Carlos Bosch es uno de los reporteros gráficos más reconocidos de Argentina, que recorrió medio mundo con su cámara en mano. Estuvo en Mendoza y brindó un taller a los reporteros gráficos locales, en el que les aseguró que el fotoperiodismo –tal como lo conocieron– se acabó y los invitó a reflexionar sobre los desafíos del oficio. Vida y obra de un aventurero.
Carlos Bosch es un provocador. Un hombre que a los 69 años tiene una vitalidad que paraliza, que recorrió medio mundo con su cámara en mano, en una aventura que incluyó pasar por los medios de comunicación más prestigiosos, que cubrió guerras en Medio Oriente, que contó historias de famosos y anónimos, que se infiltró entre los franquistas, que vivió el exilio y que decidió, en 2007, volver a su tierra, Argentina. Un hombre que define a la fotografía como una obra de arte, que dice que no hacen falta más imágenes que no digan nada y que el fotoperiodismo no existe más como lo conocido hasta ahora, que a los medios no les interesa la calidad sino publicar una foto de actualidad que puede tomar cualquiera. Ese hombre estuvo en Mendoza, invitado por la sede local de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra), y
brindó un taller a los fotoperiodistas mendocinos.
No hacen falta muchas preguntas para que este hombre menudo, de barba larga y blanca, comparta su vida de aventuras, esa que empezó cuando colgó su título de antropólogo y, luego de intentar con la pintura, descubrió la fotografía. Gesticula, se atropella con sus propias palabras, para contar más rápido esa historia que no cabe ni en un millón de horas.
Bosch se estrenó como reportero gráfico a los 23 años en Semana Gráfica, de la editorial Abril, de donde lo echaron por no cumplir la orden de hacer un reportaje para justificar el cierre de una planta de soda cáustica en Santiago del Estero. En lugar de eso trajo una única imagen, la de un pibe de “Pies de Barro”, que lo dejó en la calle, pero que hoy sigue recorriendo el mundo. Pocos días después lo llamó el dueño de la publicación, César Civita, le dijo que era un boludo, pero que era un tipo moral. Lo pasó a la revista Panorama, luego a Siete Días, a Claudia, hasta que ingresó al diario Noticias.
Compartió las redacciones y los cierres con Tomás Eloy Martínez, Juan Gelman, Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Horacio Verbitsky, Osvaldo Soriano y con su amigo Mempo Giardinelli, de quienes repite que aprendió y aprendió. Después llegó el exilio y empezó otra aventura: se instaló en Barcelona, fue jefe de Fotografía de El Periódico de Catalunya, de las revistas Primera Plana e Interviú y publicó sus trabajos en El País, Sunday Times, The Observer y Stern, entre otros. Sus conmovedoras fotos eran casi desconocidas para el público argentino, hasta que en 2011 aceptó hacer una retrospectiva de su obra en el teatro San Martín.
La aventura de Bosch sigue, ahora, de la mano de la docencia. Es el creador del
Taller Continuo de Imagen, un espacio para que los fotoperiodistas reflexionen sobre su oficio, sobre los cambios permanentes que imponen los avances tecnológicos.
Este hombre, que retrató a Julio Cortázar y al padre Carlos Mugica, compartió su visión descarnada sobre la profesión con los reporteros gráficos locales en el taller que dio en el Centro de Información y Comunicación de la UNCUYO (Cicunc). Les dijo que el fotoperiodismo, tal como lo conocieron hasta ahora, se había acabado; que era lícito defender sus puestos de trabajo y que él mismo podía sostener las pancartas, pero que debían buscar nuevas alternativas a través del trabajo freelance, de la documentación.
Su aventura también incluye una serie de autorretratos. Cuenta que, con un hijo de tres años, busca reflexionar sobre el paso del tiempo que, asegura, lo está manejando a él.
Aquí, el diálogo con un hombre para el que la fotografía es un medio de expresión, que debe contener emoción y al que no le importan las imágenes que sólo son una reproducción absurda de algo, sino que muestren el espíritu de las personas, que cuenten una historia.
¿Qué querés mostrar con tus fotos?
Mi opinión. Uno es un narciso, todos los fotógrafos tenemos un narcisismo muy fuerte, por eso queremos mostrar. Además tenemos un nivel de inconsciencia muy grande, por eso miramos por un agujerito, es una combinación. Somos inestables, no solidarios, egoístas, porque somos los hombres de las cavernas hoy. A mí lo que me interesó siempre fue ser el vehículo de una información que me interesaba a mí que fuera reivindicativa y que aclarara situaciones: "Mirá esto, entérate de lo que está pasando acá".
¿Qué querés que le pase a la gente cuando mira tus fotos?
No quiero que le pase nada. Es mi obra, cada foto es una obra, a cada una le dedico mucho tiempo, todo es importante en la fotografía: el tono, la estructura. Yo lo enseño en los talleres: una foto es una obra, como una escultura, como una pintura, la vas a firmar. Cuando uno expone, decía mi maestro, expone un par de huevos en la pared, es así. Entonces para mí, sigue siendo así. Salvo en ocasiones donde hago una cierta militancia, lo demás es mi obra, de repente algo me conmueve y me conmueve.
¿Esa es la clave, que te conmueva algo?
En este momento, después de todo lo que hice, lo único que me interesa son unos ciertos autorretratos, me quiero ver, porque estoy en una etapa de vejez, donde el tiempo me está manejando a mí. Yo tengo un hijo muy pequeñito, de tres años y medio, entonces me maneja el tiempo. ¿Cuánto le duraré? ¿Llegaré a la adolescencia? En mi profesión, ¿cuánto más voy a durar? Me duele todo, estoy funcionando yo en el tiempo. Y ahí estoy reflexionando sobre qué voy a hacer, pero seguramente algo referido a mí mismo y el tiempo.
¿Y la docencia?
También me interesa, hace dos meses creé un grupo de reflexión en casa con menores de 30 años, que se aíslen de la realidad, pensemos realmente en la función de la fotografía e intentemos llegar a una conclusión con respecto a la fotografía argentina. Porque en este momento la política, los buitres, o como quieras llamarlos, nos están comiendo la cabeza. Estamos viviendo situaciones de angustia que nos provocan los medios de comunicación interesados en que estemos como el culo, pero creo que el artista, el documentalista, tiene que salirse de eso. El análisis que tiene que hacer de la realidad tiene que ser personal, no puede ser subjetivo en función del dominio de la información.
¿Hoy el fotoperiodismo, como lo conocíamos, no existe más?
No, no existe más. No existe más porque es imposible desde el punto de vista objetivo, nadie quiere decir la verdad. En Argentina hay una guerra particular, o sea no hay más periodismo, olvidate, no existe más salvo en pequeños espacios de la web.
¿Y en los medios masivos?
No, no hay más porque hay una guerra, a nadie le interesa informar lo que sucede, les interesa explicar lo que pretenden, que es muy diferente. Hablo de Clarín, de La Nación y de Página/12, que mirá que es lo primero que leo todos los días por razones de simpatía, pero ahora me indigna, me obligan a pensar como quieren ellos.
En ese contexto, ¿qué lugar tienen la fotografía, los reporteros gráficos?
En este momento ninguno, o sea, se acabó el fotoperiodismo, se acabó y lo firmo, no hay más o no va a haber más fotógrafos de prensa, se acabó. Las fábricas acaban de sacar las cámaras que ruedan en cuatro k, quiere decir que tienen una memoria mayor, una calidad mayor y un formato que permite copiar como foto cualquier imagen y fotograma, con lo cual no va a tener ningún sentido que un fotógrafo vaya a hacer algo y luego vaya un cámara, sino que van a cortar el fotograma que conviene como foto para publicar, porque tienen la misma calidad de la foto. La fotografía, por suerte, se va a refugiar en lo que es verdaderamente la fotografía, que es en el momento preciso en que se saca algo, en la contracción de la realidad, que tiene que transmitir una emoción.
¿Cuáles son las alternativas para los reporteros gráficos?
Ser freelance. Lo primero y lo último que digo en el taller es que lo único que importa es ser uno mismo, porque esa es la forma: respetarse, encontrar un camino, un estiloa. A algunos les interesa la naturaleza; a otros, la política; a otros, el deporte, y ahí ser uno mismo.
¿Qué posibilidades brinda Internet?
Si no fuera por Internet, nos quedaríamos sin trabajo definitivamente, pero Internet nos abre el mundo. Hay que saber un poquito de inglés, así le pueden vender a los medios que están interesados en hablar de Argentina. A mí en este momento me están comprando en Japón, en Noruega, en Alemania, en Austria y en España. No vas a vender nada en Argentina, es estúpido, encima no te pagan nada. Entonces planificás el trabajo en función del interés que pueden tener de otro lado.
Hace tiempo comenzó la discusión sobre los periodistas que sacan fotos. ¿Cuál es tu opinión?
Creo que la aparición de los teléfonos móviles creó un nuevo fenómeno. El 92 por ciento de las fotos que se hacen en teléfonos públicos quedan ahí, nadie las ve, no se representan como fotografías, se representan como coloquio, por lo tanto yo creo que hay una fotografía coloquial que es una cosa nueva. Esa fotografía, la coloquial, la hace todo el mundo. Cuando apareció el Word en las computadoras todo el mundo escribió porque podía corregir la ortografía y no por eso empezó a haber escritores, la literatura es otra cosa. Aquí pasa más o menos lo mismo: no van a poder reemplazar el trabajo de alguien que es perceptivo frente a una realidad y su oficio. Ese espacio está reservado para los diarios a los que no les importa la calidad y que quieren publicar actualidad, ahí van a publicar las fotos coloquiales. En los diarios, la fotografía, o sea el fotógrafo, va a desaparecer.
¿Tiene sentido la defensa de ese espacio, pese a tu postura de que es un camino irreversible?
Sindicalmente es buenísimo, a nivel laboral es bárbaro, pero a futuro no tiene sentido. Yo era redactor jefe de Interviú, la revista de mayor venta de España y había redactores que me decían: "Dame una cámara que me voy a México", y yo: "No, vas con un fotógrafo o me decís qué vas a hacer y compro por agencia". Así, muchas veces lo mismo. Entonces un día fui al patrón y le dije que tenía una idea: hacer un taller de fotoperiodismo para redactores: "Me molesta que quieran sacar fotos, entonces les enseño". "Sí, muy buena idea", dijo el patrón, pero yo ya tenía mi plan. Preparé un taller y al final me dijeron que era muy complicado, que mejor se dedicaban a escribir. Yo les dije: "Muchachos, si quieren sacar fotos, yo soy el jefe y no voy a elegir ninguna de ustedes si no lo hacen bien. Ahora, si lo hacen bien, los felicito y cobran más, porque les voy a pagar, pero aprendan". Claro, no se puede hacer una redacción buena y una foto buena, vos hacés fotos o redacción, pero las dos cosas no las podés hacer. Ahora, yo siempre viajé solo y escribía mis textos, entonces no puedo cuestionar el derecho que tienen los redactores, pueden hacerlo pero siempre que aprendan. Yo entiendo y apoyo la lucha sindical, yo mismo salgo con una pancarta en la mano en defensa de la fuente de trabajo, pero sé que se acabó y que no hay nada que hacer. Lo importante es que el fotógrafo siga siendo fotógrafo, lo expliqué en el taller. La fotografía puede ser un medio de expresión o un objetivo para vivir. Si es un objetivo vendés, si es un medio estás metido personalmente, porque no hacen falta fotos que no digan nada, sino que tengan emoción.
¿Eso es lo importante?
Tiene que ver con mi definición de la fotografía. Si muestra un señor o una señora y nada más no es una fotografía. Para mí la fotografía es una superficie impresa que muestra algo que es otra cosa, que me muestre el espíritu de la persona que fotografié, qué está pasando en un suceso, algo que no está contenido en la relación espacio-tiempo. Ahí está la foto. Si no, es una reproducción absurda de algo que ni siquiera es la realidad.
Con base en ese concepto, ¿cuál es la fotografía que más te conmovió, la persona que más recordás?
Fue un crío al que le saqué una foto que se llama “Pies de barro”. Esa foto me costó que me echaran de la empresa, porque me mandaron a Santiago del Estero a justificar el cierre de una fábrica de soda cáustica. Yo no lo que no sabía, cuando me enteré me agarré una indignación espantosa. Y ahí apareció este chico, Daniel, con dos hermanitos más chicos, en un burro que estaban en la puerta de su tapera. Le dije al chico que se pusiera en el suelo e hice una especie de mural, que siempre es triangular. Fijate en los pies, es como Siqueiros, hice la foto y ninguna otra. La presenté y me echaron, pero después me llamo el dueño de la empresa, Civita (César), me dijo que era un pelotudo pero un buen fotógrafo y me pasó a Panorama, con Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli, Juan Gelman, con los mejores. Pero ese no fue el orgullo más grande que me dio. Expuse la fotografía y un día encontré a un tipo llorando frente a la foto: el tipo conocía al crío, sabía que se había quedado huérfano, porque sus padres murieron de tuberculosis. Esa foto un día ganó un premio, entonces agarré parte de la guita, la metí en una cajita y se la mandé por correo. Yo nunca cobré un premio en efectivo sin pasarle parte de la guita al tipo al que le hice la foto, porque ganar dinero en función de la pobreza es una putada. Después hice un viaje al Chaco para hacer una historia sobre los guaraníes y un tipo me invitó a su casa para que viera como vivían. Entré al rancho y tenía una tarjeta postal con la foto “Pies de Barro” colgada en la pared. Fue increíble.