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23 DE OCTUBRE DE 2024
El docente y guionista Jorge Maestro estuvo en Mendoza para brindar un seminario intensivo de guión televisivo en la Universidad Nacional de Cuyo. Aquí, la historia de los últimos 40 años de la televisión argentina desde la óptica de uno de sus protagonistas más activos, su roce con la censura durante la dictadura, el disfrute de crear en la primavera democrática y los gajes de la industria.
El mágico y tormentoso nacimiento de un Maestro, sus aventuras,
desventuras y la entrada a la pantalla chica
Dos hitos que operaron como propulsores de la ruta artística de Jorge:
de un lado, su papá, mago y prestidigitador, lo hacía actuar desde
niño en sus shows; del otro, gracias a la mamá titiritera de un
vecinito y amigo, se la pasaba jugando con los muñecos e imaginando historias.
Jorge creció y con él, su desarrollo como artista: a los 9 años
contaba ya con la experiencia en las tablas de un autor consagrado, de adolescente
armó con sus compañeros de la secundaria un grupo de teatro con
el que intercambiaban información -"Todos los viernes a la noche
nos reuníamos a compartir la lectura de alguna obra"- e interpretaban
obras destinadas al público infantil, actividad que no solo los nutrió
a nivel personal sino que además usufructuaron para juntar la plata suficiente
para concretar su viaje de egresados.
Su primera obra de teatro infantil, La casa del mago Shang-Li, fue protagonizada
por su papá. Al salir del colegio conoció a Sergio Vainmann, con
quien desde ese momento formó uno de sus principales tándems creativos,
y a un grupo de amigos que hoy tienen un largo trayecto recorrido en teatro
y tele, como Raúl Rizzo, Juan Leyrado y Carlín Calvo, con quienes
se hicieron amigos entrañables. "Una anécdota muy curiosa
es que con Carlín rendimos para entrar a la escuela actuación
de Augusto Fernández y él quedó afuera. Yo entré
pero al poco tiempo me di cuenta de que me interesaba mucho más escribir
que actuar".
En 1973, época en que la efervescencia política y la avidez creativa
atravesaban a los jóvenes inquietos, Jorge fue invitado, junto con sus
compañeros de la escuela de Augusto Fernández, a formar parte
de la Juventud de Teatro Peronista, con quienes, además de escribir,
llevaron el teatro a las villas de la ciudad de Buenos Aires. "Yo no era
peronista, es decir, no tenía una militancia orgánica, pero uno
siempre guardaba cosas de un amigo militante en su casa, o directamente a un
amigo en su casa", recuerda con gravedad.
En 1974, Jorge sintió por primera vez en cuerpo y alma el yugo del terrorismo
de Estado -aún solapado-, encarnado en ese momento en la figura de López
Rega. "Carlín intentó representar una obra infantil mía,
El hombrecito que quería volar, cuando llegó un funcionario conservador
fascista del gobierno a censurarla por considerarla 'una versión infantil
del marxismo'".
En el 76, un grupo de actores de la época interpretó una obra
suya. Uno de ellos, Miguel Ángel Solá, fue tan aclamado que inmediatamente
llamó la atención de los productores televisivos de la época.
Y fue él la llave que le abrió, sin querer, las puertas del mundo
audiovisual. Pero el brillo del las luces del show se apagó de un cachiporrazo:
"Llamaron a Miguel Ángel para hacer un programa llamado Suplemento
especial. Mi maestro, Víctor Pronzato, a quien asistía en algunos
laburos, no quería trabajar porque había escrito hacía
un tiempo Los traidores, una película que había dirigido Raymundo
Gleyzer (crítico cinematográfico, realizador y periodista desaparecido
en la dictadura) y que había motivado su exilio. La cuestión es
que escribí el programa y el día que íbamos a empezar a
filmar me devuelven los libros. Claro, la serie planteaba una temática
cuestionadora, aunque no era nada loco".
"En paralelo, en mayo del 76 estrené una obra que se llamaba Fin
de raza, que era bastante fuerte para la época. Era una mirada un tanto
maniqueísta, te diría hoy, acerca del poder de la Iglesia. Pero
claro, en ese momento era directamente poner el dedo en el ventilador. Ahí
me entero por unos amigos de que estaba prohibido hacer obras mías en
la provincia de Buenos Aires". Y este fue el origen del renacimiento del
autor como Jorge Maestro. "Igual, era todo tan disparatado que por un lado, no se podían representar obras teatrales mías hasta el punto de
que tuve que cambiarme el nombre y por otro, estaba dirigiendo una obra para
chicos en el teatro San Martín con mi apellido. Un disparate asesino,
pero disparate al fin. Irónicamente hablando, te diría que fue
una dictadura desprolija", dispara.
¿Y cuál fue la primera oportunidad real?
Después de esa experiencia dejé de trabajar por un tiempo, pero
seguí escribiendo. Un día, Plácido Donato, maestro y hoy
gran amigo, que era director de la Editorial Policial, me dio la primera oportunidad
de estrenar una obra mía en televisión. Tuve entoncesla posibilidad
de escribir un capítulo para una serie llamada División homicidios,
que se emitía por Canal 9. Ahí puse a trabajar a todos mis amigos:
Rizzo, Arturo Bonín y qué sé yo cuántos más.
En el 79 reaparece en escena Víctor Pronzato, al que le había
ofrecido hacer una telenovela que saldría al exterior y en el país,
y tenía la particularidad de que se emitiría por primera vez en
colores. Fue allí cuando dejé de trabajar de maestro, "quemé
las naves" y me aboqué de lleno a escribir la novela. La verdad,
estaba muy mal escrita, pero por primera vez iba a ganar en tres meses lo que
ganaba como maestro en un año. La cosa fue que al capítulo 20
la levantaron del aire porque no tenía rating.
Mientras tanto, una amiga mía que era la autora de Pipo Pescador, un
programa para chicos que salía en ATC, me ofreció reemplazarla
porque se iba a Europa. Le propuse la idea a Sergio (Vainman) y comenzamos a
escribir lo que se llamó Pipo en el aire, que estuvo bien pero terminó
pronto. Sergio, que también era maestro de escuela, había dejado
su trabajo para dedicarse a esto, por lo que quedamos los dos en la nada. Por
fortuna el productor de Pipo nos contrató y allí emprendimos actividades
de todo tipo: producción, guion, hicimos un magazine, un programa para
niños que se llamaba El show de Tom y Jerry…
En el 81 conocí, a través de Carlín, a un productor de
Canal 13 que quería meter una novela en Canal 9 pero no podía
firmarla, entonces nos llamaron para ver si queríamos escribir como ghost
writers, y lo hicimos. Se llamaba Extraño desencuentro.
En el 82 llegó Nosotros y los miedos, un programa que trataba temas existenciales
pero aún complejos de poner en pantalla en esa época…
Ni hablar. Ese fue el primer proyecto exitoso que hicimos, con un buen número
de audiencia. Recuerdo que salió al aire el 2 de abril del 82, día
de Malvinas. Y sí, tuvo una repercusión fuerte porque jugaba todo
el tiempo al borde de la censura, estaba cargado de metáforas que de
algún modo tenían que ver con los miedos de la sociedad argentina.
Y como el censor de ese momento venía de la radio, solamente escuchaba
lo que se decía y no lo que se mostraba, encontramos un recoveco ahí.
Había cosas tan ridículas. Te cuento un caso: hicimos un capítulo
sobre el miedo a la esterilidad y como el protocolo de la censura prohibía
decir la palabra "espermatozoide" tuvimos que arreglárnoslas,
pero imaginate, eran pelotudeces importantes así, de ese tenor. El censor,
que se llamaba Luis Pérez Aguirre, tenía la oficina en un baño
del canal, más gráfico imposible (risas).
La democracia como trinchera
¿Cuál fue la primera creación tras el fin de la dictadura?
En el año 84, se llamó Dar el alma y fue la primera novela que trató
el tema de los desaparecidos. Tuvo 220 capítulos. Años más tarde dijeron que
fue Montecristo, pero se olvidan de este antecedente. La historia tenía
muchas cosas nuestras: era un maestro de capital que se mudaba a provincia,
se convertía en director de una escuela rural y descubría que en el pueblo había
un terrateniente oligarca que había estado asociado con los milicos en la dictadura
y en uno de sus campos funcionaba un centro clandestino de detención. Cuando
privatizaron el canal y Alfonsín le dio el canal a Alejandro Romay quiso levantarla
porque no respondía a su ideología, pero como era exitosa y "lo que importa
es el negocio", la dejó. Y ahí viene una época muy fructífera que culminó con
nuestra entrada en Canal 13, donde hicimos los últimos 400 capítulos de Clave
de sol en el 89. Luego el canal se privatiza, se arma Artear, gana la licitación
Clarín y empezamos a trabajar con Hugo Di Guglielmo, director de Programación.
Trabajamos ahí ocho años y vinieron las producciones más populares: Zona
de Riesgo, La banda del Golden Rocket, Montaña Rusa, Amigovios
y tantas otras.
Creo que los temas que se instalan en la televisión, así como
las leyes, surgen, cuando hay democracia, a partir de las necesidades que plantea
la sociedad. Así como en una época las mujeres no votaban, un
día empezaron a hacerlo. Digo, muchas de las ideas del peronismo son
ideas del socialismo, pero en la coyuntura argentina se dieron en ese marco.
En la tele pasa lo mismo: la llegada de la democracia en Argentina desató
un destape, se empezó a hablar de sexo, y a nosotros nos pareció
interesante explorar este tema que aún era tabú, como también
el VIH, que en ese entonces causaba estragos, e hicimos que lo tuviera un hétero
para romper con el prejuicio de la peste rosa. En ese período de Canal
13 teníamos de director a Di Guglielmo, que nos daba absoluta libertad
para escribir, en la medida, claro, que no le hiciéramos perder anunciantes.
Y como se sabe a nivel marketing que la comunidad gay muestra un alto poder
de consumo, encajaba por ahí.
¿Cómo fuiste atravesado por los distintos contextos de la democracia
a la hora de crear contenidos? ¿Cómo fue escribir en los 90 y
cómo es escribir hoy?
Durante el gobierno menemista todo era una gran burbuja. Sin embargo, esto no
importaba demasiado a nivel contenidos, es decir, no íbamos a cambiar
la opinión pública por lo que dijéramos en la tele, pues
todos estaban obnubilados con la fantasía del 1 a 1 y eso. Pero por ejemplo,
cuando en la primera temporada de Zona de Riesgo sacamos a la luz el
tema de la cocaína, hubo una intervención de una jueza que intentó
ejercer la censura previa. ¿Sabés por qué? Porque apareció
una organización de ultraderecha que, como una especie de "iluminados",
decían defender la moral de la sociedad. La cosa es que pidieron el levantamiento
del programa. Recuerdo que tuvimos que ir con Sergio al programa de Grondona
a debatir por los temas de homosexualidad y droga en Zona de riesgo.
En el 92 también fue cuando la jueza Servini de Cubría quiso impedir que Tato Bores la nombrara
en uno de sus programas. Y ahí nos juntamos no solo el elenco completo
de Canal 13, sino todos los que hacíamos televisión en ese momento
a cantar junto con Tato la famosísima (canta) "La Jueza Barú
Budú Budía, la jueza Barú Budú Budía".
¡Me acuerdo totalmente! Fue muy fuerte cómo le marcaron terreno…
Sí, fue una época de esplendor y estuvo bueno porque veíamos
con claridad quién estaba de un lado y del otro. Después de esa
época empezamos a crear comedias más livianas, para otros destinatarios,
como Montaña rusa o Amigovios… Es trabajo, hay momentos
en los que se hace necesario hablar de determinadas cosas, épocas en
que el mercado, porque esto no deja de ser un mercado, requiere determinado
contenido, y otras que no. Lo importante es que se mantenga el equilibrio entre
libertad creadora, negocio y responsabilidad social. De todas formas, para salvar
la memoria de Montaña rusa, esos programas respetaban bastante
al público, solo que sentaban las bases en lo que exige la telenovela,
que es básicamente melodrama e historia de amor, están puestas
ahí. De todos modos recibimos críticas porque los protagonistas
de la historia central eran hermanastros, y la familia era disfuncional.
El guionista en la geografía actual
¿En qué medida los guionistas son esclavos del rating? ¿Sufren
las series modificaciones que surgen a partir del "minuto a minuto"?
No es esclavo. Es como si yo te pregunto en qué medida un médico
o un obstetra es esclavo de que lo llamen a las 3 de la mañana para atender
un parto. Es su laburo, digamos que son las reglas. Y como decía en el
seminario, la televisión comercial vende público, y a partir de
ahí entran a jugar ciertas pautas. Luego hay programas que no importan
por el rating sino porque dan prestigio. Una pantalla de tele, la que fuera,
requiere la fidelización del público, hasta hace un tiempo escuchabas
a la gente decir: "Yo veo Canal 13"; "Yo, Telefé",
y así…. Y respecto del cambio de las historias de acuerdo al rating,
sí, no te voy a decir que no pasa, pero no porque hoy no anduvo tal línea
de la historia la cambiamos, eso pasa cuando no hay una historia planificada,
un guion sólido. Pero la televisión es un organismo vivo. Por
ejemplo, cuando hicieron Joey, la serie que se desprendió de Friends,
no funcionó pero la terminaron; digo, no es que una cosa se cambia así
porque sí. Pero esto no es de ahora: en la época victoriana, a
cinco cuadras del teatro de Shakespeare había un circo donde peleaban
los leones contra los enanos. ¿Y cómo hacía Shakespeare
para competir contra eso? Tenía que buscarles la vuelta a sus historias
y les metía todos los golpes: asesinatos, envenenamiento, suicidio, qué
se yo. Después, claro, mandaba su mensaje. Y más hacia acá,
en tiempos de radioteatro, cuando todavía no se medía el rating,
porque eso comenzó después de los 70, los elencos salían
de gira por las provincias (no me gusta decir el interior) y medían cuánta
gente los escuchaba por la cantidad de público que iba a verlos.
¿Y hoy, con la proliferación de las multipantallas, cómo
se genera la fidelización?
Y hoy es un quilombo, porque el espectador tiene la posibilidad de armar su
propia programación. Hoy estamos viviendo un cambio vertiginoso que incluso
hace que empiecen a aparecer los profetas, esos que dicen que la televisión
abierta va a desaparecer, por ejemplo. Y seguramente habrá cambios, y
no nos vamos a dar cuenta.
¿Notás algún cambio en materia de creación de
contenidos a partir de la implementación de la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual? ¿Notás algún impacto, por ejemplo, en cuanto
a la federalización?
Yo lo puedo ver porque soy parte interesada, digo, como parte de esta industria
estoy muy atento y sigo el tema de cerca. Por ahora no creo que el público
haya notado algún, cambio, me refiero a la audiencia de la tele abierta,
todavía, lo que no signifique que no se esté gestando. Una ley,
además de imponerse o de aprobarse, necesita también la toma de
conciencia de la sociedad, básicamente porque la gente no lee la ley.
Si uno ve la pantalla de la televisión abierta de Buenos Aires, lo único
que noto como evidencia de la ley es "ahora empieza el corte publicitario,
ahora termina", eso si me pongo en el rol de un espectador. Ahora, en cuanto
a la federalización tengo que decir que sí están apareciendo
nuevas voces (los bombos y los gritos de una banda de hinchas de la Lepra trepados
a las ventanillas de un colectivo alarma a Jorge). ¿Ves? Tendría
que haber una ley vial que prohíba que se cuelguen así porque
esos pibes se van a matar. Nunca pasa nada, hasta que un día se cae uno
y se muere. Pues la sociedad argentina, y me incluyo, funciona de manera reactiva:
hace falta un Cromagnon para que se refuercen las leyes de seguridad de los
lugares, ¿No te parece? Bueno, la Ley de Servicios de Comunicación
era necesaria hace mucho tiempo. Alfonsín no tuvo tiempo de implementarla,
porque estaba con la cabeza en otros asuntos; después el gobierno menemista
sacó un artículo para beneficiar a los monopolios. Quiero decir,
la ley es necesaria, lo que hay que pensar es en cómo internalizarla.
Hay otras voces, hay contenidos interesantes, pero aún no tenemos una
industria sólida, creo que es a lo que debemos apuntar. Y considero que
hay que ajustar algunas cosas que no tienen que ver con la ley sino con las
programaciones de los canales y con la inserción en los mercados internacionales.
Pero lo más importante es que sale a la luz una creatividad que ya estaba
y así como yo tuve la posibilidad de entrar a la tele gracias a un viejo
guionista, hoy gracias a la ley podemos darle la posibilidad a mucha gente,
que no tiene la formación pero sí las ideas, de llevar adelante
sus proyectos. Aunque esto puede ser muy frustrante si no hay continuidad ni
capacitación.
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