“La crisis económica enfatiza el desasosiego”
La psicoanalista Soledad Bermejo dice que esto se suma a las marcas que dejó la pandemia en la psiquis. La importancia de los lazos sociales.
Es un estado de intranquilidad, de inquietud, de nerviosismo, una falta de calma; de eso se trata el desasosiego. Y ese es el estado que, según la psicoanalista Soledad Bermejo, se potencia con la crisis económica, una marca más en la psiquis que se suma a las que dejó la pandemia.
Unidiversidad convocó a Bermejo para reflexionar sobre la afectación de la crisis económica sobre la salud mental. O, lo que es lo mismo, cómo afectan a un ser humano las circunstancias de tener trabajo y que no le alcance el sueldo, no tener trabajo o quedarse sin él, no tener ni para lo básico, la inflación, las peleas, la pandemia que parece que ya pasó pero no, o la guerra. La profesional dice que en los contextos de crisis socioeconómica se pierde la capacidad de proyección, porque lo importante es subsistir; que ronda una sensación de no saber dónde se está parado y se potencia la incertidumbre. Frente a eso –comenta–, no hay fórmulas mágicas, sino la necesidad de buscar mecanismos para transitar por la situación y –sobre todo– apostar al encuentro, al lazo social, a caminar para el lado opuesto del individualismo extremo.
Para Bermejo, las crisis económicas y sociales producen una sensación generalizada de desamparo porque se resquebrajan las estructuras de sostén, como las familiares o laborales. Esta sensación de desamparo, aclara, no se puede entender separada de la lógica capitalista imperante, una lógica a la que describió como del empuje, del hacer, del tener, del acumular, del "Sálvese quien pueda", que se potencia cuando no existe un Estado que pueda contener a la población imposibilitada de hacer frente por sí sola a las consecuencias de la crisis.
Crisis y respuesta
Bermejo explica que las crisis económico-sociales producen dos grandes respuestas del ser humano, que comprueba a diario en su espacio de trabajo: ansiedad y depresión. En el primer caso, es una respuesta a la incertidumbre, por no saber qué pasará mañana, lo que genera angustia que –en algunos casos– puede devenir en depresión.
La profesional propone una definición simple para entender estas respuestas que aparecen como síntomas. La ansiedad, dice, es exceso de futuro, porque alguien ansioso está mirando diez kilómetros adelante y no puede pararse en el aquí y ahora, ni siquiera disfrutar de un micromomento; mientras que la depresión es exceso de pasado: una mirada nostálgica, melancólica, que se resume en la idea de que todo pasado fue mejor.
Bermejo cuenta que a su espacio de trabajo llegan personas problematizadas, no enfermas, es decir que no son depresivas, sino que atraviesan por un estado depresivo debido a una situación particular, endógena, que no es del orden del ser y que se busca afrontar. Otra situación distinta –señala– es la depresión que tiene origen orgánico, donde hay alteraciones químicas y donde es necesario trabajar de la mano de un o una psiquiatra que puede medicar.
Bermejo propone salirse del lugar de la victimización porque asegura que, desde ese lugar, la culpa es de otro y otra Foto: gentileza Soledad Bermejo
La pandemia y el triple malestar
La profesional no trata como enfermas a las personas que llegan a su espacio de trabajo porque dice que plantean sentir malestar, que, asegura, es inherente al ser humano. Para explicar de qué se trata esa sensación, Bermejo trae a colación el libro El malestar en la cultura, de Sigmund Freud. Ahí, el padre del psicoanálisis detalla las tres fuentes de malestar del ser humano: sí mismo (cuerpo, intelecto, alma), la relación con otros y otras (en el seno familiar, laboral, etcétera) y el mundo circundante (el afuera, el medio ambiente).
“Durante la pandemia, las tres fuentes de malestar han estado absolutamente jaqueadas, puestas en su punto máximo de crisis. Los correlatos los empezamos a ver ahora, porque nos empezamos a encontrar con las respuestas, con lo sintomático, con el trauma; eso hizo marca. Freudianamente, la marca es el trauma en la psiquis, ahora tenemos que ver cómo cada cual resuelve ese evento traumático; es un duelo y este es un proceso natural. Aquí diferimos con la psicología positivista que viene de la mano de lo norteamericano, con la psicología de la felicidad, en el sentido de que hay dolor y no hay que escaparle a eso, hay que ponerle el cuerpo, porque el dolor no se medica, el duelo no se medica, se atraviesa. Cuando son duelos naturales, como la muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo, un divorcio, hijos que emigran, son duelos de la vida que hacen marca en el sujeto”, fueron sus palabras.
¿Por qué la medicación aparece como una solución rápida, si es necesario atravesar esos dolores y duelos? La respuesta –contesta Bermejo– es el empuje capitalista, que lleva a solucionar todo en forma inmediata. Dice que estamos en la era de la prisa, del apuro, que no sé lo que quiero, pero lo quiero ya.
Una invitación a detenerse
Lejos de las soluciones inmediatas y frente a las situaciones complejas que enfrentan los y las ciudadanas, Bermejo invita a buscar un espacio para detenerse. Para explicar mejor el concepto, separa la palabra y dice: “de-tenerse”. Explica que es necesario parar, frenar para “tenerse a sí mismo”, para encontrarse con ese dolor, con esa frustración, con eso que se debe tolerar y que aparece como una falta.
“La invitación es a poder encontrarse con la falta, a poder visualizar cuáles son las cosas que me provocan malestar, que no se trata de eliminar ese malestar, porque, como dijimos, es inherente al ser humano, pero sí acotarlo. Y poder salirse del lugar de la victimización, porque la culpa siempre es de otro, de los padres, del país, de los gobernantes, de mi jefa; y también tachar la palabra 'culpa' que viene del discurso religioso. El psicoanálisis invita a una posición activa de toma de decisiones sobre aquellas circunstancias que me atraviesan, pero no me determinan, son las circunstancias que me tocan, pero cada sujeto decide qué hacer con eso”.
Bermejo plantea el desafío de encontrarse con un mundo exterior complejo, no desde el miedo, sino desde la posibilidad de buscar herramientas para afrontar esa situación que aparece como amenazante. ¿Cuáles pueden ser esas herramientas? Una de las más importantes –dice– es volver a lo social, a la vida grupal, a tender lazos sociales, a mirar al otro en tanto sujeto y no objeto, a correrse del mandato individualista de “Lo quiero, lo pago, lo tengo”.
Salud mental general, no elitista
La psicoanalista propone también pensar la salud mental en términos generales, no elitistas, sino en término de padecimientos. Para sumar a la reflexión, trae a colación una frase que Freud dijo en 1880, que las neurosis, y en especial las histerias, que era lo que estudiaba, se dan en las señoritas del segundo piso y no en las sirvientas del subsuelo.
Bermejo hizo preguntas para continuar con su reflexión: “¿Quién pensaría que la persona que llega a su casa a la noche sin la comida para sus hijos no se angustia? Por supuesto, y las respuestas sintomáticas son la violencia, el alcohol, los escapes posibles a esa agresión que tiene para con ese sujeto la condición vital. ¿Cómo pensamos que ahí no va a acontecer algo del orden del horror, de la impotencia, del enojo, de la furia, que se transforme en violencia?”.
Para la profesional, es necesario procurar un Estado fuerte, con políticas claras, donde la salud mental debe estar en el eje, en la base de esa construcción desde la infancia hasta la tercera edad. Lamentablemente –sigue– es un sistema fallido que no alcanza a cubrir la demanda. “¿Cómo podríamos decir cuál dolor es más importante que otro? La vida humana no es solo supervivencia, no es solo que me alcance para la subsistencia, también va de la mano de la posibilidad de interacción, del placer, del disfrute, de pasarla con amigos. En estas condiciones, hay mucha gente que tiene vedada esa posibilidad”, concluye.
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