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Cada 29 de julio se celebra en Galicia la Procesión de Santa Marta, en la que los participantes portan féretros dentro de los cuales transportan a personas vivas que desean dar las gracias o pedir un favor a la patrona local. Una mirada a este festejo centenario.
Los fieles se recuestan dentro de ataúdes que son cargados por familiares o amigos, tal como si se tratara de su verdadero entierro. Foto: The New York Times.
El municipio de Nieves se ubica en el sur de la provincia de Pontevedra, en la comunidad autónoma de Galicia, España. Allí, todos los años, cada 29 de julio, se celebra la Procesión de Santa Marta de Ribarteme. Personas vivas que tuvieron experiencias cercanas a la muerte o que tan sólo desean agradecer (ancianos, adolescentes e incluso niños) se recuestan dentro de ataúdes abiertos y presencian su propio entierro en una fiesta que mezcla la magia, la religión, la gastronomía y hasta la venta de juguetes.
No es una nueva costumbre europea producto del posmodernismo que nos atraviesa. Si bien no hay datos claros sobre sus orígenes, el párroco de la aldea, Alfonso Besada, asegura que la celebración se lleva adelante desde la Edad Media o, cuando menos, desde hace siglos. Con los años cobró tal importancia que ya dio de comer a, por ejemplo, empresas de tres generaciones de productores de velas. Y las autoridades locales ahora quieren añadirla a la lista de festividades oficiales de España.
La procesión es una celebración en la que se rinde culto a Santa Marta que, según el relato bíblico, fue hermana de Lázaro de Betania, el hombre que volvió a la vida después de la muerte y que por ello es sinónimo de resurrección en la cultura cristiana. Lo que llama la atención es la costumbre que convierte la tradición en una festividad excéntrica: para dar gracias a la vida, los fieles se recuestan dentro de ataúdes que son cargados por familiares o amigos tal como si se tratara de su verdadero entierro.
Los motivos para participar pueden variar. Hay quienes representan su propia muerte luego de haber sobrevivido a un accidente o una enfermedad grave, y otros que lo hacen para agradecer a la santa patrona un favor cumplido o la salvación de un familiar.
La ceremonia comienza con los cajones colocados de manera vertical sobre el muro de la parroquia. A medida que se congregan los fieles, también se acercan los comerciantes: en la Procesión de Santa Marta se pueden comprar desde velas que representan figuras humanas hasta variedades de patas de jamón y embutidos, parrilladas y pistolas de agua para que los niños combatan el verano gallego.
Luego la imagen de Santa Marta, la música de fondo, las filas de creyentes y los ataúdes con sus difuntos vivientes. Una hora de procesión al rayo del sol, con muertos que se abanican, escuchan música con sus auriculares y se hacen sombra con las manos para resistir el calor.
“Hay quienes vienen a dar las gracias”, detallaba en una entrevista a VICE Ibérica Marta Domínguez, sacristana de la iglesia y responsable de administrar los ataúdes que se usan en el festival. “Hubo una persona hace un par de años que superó un trasplante de hígado y vino dar las gracias”, expresó sonriente, aunque agregó que “al año y medio se murió, pero porque no se cuidaba”.
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