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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
En una nota publicada en Revista 23 Marisa Muñoz, una de las discípulas de Arturo Roig, recuerda al filósofo.
Fuente. Revista 23
Qué se puede esperar que diga alguien que se ha dedicado toda su vida a la filosofía? ¿Qué es ‘filósofo’?”. Estas preguntas se hizo Arturo Roig cuando fue nombrado Profesor Emérito en el 2003 por la Universidad Nacional de Cuyo. Llevaba más de medio siglo poniendo en ejercicio un filosofar arriesgado, tanto por la elaboración conceptual como por el compromiso social y político que caracterizó su praxis intelectual. Así lo testimonia hasta el final su mesa de trabajo repleta de proyectos: la reedición de su Platón, en el que un prólogo sin terminar no fue más que una expresión de sus diálogos inacabados con el maestro griego; un texto que integraría una edición en España de la obra de su padre Fidel Roig Matons, catalán republicano, pintor y músico, de quien heredó hábitos austeros y una especial sensibilidad ante el mundo de la cultura. Estaba empezando a organizar el tercer tomo de la literatura mendocina, sistematizando materiales que había logrado reunir en perseverantes jornadas en la Biblioteca San Martín y en diarios mendocinos del siglo XIX y XX y había separado también textos de y sobre Rousseau, pues pensaba coordinar un dossier en la revista mendocina Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las ideas. También estaba corrigiendo la traducción de su libro Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano que será publicado próximamente en Francia.
Asimismo, dos proyectos de largo aliento estuvieron presentes en este último tiempo: escribir sobre Manuela Sáenz y las lecturas ilustradas de la época, y su libro Cabalgando con Rocinante, del cual existe un plan de trabajo y algunos capítulos escritos. Una de las secciones está dedicada a trazar genealogías tales como: “Desde Demócrito hasta el Popol Vuh”, “Desde Lilyth hasta Rigoberta Menchú” y “Desde Rousseau hasta el Che Guevara”.
Lo que acabamos de describir no es omnipotencia, no, es pasión, una inmensa pasión que lo sostuvo hasta su partida y que cualificó, sin lugar a dudas, sus modos de transitar los caminos de la filosofía. La filosofía no se le presentó como un saber ajeno al quehacer social; esta consistía, para Roig, en un “saber de vida” que le permitía no pensarse por fuera de los grupos o movimientos emergentes de nuestra América. En este sentido, podemos decir que sin dejar de sostener con rigor sus investigaciones y propuestas de orden teórico-metodológico, lo académico siempre supo ponerlo en su lugar.
No tuvo temor de enunciar ciertas palabras prohibidas, tanto desde las academias como desde las formas ideológicas que ha ido adoptando el capitalismo en nuestros días a partir de la globalización neoliberal. Nos referimos al rescate de las categorías de sujeto, alienación, humanismo, vistas en el marco de nuestra propia historia pero sin perder de vista otras que son como una especie de bisagra para la reflexión: tal es el caso de la categoría de “condición humana” que conlleva dentro suyo otras no menos importantes, como las de existencia, cuerpo, mundo, lenguaje.
En ese empeño de elaborar y proponer categorías filosóficas articuladas a una historia social fue produciendo en su trayectoria intelectual una especie de enriquecimiento semántico de sus propios conceptos. Estamos pensando en las nociones de “sujetividad”, “a priori antropológico”, “función utópica”, “universo discursivo”, “moralidad de la protesta”, “civilización y barbarie”, las que lejos de quedar constreñidas en su significación se fueron actualizando tanto desde una apertura a la historicidad como desde sus intereses teóricos.
La categoría de “a priori antropológico” que aparece desplegada en su libro Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano (1981), es un ejemplo de lo que venimos diciendo y es, a nuestro entender, uno de los ejes sobre el que se articuló su obra. Su construcción conceptual puede remitirnos a la lectura y diálogos críticos sostenidos con filósofos como Kant, Hegel, Spinoza y Marx, junto con las referencias a Platón y otras escuelas de la antigüedad como las de los estoicos, cínicos y epicúreos. Asimismo le proporcionaron claves de interpretación para sus indagaciones sobre nuestra historia de las ideas, en que aparecen pensadores latinoamericanos como Juan B. Alberdi, Simón Rodríguez, José Martí y José Carlos Mariátegui, por nombrar algunos de los más frecuentados en sus escritos. Pero esto sin dejar de tener en cuenta que los autores mencionados aparecen convocados por Arturo Roig en la medida en que pueden contribuir a responder a sus propias interpelaciones y proposiciones teóricas.
La “voluntad de fundamentación” que recorre sus escritos no olvida lo complejo de la constitución de los sujetos sociales y lo obliga a tener cierta vigilancia respecto de las tendencias a esconder o sustancializar a los sujetos. La dimensión antropológica que es recuperada en sus elaboraciones filosóficas se afirma a partir de la historicidad, es decir, de la capacidad de creación de propia historia por parte de los actores sociales en su autoafirmación y emergencia. La formulación de un “a priori antropológico” así como la de un “nosotros/as” remite a sujetos empíricos en el marco de una “ontología social” que se cuida permanentemente de no caer en ontologismos como meras máscaras ideológicas. Así, para Roig los modos de “ejercicios de sujetividad” se darán inevitablemente mediados por los lenguajes, por los discursos, por la corporalidad, atravesados por las tensiones entre “ser” y “deber ser” presentes en la sociedad que remiten a un hacerse y un gestarse de esos sujetos que no podrán entenderse sin la matriz social que los constituye.
Pero si la cuestión del sujeto y las formas de sujetividad ocuparon un lugar central en su obra, la categoría de sujeto no se disolvió con la crítica sino que la fuerza se centró en mostrar su complejidad, denunciando, asimismo, tanto una construcción trascendental de la misma como su negación u ocultamiento en la fragmentación desde la cual pasó de ser sujeto a transformarse en “sistema”. No hay sujetos absolutos –nos dirá Roig– ni abstractos, ni ideales. En este sentido, la “sujetividad”, en tanto construcción categorial, nos devuelve a los “sujetos situados”, cuyas voces se enuncian en el discurso pero no de modo transparente.
Así como hemos señalado la importancia de la categoría de sujeto en su obra también debemos decir que no quedó afuera la problemática de la “subjetividad”, pero que en determinado momento pareció ser desplazada por la exigencia de la constitución de un “yo social”. Los procesos de liberación, dentro de los cuales Roig quiso entrever las formas de emancipación, los leyó como expresiones de emergencia, en las que el “yo” se resiste a ser pensado como mera individualidad. La emergencia, en este sentido, no niega lo subjetivo, sino que necesariamente lo incluye. Pensemos en la pasión, el amor, la emoción, el sentimiento, como horizontes de vida presentes en los ejercicios sujetivos. No hay una praxis real y completa si se escinde lo sujetivo de lo subjetivo. Vivir la vida plena, para nuestro filósofo, no es sólo posible sino que es un derecho, un ejercicio que todos y cada uno de nosotros y nosotras podemos llevar a cabo en medio de las contingencias de la vida.
Otro de los temas de los cuales se ocupó es el que denomina como una moral de la emergencia, especialmente en su libro Ética del poder y moralidad de la protesta (2002), surgido en la fragua de esos conflictivos años de nuestro país. El rescate de una moral que no puede desconocer la conflictividad social desde la cual emerge parte de un enfrentamiento entre lo subjetivo y lo objetivo y se revela como una protesta contra el ejercicio del poder. El esfuerzo de Roig se encaminó a rescatar la sujetividad como un modo de expresión, de emergencia, frente a situaciones opresivas y deshumanizadoras. Los ejercicios de la sujetividad-subjetividad han sido puestos en juego en distintos momentos de nuestra historia como expresión y respuesta contra las diversas formas de alienación de los seres humanos y como afirmación de la dignidad como necesidad esencial.
Denunciar las políticas epistémicas que están a la base de todo planteo ético-moral fue una tarea que Arturo Roig emprendió, no dejando que la presencia de los sujetos sea negada desde instancias teóricas que esconden intereses ideológicos tales como la apelación a una naturaleza humana, el planteo de una ética del deber, las falsas contraposiciones entre universalistas y comunitaristas y otros planteos o contraposiciones estériles que sólo pueden contribuir a la desocialización de la moral.
Roig interpeló los conflictos actuales con profundidad y compromiso: el impacto de la globalización neoliberal, las políticas del capitalismo en su fase actual, así como también la construcción de una democracia participativa, la problemática del género, el lugar de la sociedad civil, en suma, el divorcio entre el derecho y la justicia. Indudablemente su obra inacabada se ubica en un rescate del ser humano como sujeto moral ponderando los momentos de emergencia.
Si hacemos un repaso histórico podríamos decir que en la década del ’70 él asumió una decidida posición filosófica y política en clave liberacionista. Su pionero y creativo trabajo en el campo de la historia de las ideas iniciado en la década del ’60 y continuado de modo ininterrumpido se articuló y profundizó en el marco de nuevos procesos sociales, políticos y culturales que acontecieron en la Argentina y en América latina. Esta instancia puede ser enunciada como el pasaje de una filosofía entendida como teoría de la libertad al planteo de una “filosofía de la liberación” luego formulada desde una teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. No menor fue el esfuerzo dedicado a la reforma de estudios universitarios que corrió paralelo a la elaboración de una nueva doctrina pedagógica participativa afín al espíritu de la Reforma de 1918 y a la pedagogía de origen krausista de fuerte presencia en Mendoza.
La renovación de la historia de las ideas y de la historiografía filosófica de esta etapa se configuró con la lectura crítica de los presupuestos de la filosofía hegeliana de la historia y el rescate de la problemática de la alienación en clave histórico-social. En este sentido las lecturas del filósofo argentino Carlos Astrada y del francés Henri Lefebvre fueron fundamentales no sólo por su crítica a las consecuencias de la filosofía hegeliana sino por el redescubrimiento de los Manuscritos económicos filosóficos de 1844 de Carlos Marx y la concepción antropológica que estos suponían.
La crítica radical a las “filosofías de la conciencia” contempló la tarea de ampliación teórica y metodológica en el ámbito de la historia de las ideas y la filosofía latinoamericana que propuso Arturo Roig, en la que podemos señalar algunos momentos: la incorporación del análisis de lo ideológico en el discurso filosófico y el intento por correlacionar el “discurso filosófico” con el “discurso político”; la investigación de la narrativa desde la problemática de la cotidianidad y la equiparación entre literatura fantástica y discurso político; el análisis de la filosofía de la historia desde el punto de vista de una teoría de la comunicación; la propuesta de una teoría del discurso junto a la elaboración de la categoría de “universo discursivo” y la incorporación de la problemática de los “discursos referidos”; la ampliación de las funciones del lenguaje y la identificación de la función epistémica o fundamentadora del discurso; el análisis de la “función simbólica” y la propuesta de una simbólica latinoamericana; la identificación de la “función utópica” del discurso; las categorías sociales, su naturaleza y su función de ordenación semántica del universo discursivo; el problema mismo de la constitución de una historia de las ideas con sus alcances teóricos y epistemológicos y la búsqueda de una definición de la filosofía latinoamericana.
De hecho todas las instancias señaladas fueron estudiadas mayormente en los grandes pensadores latinoamericanos del siglo XIX y dieron lugar a una nueva e inédita revisión de nuestras ideas desde marcos filosóficos renovados. Su teoría del sujeto y de la subjetividad, junto a los trabajos de una filosofía práctica planteada en términos de una “moralidad de la emergencia” en América latina ha dejado suficientemente argumentada la inescindible relación de la filosofía con un marco ético y político.
La filosofía tal como la entiende Arturo Roig parte de un compromiso vital y se nutre del deseo de emancipación. Su pensamiento y magisterio fecundo se evidenció en la producción de nuevas reflexiones y creaciones. En este sentido, su obra es un impulso para pensar y para comprometernos en un horizonte común de dignidad humana. Filosofar para Arturo Roig fue una gran aventura que implicó riesgos y tomas de decisiones que muchas veces adoptaron un signo trágico.
No podemos evitar imaginarlo montado a su Rocinante, símbolo de la utopía que sostiene al jinete aun cuando esté acechado por la desesperanza. Siempre valió la pena recorrer los caminos del pensar y escribir, alimentado por ansias de justicia y dignidad, rescatando y dibujando una antropología de la emergencia. Recuerdo sus palabras, tan ilustrativas de una vida: la de él, aunque estrechamente ligada a un nosotros, del que siempre se sintió parte: “Ya lo dijo José Martí: ‘El hombre se mide por el poder de erguirse’, así como se hace plenamente humano cuando entiende que la vida es aventura, así como que vida y muerte son inescindibles y esta última es la que nos empuja precisamente en nuestros intentos y riesgos por lo mismo que hemos de dejarla construida. Constantemente pasa delante nuestro, cabalgando, la sombra de Don Quijote… ‘Llevo al costado izquierdo –decía el autor de Nuestra América– una rosa de fuego que me quema, pero con ella vivo y trabajo, en la espera de que alguna labor heroica o por lo menos difícil me redima’. ‘Siento en mis talones las costillas de Rocinante’, les escribió el Che Guevara a sus padres antes de su muerte–. Si el capitalismo ha impuesto una eticidad mercantil, los pueblos han de construir una moralidad de protesta y emergencia”
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