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11 DE SEPTIEMBRE DE 2017
El guitarrista y compositor tucumano participó en la charla “Música: entre la tradición, el oficio y la innovación” y dictó un taller de guitarra en el marco del ciclo “Cultura, Universidad y Política”, organizado por la Facultad de Artes y Diseño de la UNCUYO.
Juan Falú, reconocido músico y compositor tucumano. Foto: Emma Saccavino del área de comunicación de la Facultad de Artes y Diseño de la UNCUYO
Unidiversidad / Camila Millán, becaria de la Facultad de Artes y Diseño de la UNCUYO
Publicado el 07 DE JULIO DE 2017
El segundo encuentro del Ciclo “Cultura, Universidad y Política” (CUP) tuvo como invitado especial al reconocido guitarrista y compositor Juan Falú. Por su amplia trayectoria y su vinculación con la enseñanza de la música popular argentina en distintas instituciones, su perspectiva abrió el debate en torno a la cultura, el mercado, la formación y el quehacer artístico. También participaron de la jornada “Música: entre la tradición, el oficio y la innovación” Alejandra Bermejillo, Carlos Casciani y Polo Martí.
Juan Falú es reconocido a nivel internacional por su dominio de la guitarra como compositor e instrumentista. Además, su repertorio está íntegramente formado por obras de música popular argentina. Ha dado conciertos en diversos países de Europa, África y América y ha recibido numerosos premios por su labor. También dirige el Festival “Guitarras del Mundo” desde 1995.
Falú no es ajeno al mundo de la reflexión en torno al arte, la política, los medios masivos de comunicación, la construcción simbólica de lo social y las repercusiones que estos tópicos pueden tener en otros aspectos como la identidad, la cultura y la vida de las personas dentro del país.
¿Cuál es la importancia de la inserción de disciplinas que se desprenden de lo popular en ámbitos académicos?
Enseñar la música popular en universidades o en los tradicionales conservatorios de música es fundamental por varios motivos. El primero es que siempre es bueno para la cultura de un país, de un pueblo y para su gente tener un conocimiento cabal de sus símbolos. Y entre esos significantes que le confieren identidad a la cultura, la música ocupa un lugar muy importante porque contiene elementos que van más allá de lo estrictamente musical. O sea, la música popular contiene la poesía, estampas de momentos y de lugares, y de gentes y de oficios, de historias colectivas. Son la carta de presentación de lo más ancestral de una cultura hasta lo más actual. Entonces, preservar eso, difundirlo, aprenderlo y resignificarlo es una tarea realmente importante. Mucho más importante en estos tiempos. Porque tal vez en otros momentos el conocimiento de estos símbolos era algo que se producía naturalmente. Es decir, la propia transmisión social permitía que los cancioneros, las técnicas y los modos se transfieran de generación en generación. Pero en este momento en que está todo tan mediatizado, el conocimiento de una sociedad puede ser completamente dirigido, entonces esta tarea se torna casi esencial.
¿Cómo repercuten las políticas culturales en la conformación de la escena artística?
Estamos con un debe muy grande en lo referido a políticas culturales. Estamos en deuda completamente, porque la fórmula más simplista de las políticas culturales es mimetizarse con la fórmula del mercado. O sea, adoptar los mismos valores, los mismos personajes. La política se ha minimizado. La política siempre fue una herramienta de transformación de la realidad, esa es la definición que a mí siempre me gustó. Pero ahora es una herramienta casi electoral y nada más, o de acumulación de poder. Ese es el poder de hoy, no aquel poder estratégico que se buscaba como una idea de liberación y de justicia, ese poder repartido en la gente y no en un grupo. Así como la política se ha minimizado y de alguna manera degenerado, lo mismo pasa al nivel de las políticas culturales. Se busca la adhesión masiva a determinadas figuras, se promueve lo mismo que promueve el mercado y no se alienta esta cuestión de entrar en conocimiento con las identidades profundas para ver si eso se transforma en una herramienta cultural poderosa de cara al futuro.
¿Qué relación tienen las políticas culturales con lo mediático?
Personalmente, tengo muchas amarguras en torno a las políticas culturales porque dependen principalmente de lo mediático. Reniego mucho con el tema del rock, pero no por los músicos del rock o las canciones del rock, sino por esa cuestión de traducir a través de ese lenguaje toda la cuestión nacional, todo lo que ocurre, todo lo que ocurrió. El rock se transforma en la crónica casi exclusiva de todo, me parece que es un descuido enorme que se hace desde los medios y se refleja en las políticas culturales. Son pocas las que se alejan de eso. Hay un descuido enormísimo porque se ha establecido una verdadera brecha entre folklore y rock, se ha confinado al folklore a un sentido de tradición y antigüedad y al rock a una idea de modernidad y eso es una falacia. El rock es mucho más quieto que el folklore, el folklore se mueve más, en muchos sentidos. Si uno lo analiza desde el punto de vista musical y poético se mueve muchísimo más. También es importante remarcar que no es lo mismo tradición que tradicionalismo. Ese es para mí el gran tema de discusión. Hay un falso progresismo que termina excluyendo a la tradición por plantear en términos falsos la cuestión. Tradición no es tradicionalismo. Tradición es raíz, es identidad, es memoria, es fuente. Tradicionalismo es conservadurismo. No tiene que ver una cosa con la otra.
¿Cómo te parece que se articula el trabajo artístico con la política?
A mí me gusta que el arte trascienda a la política pero cuando el arte se politiza está bueno también. Es inevitable que ocurra porque el arte es evidentemente una herramienta de denuncia. Pero es distinto cuando se politiza con un resultado artístico debilitado, o sea, cuando se pone en primer término el rol de la denuncia en detrimento de la cuestión por ejemplo estética me parece que el arte pierde y termina perdiendo también la denuncia. Echar luz sobre la realidad desde el arte, desde una canción, una poesía, una película, un libro es algo fantástico, es una herramienta poderosísima pero no hay que debilitarla. Es decir, no hay que banalizarla sustituyendo la estética por el discurso que termina siendo casi el discurso político y ya no el mensaje artístico. Entonces se pierde la metáfora, la sutileza, se pierde todo eso que justamente la política no contiene. Soy muy cuidadoso con eso porque a veces pareciera que politizar el arte es una cualidad en sí mismo positiva pero a veces me parece que es una manera compulsiva de dar un discurso político desde una canción pero debilitando el sentido de la canción. Entonces se convierte en un terreno bastante delicado de discusión.
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