La batalla cultural de Milei: qué hay detrás de una pelea que escala todos los días
Con particular énfasis en las redes sociales, el presidente y muchos de sus seguidores plantean una lucha permanente contra lo estatal, contra lo público, contra lo que llaman "colectivismo". Mariano Salomone, sociólogo e investigador del Conicet, nos ayuda a entender qué está en juego en esta disputa.
Milei disertó en Washington en el marco de la Conferencia de la Acción Política Conservadora (CPAC). Fuente: Télam
Hace poco más de dos meses que Javier Milei es presidente de la Argentina. Hace pocos días, el jefe de Estado afirmó: “Hay que entender que, cuando yo me peleo con una artista popular, no lo hago porque sí, sino que lo hago como parte de la batalla cultural”. Esa pelea de la que habla el mandatario parece jugarse de manera intensa a cada hora, a cada minuto, en las redes sociales. Ahora bien: en este tiempo, en el que todo parece transitar con el acelerador a fondo, es preferible frenar y pensar qué significa “dar la batalla cultural”.
¿Esta es la primera vez que Milei habla de batalla cultural? No, para nada, incluso era algo que sostenía en campaña. ¿Es la primera vez que encara una pelea contra la cantante Lali Espósito? No, para nada. Entonces, para iniciar una respuesta, podemos buscar la punta de ese ovillo discursivo. Gran parte de lo que se le ha escuchado decir y exclamar al ahora primer mandatario tiene su espejo en la obra de Agustín Laje, un politólogo que asume la misión de dar marco teórico a lo que él llama “nueva derecha”.
Laje, en un reciente diálogo con el periodista Ernesto Tenembaum, afirmó: “Hoy, hacer política se llama dar batalla cultural”. Así, hoy, hacer política en el universo de La Libertad Avanza es chocar contra las maneras de disputa que conocíamos en la arena política nacional (en todos sus tonos). Estos modos, tan provocativos, tienen un porqué.
Mariano Salomone, doctor en Ciencias Sociales e investigador en el Incihusa- Conicet, nos brindó un acercamiento para entender de qué hablamos cuando hablamos de batalla cultural. Para el investigador, “todo proyecto político y económico como el que está encabezando Milei involucra también fuertes batallas culturales”. Incluso, sostuvo que esta disputa va más allá de lo que puede ser un enfrentamiento con una artista popular.
“Esa batalla, digamos cultural, que está dando Milei como expresión de la nueva derecha en nuestra región latinoamericana se puede reconocer cotidianamente en todos los aspectos que lleva a cabo el Gobierno. Desde las entrevistas que da, los comunicados, las conferencias de prensa que da Adorni (vocero presidencial), en todo el discurso del gobierno está esta batalla cultural, que tiene que ver con la necesidad de construir algún consenso por parte de la derecha que justifique y sostenga esta arremetida en contra de los trabajadores y los sectores populares”, dijo el sociólogo.
Esta lucha sin cuartel, sin que se frene ni un día el constante tono anti-Estado, tiene como objetivo generar consenso. “Es justamente lo que en términos gramiscianos se considera construir hegemonía, para poder justificar y llevar a cabo esta transferencia histórica que estamos viviendo de riqueza hacia los dueños de la Argentina. Que trae también, en paralelo, generar consenso en torno a la represión, la criminalización de la protesta, construyendo culturalmente a la protesta como un delito”, destacó el investigador.
La casta mala
A grandes rasgos, la campaña de Milei tuvo dos grandes columnas: la propuesta de dolarización para neutralizar la inflación y estabilizar la economía, y la lucha contra la casta política. Dentro de lo que el Presidente llama casta, está gran parte del arco político-cultural de la Argentina.
"Uno de los puntos de esa batalla cultural es identificar a la casta política con todo lo que sea público. Entonces, está esa idea de desprestigiar a Aerolíneas, a YPF, al Conicet, que es el sistema científico-técnico al cual yo pertenezco, a las universidades. Lo público es identificado como el gran problema de la Argentina, que genera pérdida, déficit, aquello que se hace ‘con la mía’”, describió el sociólogo.
Siguiendo al investigador, no estamos ante un fenómeno tan novedoso, dado que en la década del 90, con la victoria de Carlos Menem y la bandera del neoliberalismo, hay un sendero para reconocer y pensar cómo se dio en su momento ese reordenamiento en el plano de las ideas, cuando las grandes empresas estatales eran vistas como “el cáncer de la sociedad, el cáncer de la Argentina”. Para Salomone, en el fondo, queda expuesto el hilo conductor con el menemismo. “Lo que tenemos en este ataque a todo lo estatal y en favor de privatizaciones no es un asunto meramente económico, de números, sino que lo que está de fondo es, justamente, una opción político-cultural que supone una opción ideológica acerca de cómo organizar la vida social, que prefiere que sea en manos privadas y no públicas”, destacó.
Un freno a la protesta social
Dar la batalla cultural también es dar la pelea por la presencia en la calle, en términos literales. Para Salomone, y también para muchos otros analistas de la realidad, la velocidad con la que se implementaron nuevas políticas para contener las protestas ciudadanas vía protocolo es parte de la estrategia, al fortalecer los mecanismos y las fuerzas de represión y criminalización del derecho a la protesta.
"Se acentúan aquellos rasgos más autoritarios del Estado y se disminuyen todos aquellos mecanismos, por ejemplo, de participación ciudadana”, destacó el sociólogo. “Poner este énfasis en la criminalización y la persecución de la protesta social es una necesidad estructural del proyecto”, agregó.
¿Todo nuevo gobierno da su batalla cultural?
Para Gramsci, que desarrolló su teoría en la primera parte del siglo XX, la batalla cultural implicaba una lucha constante por influir en las ideas, los valores y las creencias predominantes en una sociedad. Entonces, para el teórico italiano, la pelea para batir a las clases dominantes era modificar las influencias que ejercían en las instituciones culturales, como la educación, los medios de comunicación y las artes.
Claro que dar la batalla cultural no es una estrategia exclusiva del mundo conservador-libertario. “Todo gobierno, podríamos decir, es expresión de una batalla cultural”, sostuvo Salomone.
“Todo gobierno construye culturalmente un enemigo, un proyecto en disputa, y enarbola también una opción político-cultural como propia, como horizonte futuro de construcción de esa idea política”, dijo el sociólogo. Sin embargo, subrayó que ese análisis queda superficial: “Decir que todo gobierno da la batalla cultural no nos permite pensar demasiado. Lo importante es, justamente, poder pensar cuál es la batalla cultural de este gobierno, de La Libertad Avanza, de las nuevas derechas”.
El investigador propone poner en debate qué significa atacar lo público para ponderar lo privado, el mercado. Porque lo estatal, como puede ser la salud, la educación o YPF, son temas “sometidos al debate público”, donde se pone en juego “una heterogeneidad de valoraciones, de objetivos y de horizontes político-culturales”.
Por el contrario, el sociólogo indicó que, si estos grandes temas se organizan en función de las necesidades del sector económico, “prima la lógica del mercado, que básicamente es percibir una ganancia, es el cálculo de la utilidad, la rentabilidad como único criterio para organizar la vida política y cultural de una sociedad. Por eso podemos decir que el gobierno de Milei impulsa un proyecto que es monocultural. La gran paradoja de su batalla cultural es que busca terminar con toda disputa cultural al pretender imponer la ley del mercado como único criterio de valoración social”.
Salomone sostuvo que ve en esta visión de Milei un punto de anclaje muy similar a Margaret Thatcher, que defendía las políticas neoliberales afirmando que “no había alternativa”, que “la única opción societal para organizar la vida entre las personas era el libre mercado”. En este contexto, el investigador del Conicet subrayó que los 90 también dejaron ejemplos sobre cómo se rebatió esa hegemonía que postulaba que el neoliberalismo era la única opción, ya que, “durante mucho tiempo, se impuso la idea de pensamiento único”. Ahí estuvieron los grandes movimientos sociales, como fueron los movimientos indigenistas en algunos países de Latinoamérica o lo que en Argentina se llamaron “movimientos piqueteros”.
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