Crisis actual: el ser humano a la intemperie y en busca de respuestas
Así lo planteó la profesora e investigadora, Adriana Arpini, durante la conferencia inaugural de las Jornadas de Filosofía, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO. Los desafíos y la necesidad de pensar un nuevo marco de referencia para la vida.
Arpini planteó que esta es una época de intemperie, porque está en crisis el marco de referencia que ordenó la vida y las relaciones del ser humano Foto: Gustavovillegas en Pixabay.
Hay épocas en que el ser humano vive en el mundo como en su casa y otras -como la actual- en las que está a la intemperie, en las que está en crisis el marco de referencia que ordenó su vida y sus relaciones con todas las especies. Frente a esta nueva época de intemperie, la doctora en Filosofía e investigadora de la UNCUYO, Adriana Arpini, planteó desafíos: reflexionar, pensar nuevas referencias, tender puentes para superar abismos, preguntarse -otra vez- cuál es el valor del ser humano.
Arpini invitó a la reflexión durante la conferencia inaugural de las Jornadas de Filosofía, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO. Un ámbito ideal, en el que profesionales, estudiantes y egresados y egresadas expusieron durante tres días sus investigaciones, sus trabajos, sus preguntas.
La profesora, quien brindó la conferencia “Humanismos y poshumanismos. Búsquedas filosóficas para tiempos de intemperie”, aseguró que la filosofía tiene una tarea ineludible: asumir su propio tiempo, ponerlo -en palabras de Hegel según explicó- en conceptos.
A la intemperie
Al inicio de su exposición, la investigadora principal del CCT Conicet dijo que el ser humano atraviesa hoy una nueva etapa de intemperie, un concepto que desarrolló el filósofo y escritor austríaco-israelí, Martín Buber, para referirse a momentos de incertidumbre y transformaciones, como la del tránsito del medioevo a la modernidad. En tiempos de intemperie -explicó- las preguntas por el ser humano adquieren preeminencia: qué es, cuál es su lugar en el universo y cuál es su valor.
Arpini consideró que el germen de la crisis actual del humanismo se puede rastrear en las catástrofes humanas con que se inició el siglo XX, a las que diferenció de las naturales (terremotos o inundaciones), justamente porque la destrucción y la muerte son provocadas por enfrentamientos entre los seres humanos. Y subrayó que estas luchas acontecen al mismo tiempo que se acelera el desarrollo científico tecnológico (ciencias de la comunicación, cibernética, microchips) y de la globalización de la economía.
La profesora repasó los discursos que buscan explicar o encontrar alternativas a este presente. Uno pesimista, que promueve una toma de conciencia sobre los efectos irreversibles de la actual forma de relacionarse con la naturaleza (cambio climático, recrudecimiento de las formas de injusticia); otro optimista- cientificista, que entiende que los daños se podrían resolver mediante el desarrollo de más tecnología (seres poshumanos, híbridos, cybors) y otro crítico que señala la contradicción entre capital y naturaleza y denuncia su uso destructivo, que según su punto de vista, si bien ofrece una explicación más ajustada, no deja de ser pesimista.
A estas miradas -explicó- se suman los discursos críticos producidos en América Latina, que marcan los conceptos de posdesarrollo y posextractivismo y que proponen la búsqueda de alternativas para superar la relación de superioridad del ser humano respecto de la naturaleza. En este sentido -comentó- avanzan en formas de organización social basadas en el reconocimiento y la reciprocidad, limitando la lógica de mercado y practicando una economía social y solidaria, donde el trabajo humano produzca valores de uso y medios de potenciar la vida.
La tarea urgente de la filosofía
En esta época de intemperie, Arpini dijo que una tarea urgente de la filosofía es volver a formular la pregunta que caracterizó a los humanismos de todos los tiempos: cuál es el lugar de los seres humanos en el universo, cuál es su valor. Dijo que frente a la necesidad de avanzar sobre las visiones pesimistas y sobre cierto optimismo ingenuo es válido recrear el gesto de los hombres y mujeres del Renacimiento, que en búsqueda de respuesta bucearon en los textos clásicos de griegos y romanos y dieron lugar al movimiento cultural que se conoció como Humanismo.
En búsqueda de esas respuestas, la profesora propuso repasar las categorías de “cuerpo inorgánico” desarrollado por Karl Marx y la de “hombre natural” de José Martí. En el primer caso -expresó- el filósofo planteó que la vida intelectual y física del hombre está indisolublemente ligada a la naturaleza, simplemente porque es una parte de ella. En el segundo, el hombre natural de Martí es el que “sabe de sí mismo”, el que se afirma en su diferencia y emerge desde su condición de sometido, desafiando el orden establecido, la ley de la colonia y la lógica del tercer excluido.
La profesora propuso seguir un camino alternativo frente a los poshumanismos celebratorios, que combinan la tecnología con la lógica de mercado a riesgo de devenir en inhumanismos, y frente a los poshumanismos pesimistas, que ofrecen paliativos para posponer lo inevitable y que predican la resignación. Marcó a las formas críticas del poshumanismo como un sendero posible, abrir posibilidades mediante una ampliación de la noción de lo humano, una tarea para la cual invitó a recuperar las narraciones ancestrales de los pueblos de América Latina, que aseguró ofrecen pistas para una crítica del presente que destrabe el futuro.
La doctora en filosofía planteó que sin negar los desarrollos científicos y tecnológico, es necesario reflexionar y fijar prioridades. Foto: Captura imagen archivo Incihusa.
En riesgo de destrucción
Al concluir la exposición, Unidiversidad habló con la doctora en filosofía sobre los desafíos que impone este tiempo.
¿Por qué este es un tiempo de intemperie para el ser humano?
Si lo pensamos con una proyección histórica no demasiado larga, el siglo XX es un siglo en el que por primera vez se producen catástrofes humanas, y en el que aparece esta lucha por el control del poder mundial y esa lucha llevó a desarrollos científicos tecnológicos que permiten, por ejemplo, tener un arsenal atómico que haría posible la destrucción de la humanidad no una vez, sino varias veces, vivimos un tiempo en que el riesgo de la destrucción total está presente y eso hay que ponerlo en conceptos. Estamos en un tiempo de intemperie, porque los conceptos que teníamos y vienen de la tradición, o hay que redefinirlos o hay que crear conceptos nuevos para poder interpretar este tiempo. Para la filosofía es una tarea ineludible, porque tenemos que asumir nuestro propio tiempo, Hegel decía algo en que tenía razón y es que la filosofía consiste en poner el propio tiempo en conceptos.
¿La filosofía cumple con esa tarea?
A veces sí y a veces no. Sí la cumple cuando se trata de una reflexión filosófica viva, que se hace cargo de esos problemas, pero también la filosofía adopta formas academicistas que se apartan de eso, que no hay que restarles importancia porque la tienen, pero el problema es cuando esos esfuerzos por hacer una exégesis hiper detallada de un texto no se pueden volcar a la reflexión acerca de lo que nos está pasando; ahí hay un corte entre la academia y la vida de la filosofía.
Usted planteó que en este tiempo la pregunta central no es qué es el ser humano sino cuál es su valor. ¿Por qué?
Sí, porque la pregunta de la antropología clásica es que es el hombre y se suele decir que esa pregunta sintetiza muchas otras preguntas, que tiene su lugar de enunciación propio en la modernidad y más precisamente en la Ilustración, donde el centro de las preocupaciones era conocer lo que es el hombre, que da pie al desarrollo de toda la ciencia humanas. Sin embargo, esa pregunta va acompañada de otra que es cuál es el valor del hombre, que es una pregunta axiológica. Desde esa perspectiva, uno empieza a ver que hay otras cosas a las cuales atender, que no es solamente la actividad racional del hombre puesta en el conocimiento, sino también los valores, la afectividad, las intuiciones, las relaciones y todo lo que tiene que ver con ellas, entonces ahí se empieza a ampliar un poco el panorama y ya no es una cuestión meramente antropocéntrica, en el sentido de definir al sujeto como sujeto racional.
De cybors y prioridades
Frente a esta realidad del ser a la intemperie, usted planteó la necesidad de abrir caminos que se aparten de las posiciones extremas. ¿Por qué?
Como en todas las cosas, siempre hay posiciones que son extremadamente optimistas y otras extremadamente pesimistas. Hay una forma de optimismo que me parece ingenua, dice que para resolver los problemas que nos ha causado el desarrollo científico tecnológico de la mano del desarrollo del capitalismo, tenemos que hacer más desarrollo científico tecnológico, pero ese desarrollo también tiene como destino la acumulación, entonces estamos en la misma. Es un optimismo que en todo caso podrá retrasar, pero no modificar, porque el esquema del cual se parte es exactamente el mismo. Y después está el pesimismo total, de que nada se puede hacer. Me parece que hay que ir por una vía que, sin negar el desarrollo científico tecnológico, pueda pensar formas de encarar ese desarrollo, de fijar prioridades, que pongan el norte en la realización de la vida.
¿Por qué es necesario fijar prioridades?
No está mal que haya cybor, el problema es que la cultura cybor y los desarrollos científico tecnológicos se orientan al mercado, porque quiénes se van a beneficiar de esos desarrollos, los que puedan, los que tengan el dinero para poder hacerlo. Por ejemplo, un implante que mejore la capacidad intelectual, quién va a poder acceder a eso, de qué manera se va a distribuir el trabajo en una época en la que eso sea posible, quiénes van a ser amos y quienes esclavos. Es decir, si seguimos dentro de la misma estructura fijada por la acumulación y la producción de mercancía todos esos que podrían ser beneficios para la humanidad van a seguir provocando injusticias.
¿En el mismo sentido, cómo se fijan prioridades respecto del cuidado del medio ambiente, cuando el extractivismo es un modelo al que se sigue apostando?
A mí lo que me preocupa es formar gente que tenga sensibilidad para eso y ojalá que puedan ocupar lugares de decisión donde esas cosas se puedan discutir. De hecho, hay pasos que se van dando, por ejemplo, cuando la constitución boliviana habla de los derechos de la tierra o los derechos de la naturaleza o cuando en Mendoza fue el tema del agua y hubo oposición a la reforma (de la ley 7722), me parece que esas son tomas de conciencia y pasos que se van dando.
¿Los movimientos ecológicos, la toma de conciencia sobre el cuidado del planeta van en el mismo sentido?
A mí lo que me parece interesante es que esos posicionamientos no cierren la posibilidad de pensar, sino que abran posibilidades. Me parece interesante que cualquiera sea el tipo de lectura que se haga, si eligen ser vegetarianos o veganos no se cierren en eso, porque entonces también se bloquea la posibilidad de pensar futuros posibles. Cuando aparece una idea como la única que nos va a salvar, siempre se están bloqueando otras posibilidades. Entonces, es interesante, es bueno, pero que se pueda dialogar, que puedan abrir perspectivas, que no signifiquen nuevas formas de cerrazón.
La sabiduría de la vida cotidiana
Usted planteó que existen saberes de la vida cotidiana que la academia debe escuchar. ¿Por qué?
Ahí hay una sabiduría que hay que explorar, que desde la perspectiva de la ciencia occidental ha sido dejada de lado, era solamente objeto de investigación, pero no se pensaba que desde ahí procedían formas de sabiduría también. Cuando yo decía que había una cuestión abismal, el abismo es un límite, entonces de este lado están las formas de conocimiento reconocidas como la ciencia, la filosofía, incluso la teología, que pueden tener diferencias entre sí, pero que al fin y al cabo monopolizan la razón; y del otro lado hay supersticiones, mitos y todo eso parece que tiene menos valor. Sin embargo, en las narraciones, en la medida que son recuperadas por arqueólogos y antropólogos culturales, muestran que hay formas de sabiduría que coexisten con la ciencia. Entonces, la imposibilidad de ver la coexistencia, de pensar que nos podemos nutrir de estas formas de sabiduría para resolver los problemas contemporáneos, eso es el abismo. Tender puentes por sobre el abismo permitiría tener otra mirada, otra forma de encarar no solamente los problemas, sino también la forma de presentar los problemas, cómo preguntar.
¿Si me permite una pregunta personal, a qué se aferra en estos tiempos de intemperie?
A lo personal y lo cotidiano, uno se agarra de los afectos y también hay que hacer una reflexión sobre eso. Desde las epistemologías feministas se recupera toda esa dimensión de los afectos no solamente para la vida cotidiana, sino para pensar el desarrollo científico, para pensar la organización política y los problemas contemporáneos.
¿Esas visiones feministas brindan esperanza?
Sí, creo que hay que prestar mucha atención no solo a los feminismos más clásicos, sino a los feminismos comunitarios, a los que surgen de los problemas de las mujeres en las comunidades. Las mujeres de las comunidades no se ponen a escribir “papers”, pero en las entrevistas o cada vez que pueden van manifestando cuáles son los ordenadores de su visión de la vida y esos criterios funcionan para la vida, entonces uno que está en la academia tiene que escuchar esas cosas, no ir a decirles cómo tienen que pensar, sino que es al revés, hay que escuchar.
filosofía, ser humano, naturaleza, vida,
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