindicatos se pudiera acabar con los conflictos laborales. Los sindicatos, es obvio, canalizan e institucionalizan las luchas: quitar los sindicatos es volver a los obreros “luddistas” que rompían máquinas a mediados del siglo XIX.
Insultos e invectivas varias, tampoco se ahorraron contra los jóvenes que tomaron colegios en la CABA. Desde allí, la ministra Acuña –con irresponsabilidad destacable- no dudó en hablar de “kirchnerismo” como supuesto actor de los hechos. Y se completó con el escándalo atropellador de judicializar a los padres de los alumnos, pretendiendo que estos debieran pagar…el salario de los docentes en los días de toma!! Desde la derecha se sienten en la cúspide: atraviesan cualquier límite.
Convengamos que no sólo el gobierno, sino la política y los militantes nacional/populares, así como muchos de izquierda, no parecen haber decodificado el fenómeno, y responden con viejas consignas a estas nuevas formas de hacer discurso, de remover las fronteras de lo legítimo, e incluso de actuar (como sucede con la apelación al recurso judicial).
Mientras, Meloni ganó ampliamente en Italia. Ninguna novedad: gobernará con amplia mayoría. Es cierto que sus aliados (Salvini y Berlusconi) no le son muy confiables. Más cierto aún, es que los millones de euros que Italia debe recibir de la Unión Europea, ponen límites a las intenciones aislacionistas de la extrema derecha. Pero su victoria es en un país central y prestigioso de Europa, es un avance decisivo de las posiciones extremas de una derecha autoritaria que ya no quiere romper el sistema como en tiempos del fascismo, pero que por eso mismo tiene apariencia menos ofensiva y se percibe más “normalizada”, tras venir gobernando diversos estamentos en la península desde hace 30 años.
La extrema derecha ya no es golpista, como se ve en la Argentina: pero para ello, ha incorporado la violencia y la represión al interior del sistema democrático, modificando en este las fronteras de lo tolerable. Inventan una democracia anti-derechos, genuinamente antidemocrática, que repite en sistemas parlamentarios algunas de las consignas y prácticas de dictaduras.
Aumenta lo grave la incapacidad de las izquierdas para inventar nuevos repertorios. La migración masiva (no toda de pobres ni de refugiados) ha liquidado tradiciones e identidades nacionales, que las derechas prometen restaurar, y de las que el progresismo se ha apartado. La reivindicación de las alternativas de género produce reacciones airadas o subterráneas en sectores poblacionales, para los cuales no se prepara un discurso o una réplica convincente. La izquierda italiana ha apoyado las opciones de la OTAN y Estados Unidos en la guerra: ahora aparece como responsable de los aumentos de tarifas y la penuria energética. Ante estas serias falencias del progresismo e izquierdas, la reacción no puede ser –como hemos leído- “salir con más energía a hacer lo que hay que hacer”, como si se supiera bien qué. En vez de pensar y cambiar, se llama a repetir e ir más rápido hacia el fracaso ya probado.
Allá y acá, hay una derecha que se ha remozado y ataca al discurso progresista como “cultura de elites”, impuesta desde las burocracias ministeriales o internacionales. Ahora esas derechas son las que se benefician con la reacción social anti-sistema, y las izquierdas las que deben sostener la democracia como institucionalidad. Pero si lo hacen sin iniciativas de cambio e imaginación activa, la derrota ideológica puede estar sellada.
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