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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Este fue uno de los conceptos que el analista y escritor Alain Rouquié expresó en una entrevista realizada con motivo de su visita a la Universidad Nacional de Cuyo para disertar sobre el futuro de la democracia en América Latina.
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Sin dudas que para hablar de los procesos democráticos en América Latina, pocos intelectuales tienen una voz tan autorizada como el politólogo e historiador francés Alain Rouquié. Es actualmente presidente de la Casa de América Latina en París, ha sido embajador de Francia en El Salvador, Belice, México y Brasil, pero además ha sido un observador constante desde hace más de tres décadas de los procesos políticos de nuestro continente.
A fines de 2011 se hizo esta entrevista en el marco de la Universidad Nacional de Cuyo. Hoy releerla, implica resignificarla.
¿Cómo caracteriza el escenario latinoamericano actual?
América Latina ha tenido una evolución muy favorable desde todo punto de vista. Las democracias de la región nunca antes habían permanecido tanto tiempo. Podemos decir que por primera vez en la historia, todos los países continentales de América Latina tienen regímenes democráticos. Los países han superado crisis, momentos difíciles en la vida institucional, y aún más, hay países en Centroamérica que nunca habían conocido la democracia. Hay que entender también que esta democracia no es homogénea, ya que hay diferentes modelos en América, los tipos puros no existen y se da una amplia diversidad, con modelos extremos en los dos polos, lo que se debe a la diversidad de las situaciones de los países, de cultura, de historia. Es interesante ver que no sólo la democracia ha avanzado sino que, en paralelo con eso, está lo que yo llamo la conquista de la ciudadanía, es decir que hay un cambio profundo en la concepción de las sociedades. Creo que la democracia en este momento está en expansión, se puede pensar que es más participativa. Esto no significa crear mecanismos nuevos, sino que los ciudadanos participen de la democracia que conocemos, la representativa. Durante mucho tiempo hubo democracias de apariencias, ficticias, ya no. Esto implica -casi con seguridad- que en América la fase en que la violencia era el modo de generar o impedir el cambio social ha terminado.
En este contexto, ¿Cómo analiza el proceso de Honduras?
Muchos pensaron que en ese país se producía el primer accidente de la democracia americana, y eso era de mal augurio, que significaba una vuelta a las intervenciones militares. Yo discrepo con esa visión, tal vez por mi conocimiento del lugar. El golpe contra Zelaya no es un golpe militar, institucional como los conocimos anteriormente, sino que es una revolución palaciega del siglo XIX, en la que un clan del partido del presidente dice “a este señor hay que sacárselo de encima”, entonces le piden a los militares que lo pongan en un avión en pijama y lo manden al país vecino, lo que es una cosa bastante arcaica, en un país cuya democracia es bastante arcaica también. A eso hay que agregarle el problema internacional, es decir la especie de lucha de imagen entre Estados Unidos y Venezuela que en realidad complicó un poco las cosas, en la medida en que al principio, todo el mundo condenó el golpe de Estado y, luego, la nueva administración americana, por falta de experiencia y de personal, ya que los nuevos encargados para América Latina aún no habían sido ratificados por el Senado, fue muy sensible a la opinión republicana que pensaba que condenar el golpe era darle apoyo al ALBA y al chavismo. Yo creo lo contrario, creo que la no condena constituyó un gran triunfo para Chávez en este tema.
A partir de allí está lo otro, que es el reconocimiento de las nuevas autoridades después de las elecciones. A veces tengo la impresión de que América del Sur ha sido más dura en este aspecto, porque mientras el presidente Lobo ha sido recibido en forma por demás amistosa por el presidente Ortega, otros países como, por ejemplo, Brasil, no lo reconocían y decían que no era un presidente legal ni legítimo. Es decir que, si bien aún hay cosas que no están bien en Honduras, que no son aceptables, que tiene que volver Zelaya, que tiene que haber una comisión que investigue las responsabilidades en el golpe y muchas cosas más, de ahí a no reconocer al presidente al que inclusive sus vecinos bolivarianos y chavistas reconocen, me parece un poco excesivo.
Para muchos analistas y políticos, Chávez es una especie de luz de alerta en el proceso democrático americano. ¿Qué piensa usted?
Bueno, es mucho decir una luz de alerta. Chávez se acercó a Irán, pero también Lula lo hizo, y si bien Lula no es Chávez, fue más lejos, ya que firmó un acuerdo con Turquía sobre energía nuclear, lo que no entusiasmó mucho a la Casa Blanca. Es cierto que hay ciertos países que están pensando que las alianzas con grandes países periféricos son legítimas y necesarias para reformar y cambiar la arquitectura institucional del mundo. Estamos en un mundo en el que la bipolaridad ha desaparecido a partir de la caída del muro de Berlín, el mundo tampoco es unipolar y Obama en su proyecto de Seguridad Nacional lo reconoció. Es decir que estamos en un mundo sin polaridad y con múltiples polaridades a la vez, un mundo de incertidumbre en el que no se sabe cuál va a ser el nuevo orden que todos deseamos. Entonces, creo que hay muchos tanteos de países que tienen ambiciones estratégicas como Venezuela y Brasil, que buscan crear puentes entre continentes y países, alguno de ellos que no nos gustan. Podemos decir que el régimen iraní no es atractivo para nosotros, pero representa una potencia en Oriente Medio y puede ser que, para los que idearon la política exterior de Venezuela, sea un socio importante para ese nuevo orden internacional que quieren fundar.
¿Cuál es su reflexión acerca del estado de militarización de América del Sur?
Creo que se tiene que hablar de estado de desmilitarización, lo que es un hecho en toda América Latina. Después creo que no se deben confundir las cosas. Sí, es cierto que hay compras militares, pero son compras en estados que tenían su equipamiento bastante lamentable y no estaban al nivel de las necesidades de su seguridad, con relación a los riesgos transnacionales. Por ejemplo, Brasil tenía una flota de aviones de guerra totalmente arcaica. Si quiere mantener la seguridad de sus costas y de sus plataformas petroleras, necesita material moderno.
En cuanto al costo militar, el de América Latina es uno de los más bajos del mundo. No se puede comparar ni con Medio Oriente ni con Asia, ni siquiera con algunos países europeos como Grecia, Turquía o Chipre. Por ejemplo, Francia o Alemania tienen gastos militares superiores a cualquier país de América Latina. Entonces, uno no puede pedir que los países compren armas o que se desarmen en aras de ser pacíficos, porque eso no es viable. Países que se desarman como Costa Rica o Panamá están bajo el proteccionismo de Estados Unidos, lo cual les quita poder de autonomía y de independencia.
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