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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Contaron a Unidiversidad su objetivo de producir alimentos sanos y de visibilizar su rol. La violencia de género en el ámbito rural y la importancia de integrar organizaciones que trabajan en forma colectiva.
Paula García nació y se crio en la ciudad, pero eligió el campo. Vive en San Carlos y produce peras agroecológicas. Foto: gentileza Paula García
Son seis historias diferentes, pero iguales. Diferentes por edades, por tradiciones, por lugares, por realidades familiares. Iguales, porque son seis mujeres que viven y trabajan en el campo mendocino, que producen alimentos sanos, que integran organizaciones donde las decisiones se toman en forma colectiva, que luchan por el acceso a la tierra y al agua, por desterrar el machismo, por visibilizar la importancia de su rol en las tareas productivas. Son seis mujeres diferentes, pero iguales, porque a pesar de las dificultades que implica estar lejos de las luces de la ciudad, eligen el campo, ese lugar, su lugar, como espacio para vivir y producir alimentos sanos para su familia y la comunidad.
Esas seis mujeres son Dhanna Pilar Moyano (34), Nora Ramona Alaniz (69), Rosaura Herrera (55), Paula Natalia García (32), Ester Pérez (32) y Celia Mayorga (41). Desde el puesto o la finca, aprovechan los descansos de sus múltiples tareas y -sobre todo- los momentos en que tienen conexión, para grabar audios y contestar las preguntas de Unidiversidad, o lo que es lo mismo, para contar sus historias.
En esos audios, en esas voces, queda claro que las seis son diferentes, pero iguales. Sus manos plantan, dan de comer a las cabras, manejan el tractor, amamantan terneros, hacen conservas, ayudan a parir a los animales, revuelven el dulce, podan, hacen artesanías, cosechan, comercializan sus productos, intercambian insumos, hacen las tareas del hogar y de crianza. Por todo eso, ellas seis -que representan a miles- protagonizan una nueva historia del campo, una distinta a la que se escribió hasta ahora, solo con nombre de varón. Otra historia, en la que se valore su tarea, en la que se respeten sus decisiones, en la que se escuche su voz.
Todas forman parte de organizaciones campesinas que trabajan por un nuevo modelo productivo, sin agroquímicos, sin alguien que mande y alguien que obedezca. Ellas dicen que -por primera vez- encontraron un espacio donde se valora por igual el saber aprendido en la tierra y en la universidad, donde se generan mecanismos de aprendizaje y -sobre todo- encuentros para hablar sobre lo que nunca se habló: el machismo, los estereotipos de género, las múltiples formas de violencia y las alternativas posibles para salir de esa situación. Esas organizaciones son la Unión de Trabajadores Rurales sin Tierra (UST), la Unión Campesina y Territorial y Crece desde el Pie.
Aquí están las historias de esas seis mujeres diferentes, pero iguales.
Dhanna Pilar Moyano (34) es una chica trans que vive junto a su pareja en el puesto El Olmo, en Agua de las Avispas, Luján de Cuyo. Se dedican a la producción caprina, cuidan 160 cabras, además de gallinas, pollos, y conejos.
Todo lo que sabe -comenta- lo aprendió de su familia, que le transmitió conocimientos ancestrales de las cuatro generaciones que vivieron en ese mismo puesto donde ella nació y se crió. A ese base, sumó estudio y conocimientos que comparte con integrantes de la Unión de Trabajadores Rurales sin Tierra (UST), organización a la que conoció por un conflicto en su comunidad.
La joven cuenta que la época de trabajo intensa es la de parición -entre septiembre y octubre- cuando asegura duerme con un ojo porque nacen chivos, terneros y pollos y es necesario ayudarlos, cuidar a las crías, estar atenta a su alimentación y evitar que se mojen, que pasen frío. “Es una de las épocas más lindas que un ser humano puede vivir y transitar, es grandioso ver cómo la vida se reproduce, cómo son los nacimientos, cómo uno día a día aprende nuevos conocimientos, porque no es que el campesino o la campesina es un ser humano acabado, aprendemos todos los días”.
Para Dhanna, vivir en el campo es una elección que nadie puede imponer. “Yo nací aquí, me crie aquí con mis abuelos, mi familia, son tantas cosas lindas que se viven en el campo. Esto de no tener un patrón que te controle, cumplir un horario, estar pasando fríos, necesidades en un trabajo como mucha gente lo hace. La verdad, es que eso me convenció más para decir soy libre de mi cuerpo, de mi alma, de mi vida, de mi historia, decidí quedarme en el campo”.
Dahnna Moyano es productora caprina y vive en el lugar donde nació y se crió, el puesto El Olmo, en Agua de las Avispas. Foto: Gentileza Dhanna Moyano.
Su elección, explica, también tiene relación con ser una chica trans. “Siempre he sido una persona libre y no me gusta tener la pata del patriarcado en mi cabeza, no nací para ser una esclava del sistema, estar parada en una esquina, pasando frío, hambre, necesidades, vivir el día a día y no saber si volvés a tu casa, porque muchas trans desaparecen, las secuestran, las matan, las golpean, también somos violadas, creo que todas tenemos esa marca y ese sello desde chicos. También por eso fue una lección de vida quedarme en el campo, poder producir y demostrar a mis compañeras que tenemos otra manera de vivir, más digna, más sana y que podemos aportar un montón a la comunidad”.
Dhanna integra el equipo de formación educativa de la UST, donde asegura que las miradas y luchas son compartidas: el derecho a la tierra, al agua, a servicios básicos, el reclamo a los gobiernos por las deudas con el sector campesino, por la puesta en marcha de líneas de acción específicas para el sector. "Creo que estamos por un buen camino, poder organizar el sector campesino, armar cooperativas, asociaciones, que la gente se organice para tener fuerza y poder comercializar nuestros productos, porque más allá que somos productores caprinos, que el chivo que se vende es un producto agroecológico, sano, por ahí ponen tantos peros, que a la hora de comercializar cuesta un montón”.
Rosaura Herrera (55) nació, se crio y vive con sus dos hijos en el puesto El Corcel, de la comunidad Juan Bautista Villegas, en El Cavadito, Lavalle. Se dedica a la cría de cabras y es artesana en lana y cuero.
La mujer, que integra la Unión Campesina y Territorial, dice que toda su vida trabajó en el campo, algunas veces en las viñas, pero casi siempre en la cría de animales. Cuenta que todo lo aprendió de otras manos que, como las de ella, se dedicaban a producir.
Rosaura Herrera dice que la vida en el campo es difícil, pero que no cambiaría esa tranquilidad por las luces de la ciudad. Foto: Gentileza Unión Campesina y Territorial.
Rosaura sabe lo que significan las palabras machismo, patriarcado y violencia. No fue necesario que nadie se las enseñara, las vivió en su matrimonio y tomó una decisión que asegura fue la más difícil de su vida: se quedó sola con sus dos hijos en el puesto. “Acá hay mucho machismo, lo pasé en mi matrimonio y fue dura la vida y difícil, por eso me quedé sola con los niños. Tuve que tomar una decisión, es difícil. Hay mujeres que no se animan a hablar por miedo a que les peguen, que les pase algo, entonces callan y sigue el machismo de los hombres”.
Rosaura se aleja de las visiones románticas de la vida en el campo, dice que el día a día es complejo, que es dura la cotidianeidad sin acceso a servicios básicos. ¿Te irías a vivir a otro lado?, fue la pregunta y ella responde: “¿Yo, irme a vivir a otro lado?, no. Es difícil, pero ya estoy acostumbrada a la vida del campo y acá donde estoy no digo bien, pero gracias Dios estoy tranquila y estas son mis raíces y no creo que las deje. Irme a vivir al centro no, no me acostumbraría nunca; si voy dos o tres días extraño mi casa, el campo, todo. Yo acá nací y acá iré a morir, es lo que me gusta el campo y no creo que lo deje”.
Paula Natalia García (32) vive con su pareja en una finca familiar ubicada en Tres Esquinas, San Carlos, donde producen peras agroecológicas, tienen 60 plantas a las que dedican todos sus cuidados.
Paula nació y se crio en la Ciudad de Mendoza y su primer acercamiento al campo fueron las salidas que hacía con su papá y su mamá, en las que descubrió que había otras formas de vida. Esa curiosidad la llevó a recorrer países vecinos durante su etapa de estudiante y cuando se recibió de diseñadora industrial en la UNCUYO emprendió con su pareja un viaje por zonas rurales de Latinoamérica que duró cuatro años y en el que conocieron pueblos, culturas, distintas formas de siembra, ecosistemas de los más variados, una enorme multiplicidad de alimentos y formas de prepararlos. Ese viaje -cuenta- les dejó una marca y decidieron “deshabitar la ciudad y venir a vivir al campo”.
Cuando se instalaron en la finca -explica- la gran pregunta era si serían capaces de sembrar su propio alimento, así como todas esas familias que conocieron en su viaje. En esa primera etapa -cuenta- quien más ayudó a la pareja fue su abuela Laura, que siempre vivió en el campo y les enseñó todo, desde cuando sembrar la semilla, cuando cosechar, en que época se recolectan las aromáticas, hasta las receta y secretos para hacer dulces. “Ella fue un ser que marcó mucho mi paso por este lugar”,dice la joven.
Paula vive con su pareja en una finca en San Carlos, donde producen peras agroecológicas. Foto: Gentileza Paula García.
Con el tiempo, Paula sintió la necesidad de vincularse con otras mujeres, de hacer actividades fuera de casa y una conocida la invitó a sumarse a un grupo que hacía peras al Malbec. Ahí conoció a la organización Crece desde el Pie, primero se sumó como una salida económica, pero con el tiempo comprendió la filosofía que la anima y desde hace tres años integra ese colectivo. “Para mí siempre fue muy importante desarrollarme laboralmente sin trabajar en relación de dependencia, y eso fue lo que más me gustó de Crece desde el Pie, que es una cooperativa de trabajo en la que no tenemos ningún jefe que nos dé ordenes o nos organice. Somos nosotras las que tenemos que organizarnos, encontrarnos, ponernos de acuerdo para crecer y seguir adelante. Creo que corremos con un poco de desventaja respecto de las grandes fábricas y productores de alimentos que tienen mucho capital, máquinas, trabajadores, pero eso no nos quita las ganas porque saber que soy productora de alimentos sanos es muy importante “.
En esa nueva forma de alimentación, Paula dice que las mujeres tienen un gran protagonismo, ya sea las que viven en la ciudad que compran los alimentos y hacen la comida para la familia, como las que están en el campo que cultivan, que aprovechan la época de abundancia y elaboran conservas para el invierno, cuando escasean.
Para la joven es importante que se comprenda el rol central de la mujer campesina. “Me gustaría que se visibilizara más esta tarea de la mujer de producción de alimentos, porque la mujer está en todos los ámbitos, en la casa preparando el desayuno, pasando el tractor en la chacra y me gustaría que fuera más visibilizado que la tarea de campo es gran parte de las mujeres”.
El día a día en el campo -cuenta la joven- implica algunas situaciones complicadas en especial en invierno, porque no hay gas y la calefacción es a leña, pero dice que pese a esas dificultades no cambiaría su forma de vida. “Hay muchas cosas que en la ciudad son muy fáciles, aquí tardan un poquito más y eso también te hace valorar mucho más las cosas. No tengo hijos, pero sí creo que deshabitar las ciudades y habitar más el campo y producir alimentos sanos es parte del cambio y de nuestro futuro, por eso sigo apostando por vivir en el campo”.
Nora Ramona Alaniz (69) vive en una finca en la localidad de Puesto Viejo, a 50 kilómetros de la ciudad de San Martín, donde cultiva frutales, vides, olivos, tiene chacra y cría animales. Hace mermeladas, jaleas, salsa, conservas, “todo sin veneno, todo orgánico”, aclara en un audio.
Nora nació en San Luis, llegó de pequeña a Mendoza, se casó con César Alberto Canciani con quien primero se instalaron en La Primavera y luego se trasladaron a la finca en Puesto Viejo, donde vivió con su marido hasta que él falleció en 2022. Hoy, comparte ese espacio de vida y de trabajo con su hija, María Alejandra, su hijo Jorge, su nieta Mayra, su nieto Matías, su bisnieta Jazmín y los fines de semana se suma su yerno, Francisco.
La mujer cuenta que trabajó desde chiquita, primero en una casa participar y después en el campo y explica que el machismo siempre estuvo presente. “En mi vida he notado mucho machismo en los hombres, mi papá era muy machista, era muy malo con mi mamá, él tomaba y le pegaba, nosotros nos metíamos a defenderla y nos pegaba a nosotros. Después, con mi marido, primero él era también de una forma fea, muy celoso, no le gustaba que yo me pintara ni que conversara con otro hombre, pero con los años él entendió lo que tenía y gracias a Dios cambió el cien por cien conmigo, era muy compañero conmigo, me cuidaba y hasta que se fue me cuidó mucho y lo extraño mucho”.
Nora vive en una finca en Puesto Viejo, a 50 kilómetros de la villa cabera de San Martín, donde tiene frutales y chacra. Foto: Gentileza Nora Alaniz.
Nora cuenta que ser parte de la Unión Campesina y Territorial fue muy importante para ella y su marido, aunque él primero no quiso participar, pero con el tiempo se convirtió en un referente que compartió todos sus conocimientos agrícolas. “Nos cambió mucho la organización, les agradezco a todos y también de parte de mi marido, que ahora no está. Nos enseñaron muchas cosas y nos valoraron. No me hacían como que yo no era nada, al contrario, sino que yo sabía mucho y era importante”.
Esa pertenencia -cuenta la mujer- fue central para buscar respuestas a las problemáticas de las zonas rurales. “La lucha de la organización fue siempre ser unidos, luchar por el agua y la tierra, porque hay muchas tierras abandonadas y por el agua, que nunca se la dan a uno. Esas fueron siempre las luchas que hemos tenido con los compañeros de la organización”.
¿Cuál es el sueño de Nora? Ella lo explica: “A mí nunca me gustó vivir en el campo, donde yo vivo, pero voy a seguir acá, porque hemos luchado mucho con mi marido, acá está mi casa y no lo voy a dejar. Mi deseo es que mis hijos sigan con lo que hicimos con mi marido, que es la finquita que tenemos, que sigan luchando ellos. Mis nietos no les digo nada, porque tienen otro camino. Yo voy a luchar hasta que Dios diga basta, cuando me lleve que sigan ellos dos, ese es mi sueño”
Celia Mayorga (41) vive en una finca recuperada por la UST en Jocolí, Lavalle, que comparten cinco familias. Planifican en conjunto las hortalizas y frutas que producirán y las formas de comercialización.
Esa organización colectiva, dice la joven, es central en su vida. “Mis luchas siempre han sido salir de la opresión, siempre me gustó tomar mis propias decisiones, poder manejar mis tiempos y muchas veces por el sistema patriarcal no he podido. Hoy ya no trabajo para un patrón, me puedo mover por mí misma, me valgo por mí misma, produzco para mi familia, para otros, pero nadie me manda”.
La gran preocupación de Celia es la calidad de los alimentos que consume la sociedad, porque como trabajó para otros desde niña sabe la cantidad de agroquímicos que colocan en frutas y hortalizas. Por eso, cultiva en forma agroecológica y sueña con cambiar -aunque sea un poquito- la realidad, que las familias consuman alimentos sanos, que se preocupan por saber qué comen.
Celia vive y produce en Jocolí, Lavalle. Además, es estudiante de la tecnicatura de agronomía . Foto: gentileza UST
Integrar la UST, cuenta la joven, significó cambios positivos en su vida: aprendió temas productivos, de género, terminó la primaria, la secundaria y ahora cursa la tecnicatura en agronomía en el centro de formación de la organización. “Valoro mucho haber podido estudiar, terminar los estudios era mi gran sueño, mi objetivo en la vida, y lo estoy logrando, me gusta estudiar y voy a seguir. En la organización tengo un montón de compañeras y compañeros que me apoyan y eso es muy valorable, porque me he podido liberar de muchas cosas”.
Celia cuenta que el tema de género siempre está en los espacios de la organización, lo que considera esencial, porque asegura que en el campo histórica y culturalmente el varón siempre tomó las decisiones y se naturaliza la violencia. “Ha pasado mucho tiempo de sometimiento de la mujer, de estar sometidas a un círculo vicioso de violencia de género, es algo que hay que seguir trabajando porque no se cambia de un día para otro. Antes no había ninguna justicia para la mujer que vivía situaciones de violencia de género, o lo tomaban como un problemita fácil de resolver, ahora ya no es lo mismo. Creo que esto cambió a través de los movimientos feministas y también porque la mujer se empezó a empoderar, hoy en día hay muchas que se deciden a denunciar lo que les pasa. También hay espacios de formación, yo estoy dentro de una organización donde se habla y se trabaja mucho el tema de género en todos los sentidos, en la toma de decisión, en los trabajos, en la economía, siempre está reflejado el tema de género en todas las instancias”.
Ester Pérez (32) vive con su madre y su padre en la comunidad Juan Bautista Villegas, en El Cavadito, ubicada a 80 kilómetros de la villa cabecera de Lavalle. Se dedican a la cría de cabras, también tienen gallinas y pollos para consumo propio y realizan artesanías en cuero y lana.
Ester reparte sus días entre los quehaceres domésticos, el cuidado de los animales y el estudio, ya que cursa el profesorado de educación primaria, para lo cual viaja hasta Jocolí y se queda diez días en el centro que forma parte de la Escuela Campesina. “Me encantaría volver a mi territorio para trabajar, una porque es uno de mis lugares favoritos, su tranquilidad, mi gente, acá he nacido, me he criado, acá tengo la mayor parte de mis familiares. Otra, porque desde muy chica me he tenido que ir para continuar mis estudios, fui a una escuela albergue para hacer la primaria, la secundaria igual y con el tema del terciario también. Siempre he estado emigrando para poder lograr mi objetivo, soy consciente que quizás no me toque, pero si pudiera elegir, elegiría mi comunidad para trabajar o cualquier comunidad del secano lavallino”.
Ester deja el puesto durante diez días para continuar sus estudios del profesora de educación primaria en la Escuela Campesina. Foto: Gentileza Unión Campesina y Territorial.
La joven dice que el rol de la mujer en un puesto es central, que hacen tareas que no son reconocidas, aunque algo está cambiando y una muestra de eso es que el consejo de su comunidad hoy está formado por varones y mujeres, algo antes impensado. “Si bien ha tenido que ser la mujer la que salió a visibilizarse, a llevar su voz en distintos espacios, es hermoso ver cómo se ha ido ganando protagonismo para cambiar un poco la historia. Se sabe que es un camino largo, que falta por recorrer, pero me emociona ver que cada vez somos más mujeres, más empoderadas para continuar con esta lucha”.
La puestera integra desde hace cuatro años la Unión Campesina y Territorial y dice que lo mejor que le dio esa pertenencia fue entender que la unidad y el trabajo colectivo son las formas de buscar soluciones a los problemas de los territorios, a la falta de acceso a la tierra, al agua y a servicios básicos. “El tema de la salud es muy penoso, tenemos una posta sanitaria con una enfermera, el médico viene cada quince días. Hay muy pocos recursos en la sala, entonces ante una emergencia tenés que recurrir a una comunidad vecina como Asunción, Costa de Araujo o directamente la villa cabecera”, cuenta la mujer.
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