“La agroecología trata de rescatar la identidad de los lugares y la realidad del agricultor”
Así lo planteó Silvina Alicia Greco, profesora de la UNCUYO, al detallar los beneficios de este enfoque respecto de la agricultura convencional. Explicó las claves de la producción sustentable y el avance en el país y en Mendoza.
“En la Argentina se desarrolló la producción orgánica desde 1990, pero no hubo una política de Estado que apoyara a los pequeños productores", dijo Greco.
La agricultura moderna creó un sistema uniforme, un paquete tecnológico, una receta sin distinción de países ni sociedades. La agroecología, en cambio, potencia la diversidad: la identidad de los lugares, la realidad y los saberes de agricultoras y agricultores, y el respeto por el ecosistema. Así lo planteó Silvina Alicia Greco, especialista en la materia y profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCUYO.
Más allá de explicar la diferencia entre dos paradigmas agrícolas, la ingeniera agrónoma se alejó de visiones maniqueas. Dijo que, si todos los sistemas comenzaran a incorporar principios agroecológicos, impactarían menos al ambiente y se reducirían las consecuencias sociales que acarrean las estructuras convencionales.
La ingeniera agrónoma defiende este enfoque frente a quienes definen a la agricultura convencional como ciencia, mientras colocan a la agroecología como una práctica sin sustento. Por el contrario, la profesional explicó que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) la considera una ciencia multidisciplinaria, que toma aspectos de la ecología, la fisiología vegetal, la etnobotánica y la sociología, entre otras disciplinas.
“La agroecología viene a decir: 'Ojo, paremos, como estamos haciendo las cosas está mal'. Pero hace 80 años que las cosas se están haciendo de una manera, entonces es complejo modificar estructuras y prácticas. La agricultura moderna uniformizó los sistemas y lo que trata de rescatar la agroecología es la identidad de los lugares, la realidad de cada agricultor y también el respeto por el ecosistema”, comentó a Unidiversidad.
El Censo Nacional Agropecuario (2018) permitió construir una radiografía de ese nuevo paradigma, ya que determinó que, de 250.000 explotaciones agropecuarias (EAP) existentes en el país, 5277 realizan sus actividades bajo el paraguas de la agroecología. De ese total, 2544 desarrollan agricultura orgánica (258 en Mendoza); 409, biodinámica (27 locales), y 2324, agroecológica (209 en la provincia).
Los productos agroecológicos son los que cultivan familias campesinas y comercializan en ferias. Foto: Unidiversidad
Una respuesta a la Revolución Verde
La ingeniera explicó que la agricultura moderna derivó de la llamada Revolución Verde, que surgió en Estados Unidos a raíz de la falta de alimentos luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta práctica desarrolló variedades de alto rendimiento, como trigo y otros cultivos, atadas a un paquete tecnológico de maquinarias y agroquímicos, que se aplicó como una receta en todo el mundo, incluida Argentina.
La agroecología –comentó la profesional– surgió como respuesta ante los problemas derivados de la agricultura moderna, que aumentó los volúmenes de producción, pero acarreó diversos inconvenientes ambientales y sociales. Enumeró algunos: erosión del suelo, contaminación, pérdida de biodiversidad, marginación de familias productoras, problemas de salud para quienes consumen, entre muchos otros.
Este nuevo enfoque –señaló– busca llegar al objetivo de lograr una agricultura sustentable a través de cuatro formas de producción: orgánica-ecológica o biológica (contempla la fertilidad del suelo y la biodiversidad, con un mínimo uso de insumos), biodinámica (sigue principios orgánicos y agrega las influencias cósmicas), regenerativa (combina salud del suelo, bienestar animal y equidad social) y agroecológica (sigue principios orgánicos, pero no está certificada).
La agroecología busca revalorizar los saberes de las familias campesinas. Foto: Laura Lescano/Télam
La ingeniera agrónoma explicó que existe una diferencia entre estos cuatro tipos de producción: las tres primeras (orgánica, biodinámica y regenerativa) se pueden certificar en Argentina por medio de empresas privadas y con control estatal, mientras que la agroecológica es la que realizan familias y agrupaciones que no pueden pagar los costos de una certificación.
“En la Argentina se desarrolló la producción orgánica desde 1990, hace casi 30 años, pero no hubo una política de Estado que apoyara a los pequeños productores para afrontar esta certificación, no la hay. Frente a esto, esos pequeños productores familiares se llaman a sí mismos agroecológicos porque la base con la que producen es la misma que la del protocolo del orgánico. El problema ha sido la normativa argentina que no permite la certificación participativa”, comentó.
La certificación participativa implica que organizaciones o grupos de producción “certifiquen” cultivos de pares como agroecológicos. Greco dijo que este sistema ya existe en Brasil y consideró que, con el tiempo, se replicará en Argentina, teniendo en cuenta que existen las direcciones nacionales de Agricultura Orgánica y de Agroecología, que, junto con organizaciones, universidades y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) buscan promover este tipo de producción.
Greco destacó la importancia de esta producción agroecológica en el mercado interno. Dijo que organizaciones y familias campesinas comercializan en ferias –como las del Barrio Cano o del Parque San Martín, en Ciudad–, donde mantienen una relación directa con consumidores y consumidoras que demandan alimentos más sanos.
El ABC de la agroecología
¿Qué implica producir en forma agroecológica? La profesora respondió que la base de este tipo de manejo es respetar los ciclos naturales, trabajar en la fertilidad del suelo y con la biodiversidad del sistema productivo. Esto incluye el mínimo uso de insumos y la eficiencia en el aprovechamiento del agua, ya que un suelo con alto contenido de materia orgánica aumenta su capacidad de retención.
La apuesta –comentó Greco– es pasar de una agricultura de sistemas simples a otros diversos. Dio un ejemplo: dijo que en una finca en la que solo esté implantada vid o una única hortaliza, se desaprovecha la acción de otras plantas, como pastos, flores, árboles o arbustos, que albergan insectos que colaboran en la fertilidad del suelo y en el control de plagas.
La profesora remarcó que la agroecología trabaja con tecnología moderna (riego tecnificado, tela antigranizo, maquinaria e implementos), pero dentro de una lógica de procesos más que de insumos, con el objetivo de optimizar los servicios ecosistémicos que brinda la naturaleza. Esto, afirmó, permite que el sistema agrícola sea menos dependiente de suministros costosos y contaminantes.
“Un sistema naturalmente regula las plagas, las enfermedades, la fertilidad del suelo, pero, al intervenir ese sistema agrícola, nosotros estamos interrumpiendo esos ciclos naturales. Lo que intenta la agroecología es rescatar esos ciclos naturales, fomentarlos para reducir el uso de insumos y de agroquímicos, con lo cual se reduce la contaminación de alimentos”, explicó.
La profesora afirmó que la agricultura agroecológica se puede aplicar a cualquier tipo de cultivo. Foto: Unidiversidad
Sin recetas únicas
Greco, que dicta las cátedras Ecología Agrícola y Agroecología, comentó que esta modalidad de agricultura se puede desarrollar para cualquier tipo de cultivo, como hortalizas, vid, frutales, soja, maíz, hasta la producción animal, donde se siguen protocolos que respetan su bienestar.
Para la profesora, otro aspecto central de este tipo de manejo es la revalorización de la sabiduría de las familias campesinas, lo que tiene una conexión directa con un lugar, con una cultura. Dijo que históricamente se respetó, aunque la relación era de tipo más verticalista, de un o una profesional que sabía más y decía cómo se debía realizar la labor.
Respecto de este último aspecto, Greco explicó que la agroecología no replica una “receta” única para cualquier lugar, sino que busca respetar las características de cada zona, las realidades y cultura de su gente y, sobre todo, los saberes de quienes históricamente producen.
Pasar de un sistema convencional a uno agroecológico implica una transición que puede llevar de 3 a 5 años, según explicó la profesora. En ese período, advirtió, puede haber una caída de rendimiento o un ataque de plagas, porque los fertilizantes químicos son de rápida asimilación, mientras que los abonos orgánicos tienen una acción más lenta.
Greco dijo que faltan políticas públicas para afrontar ese proceso. “El productor tiene que reacomodar su sistema y, a la vez, produce menos. Entonces haría falta un respaldo, un apoyo económico del Estado en esa transición”, explicó.
Más allá de la necesidad de impulsar políticas públicas para el sector, la profesora dijo que la agricultura sustentable avanza en el país y en Mendoza, y genera interés, algo que también nota en sus clases, con sus estudiantes universitarios. Comentó que, tradicionalmente, la formación estaba relacionada con fórmulas, era estructurada, para resolver la falta de nutrientes o para atacar una plaga, mientras que esta agricultura implica un manejo integral del ecosistema, que está atado a un lugar y a su gente.
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