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23 DE DICIEMBRE DE 2024
El 12 de octubre se cumplieron 16 años del asesinato de Sebastián Bordón, perpetrado por la Policía de Mendoza. Un histórico acto se brindó en El Nihuil, San Rafael. Consistió en la colocación de placas en su memoria y en la del abogado Alfredo Guevara, quien logró recuperar su cuerpo el día que el joven hubiera cumplido 19 años. La enorme presencia de su mamá, Miriam Mabel Medina, y de las Madres de la Lucha ahondó el compromiso militante y del Estado contra la violencia institucional. El descubrimiento de una placa con el rostro de Sebastián, en el corazón del risco donde le arrebataron la vida, hizo del homenaje un encuentro sin parangón. Crónicas e imágenes dan cuenta de su importancia.
Fotos: Penélope Moro
Sebastián Bordón desapareció el 2 de octubre de 1997. Un día antes había sido detenido por la Policía provincial del destacamento El Nihuil, comandado por el excomisario Hugo Trentini. La investigación sobre su paradero fue malversada y dilatada por autoridades policiales y políticas. La familia y los vecinos del adolescente debieron realizar las pesquisas por su cuenta, hasta que el 12 de octubre, cuando el joven cumplía 19 años, el cuerpo apareció en el fondo de un barranco próximo al destacamento. Las pericias revelaron que durante los 10 días que estuvo secuestrado sufrió severas torturas que le provocaron la muerte. Trentini fue condenado a 15 años de prisión. La pena fue completada pero continuó preso por causas vinculadas a crímenes contra la humanidad cometidos durante la dictadura. Otros seis policías y dos civiles recibieron condenas de dos a 12 años de cárcel. Todos los responsables hoy están libres.
La búsqueda de Sebastián y el posterior camino de verdad y justicia impulsado por su familia, hicieron que, con la tenacidad de Miriam Medina, la historia desgarrada se convirtiera en emblema contra el gatillo fácil, la impunidad y la violencia institucional. El rostro de Sebastián también se constituyó en baluarte para la reconstrucción de la historia colectiva marcada por los dolores infligidos desde el sistema. Con el mismo origen denunciante y con los mismos objetivos preventivos que la reconstrucción de las historias de vida de las personas desaparecidas por la dictadura cívico-militar, la señalización del sitio donde se cometió el crimen y la visibilización de testimonios similares en todo el país posibilitan la memoria histórica de una sociedad que no puede desentenderse de lo que sucede con sus chicos más vulnerables.
Saber, ser, llegar, estar
La doctora Romina Ronda, subsecretaria de Justicia y Derechos Humanos del gobierno de Mendoza, fue quien condujo el homenaje, presentó a funcionarios y referentes de las Madres de la Lucha y leyó la adhesión expresada por las Madres de Plaza de Mayo de Mendoza, “nuestra referencia indestructible”: “Hemos sufrido el mismo dolor que Miriam Medina, a quien acompañamos con nuestro corazón y nuestra lucha, sabiendo que la suya será para siempre, para que nunca más un pibe pague con su vida la violencia que ejercen quienes se escudan en las instituciones del Estado. La violencia del terrorismo estatal tuvo su continuidad en el asesinato de Sebastián. La impunidad permitió que asesinos permanecieran en sus cargos, avalando más terror. Incluso a Trentini y Musere los ascendieron. Ellos, con sus prácticas, formaron a miles de agentes en el sur mendocino. Creemos en un nuevo Estado que no sostenga en sus filas a quienes creen que pueden disparar un arma o apalear a un joven. No más impunidad para los crímenes de ayer y de hoy”. Madres también hizo especial mención al doctor Alfredo Guevara, el “querido gordo” que “puso la base de la loza que hoy condena a los genocidas y se paró acá, en este destacamento, a decirles: ´No tengo miedo´”.
Los discursos fueron breves, emotivos y cargados de sentido político. Ronda destacó los avances que en la última década, por voluntad del “proyecto nacional, popular y democrático al que hay que defender codo a codo”, ha habido en materia de derechos humanos y contra la violencia institucional. A título personal compartió la hondura del caso en su vida pública y privada: “Mi vocación por el Derecho nació ese 12 de octubre que mataron a Sebastián Bordón. Como ciudadana, estudiante y militante secundaria, ese hecho transformó mi vida. Acompañar hoy a Miriam desde este lugar militante es un honor. Y un compromiso para que nunca más en Mendoza muera un pibe por esa violencia que se los lleva por ser jóvenes, por ser pibes del pueblo”.
Matías Moreno, director de Promoción de Derechos Humanos de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, explicó cómo la policía “naturalizó” aún más el uso de violencia contra las y los jóvenes durante el menemismo. Hasta 2003, además, hubo un Estado ausente ante los reclamos de los familiares de las víctimas. Aunque la discriminación y la estigmatización no hayan sido desterradas de las fuerzas de seguridad ni de ciertos estamentos judiciales, hoy existen campañas públicas que actúan contra esa violencia. La referencia ineludible son “los organismos de derechos humanos que nunca cejaron en su lucha. Porque el Estado solo no puede, requiere del acompañamiento de las organizaciones libres del pueblo y de la movilización ante cualquier atropello”.
En esos términos coincidió Leonardo Grosso, diputado nacional por el Frente para la Victoria y coordinador de la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional: “Es difícil plantear y construir justicia sin las madres, los familiares y los militantes”. Grosso historizó cómo desde la militancia política y social en territorio, desde el Movimiento Evita en la provincia de Buenos Aires, fueron constatando la gravedad sistemática de “las detenciones y maltratos a los pibes en las comisarías de los barrios populares: “Nunca tuvimos dudas de qué lado estábamos, los asistíamos, acompañábamos las denuncias, pero no alcanzaba para transformar la realidad. Entonces seguimos el ejemplo de las Madres de la Lucha para organizar la voluntad de las compañeras y poder llegar antes. Es mucho lo hecho en materia de derechos y es mucho lo que falta. El mejor homenaje para Sebastián y todas las víctimas es estar organizados, por los pibes que están acá, sobre todo”.
Antonio Esparza se presentó como “viudo de Sonia Colman, asesinada por gatillo fácil en 2007”. Contó cómo, después de cuatro años, el Tribunal Oral 3 de San Isidro sentenció al oficial Oscar Benítez a 12 años de prisión efectiva cuando correspondía prisión perpetua: “Concordarán conmigo en que cuando te asesinan a lo que más amás, ocho años y medio no son nada. Pero si tenemos en cuenta que lo que la justicia tenía reservado para Benítez eran tres meses de prisión en suspenso, podemos decir que fue un triunfo”. Lo que se atisba como un consuelo en las palabras de Antonio se desprende en suspiros ahogados de su garganta y de las personas presentes. El “¡Fuerza, compañero!” es inmediato ante cada afloje de quienes expresan el dolor. Lo mismo sucedería rato después con Rosa Schoenfeld de Bru y con Miriam, que insistió: “¡Vamos, compañero!”. Y el compañero fue:
“Antes de perder a quien fuera durante 25 años mi esposa, ya conocía a Miriam como mamá de Seba, a Rosa como mamá de Miguel, a Dolores como mamá de Ezequiel Demonty. Las conocía por los medios y su lucha. Cuando la vida me puso a conocerlas personalmente me dio una gran alegría saber que estaban juntas, unidas y organizadas, luchando por la justicia que sus hijos merecen. Como siempre dice Miriam, a nosotros nos pusieron en este lugar. ¡Nadie nos va a sacar!”.
“El 17 de agosto se cumplieron 20 años de las torturas seguidas de muerte que le aplicaron a Miguel. El único asesino que queda detenido, el suboficial Justo López, está peleando la condicional y la va obtener, va a recuperar su libertad. Los asesinos habían sido recluidos a perpetua, el subcomisario Walter Abrigo murió detenido. Las condenas nos ponen contentas a medias, porque los nuestros no vuelven. Esa es la sensación que tengo”, dijo, interrumpida por el llanto, Rosa, mamá de Miguel, uno de los casos más aberrantes de esa oleada asesina de la maldita policía bonaerense que hizo de ella una referente inagotable:
“Cuando hay justicia al menos llega un poco de paz a tu corazón y podés seguir viviendo. Somos muchas, estamos de pie, vamos a seguir, vamos a estar”, dijo. Miriam, su amiga y compañera, contó “un sueño que tuve hace tres años, cuando no pude venir. Soñé con Sebastián, lo soñé con su mochila. Le dije: ´¿Qué hacés acá? ¡Tu mamá está en El Nihuil!´. Él me guiñó y me dijo: ´Estoy tan orgulloso de ella´. Sebastián se siente así por su mamá, su papá y sus hermanos, por todo lo que hacen para que no se olviden de él, para que en El Nihuil nunca se olviden de que acá mataron a Sebastián Bordón”.
Fueron dos las placas descubiertas en el Destacamento. Ambas dan cuenta de los hechos y acentúan los reclamos de “ni olvido ni perdón, ni un pibe menos, no más víctimas de la violencia”. Una recuerda a Sebastián y la otra a Alfredo Guevara, abogado militante por los derechos humanos. El homenaje fue presenciado por sus hijos, Alfredo y María Eva, por sus nietos y por su compañera, María Angélica Escayola. Ella evocó al “puñado de abogados y de acompañantes de la familia en Moreno que hicieron por la búsqueda de este chico. No llegamos a tiempo para encontrarlo con vida. Sí pudimos conseguir que no lo desaparecieran, práctica que la Policía de Mendoza hacía desde el terrorismo de Estado. Antes de Sebastián, esta provincia tenía tres pibes que continúan desaparecidos. Y nosotros, como defensores y sobrevivientes de la larga noche negra, vimos en democracia que teníamos que retomar la misma lucha”.
En el caso de Sebastián, “primero tuvimos que luchar para que no lo desaparecieran y después contra la impunidad. Omar Rocco y mi compañero pudieron rescatar el cuerpo, sacárselo a los jueces que venían encubriendo su asesinato y llevarlo a Mendoza”. Esa es la imagen más fuerte en la memoria de Angélica, la de “el compañero custodiando el cuerpo de Sebastián, para sacárselos de sus garras, porque tenían un plan preparado para decir que se había suicidado. Hoy nuestro compromiso es llegar a tiempo. Ahí estamos”.
Miriam Medina agradeció “a los que están y han estado”. Habló de “un día histórico y político”, con las familias compañeras de San Rafael, Mendoza, Buenos Aires, La Rioja y Moreno, donde funciona La Casita de Sebastián, “con militancia y amor para más de cien chicos que nos acarician y abrazan”. Describió el arribo del contingente por la ruta, con una espesa neblina asentada en El Nihuil. Y cómo salió el sol a la hora justa, cuando “atravesamos la desaparición y el frío, la brisa, la nieve, el calor, el granizo, para marchar con la tibieza de la primavera y salir a luchar por nuestros pibes. Cada primavera nos encuentra para homenajearlo en este lugar, el último donde lo vieron con vida”.
La referente narró el horror y la lucha: “Hay mujeres de las cuales hemos aprendido a buscar a nuestros hijos. Son las locas, las de pañuelo blanco, las que rondan las plazas. Aprendimos de ellas, de los hijos, de las abuelas. Aprendimos de prepo, con la organización de los compañeros del barrio y de nuestros amigos. Nosotras aprendemos la lucha desde el útero, desde haber parido a nuestro hijo y de haberlo sentido y criado. Y nosotras sabemos los hijos que criamos. Sabemos que Sebastián era estudiante, inteligente, buen hijo, que le gustaba Green y la cumbia, que tenía proyectos, que quería ser comentarista deportivo, que amaba profundamente a Racing y a su novia, que trabajaba en la pizzería con su primo y me ayudaba con sus hermanitos también. Estos asesinos se ensañaron con él. Sebastián muere de hambre y de sed, en las fauces de desaparecedores y torturadores como Trentini, hoy detenido en San Felipe, con Otilio Romano y los genocidas condenados y otros 25 policías y militares que necesitamos sean juzgados”.
“Cuando nos asesinan a nuestros hijos nos preguntamos qué hacemos. Podemos tener otros hijos, o dedicarnos a la religiosidad, o podemos ser militantes, que es lo que somos, por la memoria, la verdad, la justicia y la vida”, concluyó desgarrada pero con su sonrisa amplísima, puro corazón, Miriam Mabel Medina. El incondicional grito colectivo por la presencia “ahora y siempre” de las y los 30 mil desaparecidos y de los pibes y pibas víctimas de la violencia institucional dio aires al clamor popular que transmite conocimiento, la verdad: “Se sabía, a Sebastián lo mató la policía”. Se sabe, se sabrá.
El centro de las madres
La belleza de la geografía surera fue testigo del alevoso asesinato hace 16 años. La brutalidad formada y la impunidad reinante, que hacía a los asesinos creerse intocables, los llevó a los extremos del horror. Después de tener cautivo a Sebastián diez días bajo torturas, lo trasladaron, en mula, atravesando una ruta y ascendiendo 200 escarpados metros para abandonarlo por los peñascos de El Nihuil. La belleza de la geografía surera volvió a ser testigo de la memoria en su nombre. Esta vez, como tantas otras en estos años, el recorrido de su final no es final, sino la continuidad de la lucha de quienes, como su madre, enfrentan la violencia. El acto en el risco hizo bien visible, al igual que el rostro de Sebastián esculpido por el artista Norberto Filippo, ese camino y esos horizontes.
Horacio Pietragalla, diputado nacional del Frente para la Victoria y nieto recuperado, recordó a Jorge Julio López, desaparecido en democracia. Desde allí refirió la necesidad de profundizar el cambio cultural para erradicar la violencia “que cuesta horrores por tantos años de impunidad. La sanción política es el acto contra la impunidad más importante de la actualidad y fue producto de la gestión de Néstor Kirchner”. “Ahora hay que democratizar la justicia. Que hoy un joven esté en el Penal es una cuestión de suerte. Criminalizar la juventud es receta de un pasado que no funcionó”, aludió respecto al modelo económico y social que produjo la dictadura, y reivindicó a las Madres que a partir del dolor se comprometen con los asuntos del barrio.
Lorena Rubio Diotto, referente de la Campaña contra la Violencia Institucional, habló desde su lugar de sanrafaelina comprometida: “Voy a hablar de gatillo fácil para que ningún chico muera en manos policiales. Hay fusilamientos e impunidad en vez de una policía que nos cuide”. Acompañada por chicas y chicos de la murga El Molino, explicó: “Ellos son los marginados, los que sufren el hostigamiento permanente. La campaña la llevamos adonde nos dejan y adonde no, también. A partir del trabajo de los compañeros que militan el territorio, que saben lo que sucede en los barrios, entendemos que el poder quiere que los chicos pobres solo se muevan dentro de su perímetro y que nunca lleguen al centro. No son casos aislados. Estos pibes tenían familia, tenían un sueño, tenían una cara, un nombre”.
A pedido de Miriam, la murga tocó y tocó. Luego convocó a dar testimonio a sus compañeras de lucha: Mirta Herrera es riojana y conocía el caso Bordón antes de perder a su hijo en 1998. La policía de La Rioja mató a Hugo Peña. Al igual que a Sebastián, lo tiraron en un descampado para simular suicidio. Su madre dijo: “La única justicia que conseguí hasta ahora fue la destitución de un juez. El asesino, Walter Granillo, anda libre y me lo encuentro por todos lados. Me amenaza permanentemente”.
Gurmensinda Giménez es paraguaya. Recordó que llegó al país en la fecha en que asesinaron a Sebastián. Judith, una de sus hijas, tenía seis años y le preguntó: “Mami, ¿por qué en Argentina la policía asesina a los chicos?”. En 2007 Judith fue asesinada en la Villa 31 por un policía que no aceptó que ella no fuera su novia. “Sacó su arma reglamentaria y le dio un tiro en la cabeza, fue condenado a 8 años y medio. Nuestro pibes tienen condena de muerte”, diferenció Gurmensinda. “Miriam estuvo a mi lado desde el primer día que estuve sin mi hija”, dijo la madre, que milita y lucha “en apoyo de la presidenta por la unidad de Argentina”.
“María Eugenia trabaja en la Casita de Sebastián y perdió a su hijo a causa de la violencia social, pero está a la par nuestra”, dijo Miriam acerca de la joven mamá de Santiago Alfonso, asesinado en 2009. Ella explicó: “Miriam me enseñó a golpear puertas para que la muerte de mi hijo no quede impune. El dolor nos une, trabajamos por el derecho a la vida de nuestros hijos, llevamos sus nombres y rostros en pancartas porque ellos ya no están. Agradezco a Miriam por la posibilidad que nos da de recibir amor de otros chicos a través del trabajo en la Casita”.
Con los rostros frente a frente, en un cálido círculo humano de solidaridad, desde el centro del risco, Miriam pidió a su hijo Damián que descubriera la placa con el rostro de Sebastián, ubicada cerca de su nombre, cerca del cielo: “En este Nihuil que es tan bello, donde cuando el viento me acaricia siento su presencia. Quedémonos acá, necesito el abracito de ustedes”, dijo, y cien personas se abrazaron. Nino Bonoldi, hermano de Adriana, desaparecida por la dictadura cívico-militar, y trovador de la memoria, brindó a ese cielo y a ese amor, puro cantar al viento, “una canción de despedida y una de encuentro”. “Te abracé en la noche” y “Pequeña serenata diurna” llenaron de lágrimas, de recuerdos y de esperanza el centro de la experiencia histórica en El Nihuil.
Por último, Miriam pidió a cada uno de los familiares que nombrara a sus hijos. Una mamá recordó: “Cuando en un tiempo feliz tenía a todos a mis hijos, pinté un mural para Miriam sin conocerla. Ella venía a conmemorar los 10 años sin Sebastián. A los pocos días de terminado el mural, me matan a Franco. La primera que se acercó fue Miriam. Desde ese día es mi madre y es mi hermana, es quien me enseñó a transitar este camino que no hay manera de transitar si no es desgarradoramente y luchando”. Franco Campelli, Cristian Reyes, Leonardo Godoy, Luis Acosta, Santiago Alfonso, Jonathan Chandía, Camila Arjona, José Alejandro López, Judith Giménez, Miguel Bru, Sonia Colman, Lautaro Bugato, Hugo Peña, Fabián Riquelme, Edgardo Godoy, Jorge “Chiruki” Oroná, Ezequiel Demonty, fueron nombrados por el abrazo a la vez apretado y gigante, inmenso, de Miriam y tantas madres. El nombre del “Negro” Francisco Tripiana, desaparecido por la dictadura, también sonó fuerte, espontáneamente soltado por su hijo Mariano.
Para Miriam todo significa “la memoria intacta de lo que fue mi hijo, de lo que no lo dejaron ser, para que no le pase a ningún pibe más. Ni un pibe menos”. El nombre de Sebastián Bordón, tres veces gritado por su madre, se oyó desde el centro del risco donde fue asesinado. Se oyó para siempre, por todas las primaveras.
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