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Generalmente son gorilas que descreen de lo popular, de las creaciones de lo popular. De los himnos de las amas de casa, de los poemas de los enamorados, de las cursilerías de la gente inculta –porque creen que la cultura está reservada para especialistas-.
Critican sin juicio crítico. Molestan aburguesadamente. Viven en su propia cofradía diminuta y utópica plagada de musas. Foto Leszec Bujnowsky.
Los que saben son ocho o nueves gatos locos. Son los que determinan qué va o qué no va. El comando literario oficial dominante, que no es el gobierno. Saben saber, ejercer el poder de saber toda vez que por sus trayectorias han sido bendecidos por la patronal del conocimiento.
Academias, revistas literarias, concursos, editoriales, escuelas o movimientos, instituciones. Los que saben mandan con su saber. Y por saber y dominar en el mundo de lo que ellos determinan qué está bien y qué está mal, ejercer el dictado y la sentencia. Ese particular estilo que brota de la soberbia para determinar las formas del buen comer, las formas del buen escribir.
Algunos dirigen suplementos culturales (dirigir un suplemento cultural en un diario es como ser un Ministro de Cultura en estos pagos), otros, revistas académicas, literarias o científicas. Ellos saben. Son puestos ahí porque saben cómo se discrimina, dictamina, contamina. Y en derredor, como moscas, revolotean los amigos de la comunidad, los que cumplen el rol de bufones esperando ser legitimados.
Generalmente son gorilas que descreen de lo popular, de las creaciones de lo popular. De los himnos de las amas de casa, de los poemas de los enamorados, de las cursilerías de la gente inculta –porque creen que la cultura está reservada para especialistas-. No le han ganado a nadie, no son reconocidos en otras latitudes y por ello se transforman en dictadores de provincia, resentidos proscriptores de las voces de los salvajes y primitivos. Dictadores culturales que se avienen como borregos al poder de quien les pone el traje.
Y creen tanto en los trajes, en el vestuario, que denostan todo; especialmente si no han sido invitados a dar su opinión sabia. Con la verba y la pluma erigen sus propios monumentos, se alaban entre sí, se mimetizan en una supuesta subversión que garantiza que nada cambie. Critican sin juicio crítico. Molestan aburguesadamente. Viven en su propia cofradía diminuta y utópica plagada de musas. Pero han sido entrenados para quedarse musa en las relaciones laborales, con sus compañeros de trabajo. Y no se les mueve un pelo para mandar a alguien en cana. De alguna manera son la policía literaria con gorra y bastón.
El pueblo es una entelequia para ellos, y más aún sus tradiciones políticas las cuales ignoran, desconocen, minusvaloran. No tienen “aparentemente” ideología. Hacen culto de la independencia, de la autonomía y del desprecio. Serviles proyectos de herejes. Vacuos acumuladores de autoelogios frente al espejo. Los que saben son así, porque “saben mucho”. Tanto que no se saben limpiar el culo y se les nota cuando caminan.
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