La copa imposible: una mirada desde la sociología al mundial de Qatar 2022
Leandro Hidalgo, sociólogo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNCUYO), nos comenta en esta columna sus visiones sobre el mundial de Qatar, la selección argentina, el fútbol y la pasión, pero desde una mirada sociológica.
Foto: Hiraoka.com.pe
Faltan pocos días para que comience la Copa Mundial de Qatar 2022. El deseo de ver a nuestra selección competir y a nuestro “10” levantar la copa es una de las mayores felicidades que se le podría dar al tan golpeado pueblo (futbolero) argentino. Además, podría ser el final de la carrera de Lionel Messi como jugador de la selección (algo no menor), por lo que la expectativa y emoción crece con el pasar de los días.
Igualmente, hay algo que nos atraviesa más allá del juego, más allá de los comentarios deportivos de cada día o si la pelota entró o no. Aquí, el mundo del fútbol desprende algo más que una simple copa mundial: se juegan el orgullo, la pasión, los deseos y ánimos de una sociedad tan afligida por la coyuntura actual. Es por ello por lo que Unidiversidad dialogó con Leandro Hidalgo, sociólogo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNCUYO), que entrega, a través de una columna, sus visiones sobre este evento y el fútbol, pero desde una mirada sociológica.
Nuestra mirada social y cultural frente al mundial de Qatar
El fútbol se inscribe en un territorio real y en uno simbólico. Su práctica específica emana un territorio múltiple bien cargado de teatralidad. Hay una ficción en la que creer, a través de la cual se pueden resolver ciertas complejidades y contradicciones de la vida diaria. El mundial es un evento a todas luces múltiple, económico-financiero, televisivo-mediático, político-cultural, pero también histórico, para que una especie de pluralismo patriótico regrese allí a buscar algo de lo que alguna vez fue.
En el mundial se acrecienta un régimen nacional que muchas veces fue usado por las coyunturas políticas, en los que el imaginario forma parte de un conjunto: la selección (masculina) de fútbol. Nuestra mirada nacional, además, elogia la virtud del genio creador y, en modo historieta, exige ver al jugador número diez resolver todo solo, hasta finalmente vencer. Una especie de romanticismo del ánimo.
Dos elementos se cruzan continuamente: el del ángel que, en un ciclo infinito de vida, nos saca adelante (esto es un loop en la poética de la pelota) y el del sentido ritual de pertenecer elaborando narrativas en cada partido que toca disputar.
Este torneo, que se juega cada cuatro años, nos regresa a la tierra en un sentido de densidad de significados, como aspiración a otra cosa. Aquella imagen de los jugadores cantando el himno, que refracta todo el peregrinar de un partido al otro, de una fase a la otra, hasta el desenlace, nos refresca la memoria. Existe un recorrido, una multiplicidad de signos compartidos, densos, esperados, que se contraponen con la velocidad digital del tiempo real en que eso mismo sucede. En semejante coyuntura, que apenas dura un mes, volvemos a la lentitud de la comunidad; por ese rato, dejamos de ser sujetos que rinden y producen, víctimas de casi todo, donde estamos inmersos todo el otro tiempo en que no se juega un mundial.
Fútbol, sociología y estructura social
Los jugadores deben resolver lo que en ellos hemos depositado. Los televidentes demandan que la Gioconda haga finalmente el guiño, para el bien de todo inventario. Los refutadores de mundiales hacen también lo suyo, inspirados en su propia ideología de prioridades. Y el hombre de la esquina vende bien gorritos y banderas en el parque de la familia de Las Heras. La eficacia de un mundial es total, es quedar a merced de lo mágico, entrar en el túnel y participar, aunque sea de lo inservible, pero asimismo ser parte.
Es como si se hubiera inventado un cuento largo con el fútbol adentro. Por eso también hay un fake, un reverso, un espectáculo que el tiempo, cuando quiere, barniza de gloria, lo tiñe, lo modifica y nos lo entrega borroneado, pero como valor sociocultural. En ese sentido, hay algo en lo que lo falso innova, y es en la posibilidad de que seamos. Esa creencia, como en el arkanoid, atraviesa la estructura social y la desjerarquiza. Como si el cuadro tuviera que ser redefinido una vez más, llenado nuevamente de significado. No importa que sea una reproducción del original (del 86), la idea es que al menos se pueda extraer algo. El filósofo Byung Chul Han dice que cuando un artista verdadero pide prestado un cuadro y devuelve una copia no es un engaño, porque él mismo se habrá quedado con el original, el que más merece tenerlo.
Nosotros podemos ofrecer un DT pirata, un diez "fake", una economía devaluada, pero, en la construcción de los acontecimientos falsificados, fuimos expertos. Ahora nos merecemos la copa original.
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