Para la nueva jueza de la Suprema Corte, la paridad tiene que existir en las actividades pública y privada
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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto ilustrativa publicada en debatependiente.com
Hay una vieja derecha que en Argentina se cubrió con el mote respetable de “nacionalismo”, pero que en verdad era militarismo puro y duro, golpismo abierto en nombre de la supuesta Madre Patria, de la Iglesia Católica y las FF.AA., que se tomaban como los pilares de la Nación. No se pretendía democrática: llamaban al sistema electoral “dictadura del número” y suponían que debían gobernar “los mejores”, es decir, las elites. Pero como los muchos peores no elegían por voto a los pocos “mejores”, el nacionalismo era claramente golpista. Las elites con sangre entran, y vaya si lo hicieron en el país: entre 1930 y 1983 por golpes de Estado, y antes por represiones masivas. El ejemplo más recordable es Leopoldo Lugones, alentando sin vergüenza lo que llamó “la hora de la espada”.
Otros se decían liberales: desde los de la economía como Alsogaray, a algunos sectores intelectuales y hasta de las Fuerzas Armadas. Estos pregonaban una “democracia sana”, sin plebe, sin lugar para los de abajo, sin representantes de “la demagogia”. Fueron primero contra el yrigoyenismo, luego contra el peronismo. Y no fueron menos golpistas que los nacionalistas: a menudo lo fueron más, caso de Aramburu respecto de Lonardi en 1955. Antidemocráticos disfrazados de respetuosos de la ley, golpistas más embozados pero tan repetidos como los de la extrema derecha, los “liberales” en Argentina nunca apelaban a las urnas, siempre a los cuarteles. Democracia cero. Respeto a las instituciones, nada. Si los votantes no votaban lo que ellos querían, peor para los votantes.
Y ahora tenemos que por una vez llegaron al gobierno por votos en 2015. ¿Los transformó esto en democráticos? Pareciera que no: el uso de los jueces para perseguir adversarios mientras visitaban copiosamente al entonces presidente Macri, los carpetazos a diestra y siniestra, la presencia de los espías en las decisiones judiciales, mostraron una vasta gama de acciones reñidas con la ley, varias –pero seguramente sólo unas pocas- hoy investigadas en Tribunales.
Esto se ha hecho espesamente notorio con “Pepín” Rodríguez Simón, poco conocido por la población pero muy cercano a Macri. Hoy es un prófugo. Fue quien ideó meter por decreto a dos personeros a la Corte Suprema nacional, una anomalía incalificable. Y formó parte de la tristemente célebre “mesa judicial”.
El mismo Macri, presidente hasta hace menos de dos años, hace juegos malabares para esconder su domicilio a fines de eludir la acción judicial. Se va oportunamente fuera del país y desafía la decisión de que debe presentarse a indagatoria, haciendo saber que no piensa venir sino a fines de mes, ya pasada la segunda convocatoria pública.
En la locura a la que la ideología clasemediera ha derivado por vía de la televisión, parece importar menos que poco. Si lo hiciera un kirchnerista se diría que es propio de demagogos y delincuentes eludir la acción judicial, si lo hace el antikirchnerismo la demagogia y delincuencia han de ser buenas, pues se hacen “contra los malos”. Y contra éstos, cualquier exceso es bienvenido.
Por eso, si de espionaje contra el peronismo se trata, para muchos está bien. Es anticonstitucional, es ilegal, pero no importa: está hecho contra los execrados por el sistema. Claro que en este caso la cuestión es diferente: en el ARA San Juan murieron varias decenas de argentinos por fallas de las que no eran responsables. Sus ideologías políticas no vienen a cuento. Y sus parientes fueron espiados: los parientes de los muertos. Es tan grave como insólito: quizá a algunos llegue a molestar.
Cabría esperar una reacción desde el radicalismo. Porque a diferencia de las derechas, su línea central fue defender el sistema republicano y condenar los golpes. Eso llevó a la reivindicación democrática de Raúl Alfonsín, e incluso antes, cuando en 1975 la dictadura se veía venir, Balbín insistía en que se debía llegar a las elecciones “con muletas”, y ya luego “con marcapasos”. Pero había que llegar sí o sí, contra la amenaza golpista.
Sucede que la derecha nacional, el bloque social que apoyó a todas las dictaduras, es el mismo que hoy se representa en el macrismo, e incluso en Bullrich y en Milei (amigo de esta última). El que hoy sostiene que si le va mal en las elecciones debe gritar “fraude”, como Bolsonaro, como Trump o la Sra. Fujimori. Y si gana debe asaltar la presidencia de Diputados, donde se juega la sucesión presidencial. Obviamente, ese bloque es tan antidemocrático como lo fue siempre. Una vez ganó por elecciones limpias (en segunda vuelta y por menos de dos puntos), pero ahora tiene claro que quiere ganar como sea. Y que no tiene vocación alguna por preservar las instituciones: con ideología mezcla de los viejos nacionalismo y liberalismo, conjunta lo autoritario con las acciones extrajurídicas, con el fin de imponerse e imponer la economía del libre mercado, tan esquiva para esas masas de electores díscolos.
Se dicen democráticos, pero han propuesto más de una vez el voto calificado. Se dicen institucionalistas, pero así como los golpes de Estado se daban “para preservar la democracia” (¿??), hacen jugar a los medios de comunicación y al poder judicial como sus meros títeres, sustituyendo los modos establecidos de la representación.
Todo está como eran entonces. Así como en Bolivia hoy los golpistas de 2019 se alzan contra la democracia en nombre de “la libertad y los derechos humanos”, los republicanos en Argentina operan contra las instituciones de la República. Paradojas no tan nuevas…¿o qué fueron si no los golpes de 1955, 1966 y 1976?.
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